sábado, 23 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 24




Esa tarde, cuando por fin terminó su turno y salió del hotel sin mirar atrás, se encaminó hacia Paco, su coche. No había visto a Pedro el resto del día y su humor se agrió más al imaginarlo con la idiota de Agustina.


Casi había llegado a su vehículo cuando sonó su teléfono. Al mirarlo vio que se trataba de Pedro. ¿Debía contestar o no? Se moría por hablar con él, pero... pero... Al final, tras mucho dudarlo y con el teléfono sin parar de sonar, se apoyó en su coche y contestó.


—Dime.


—¿Sigues enfadada?


¿Enfadada? Pero ¿él no estaba también cabreado?


Después de un tenso silencio, dejó el bolso sobre el capó para poder moverse con facilidad y respondió intentando medir sus palabras.


—Si mal no recuerdo, tú también estabas muy molesto. —Y, sin poder remediarlo, añadió gesticulando—: Aunque, cuando te has ido con tu amiguita, parecías muy contento.


Él, que la observaba desde el gran ventanal de su despacho, al ver cómo se movía y gesticulaba sonrió y respondió:
—Te aseguro que hubiera estado más contento si hubiera estado contigo.


Saber que había estado con ella le repateó, así que murmuró:
—Mira, Pepe...


Pedro.


—No estoy enfadada, pero lo puedo estar en un pispás. ¿Qué quieres?


Apoyado en el ventanal como un adolescente, propuso:
—¿Cenas conmigo esta noche y lo aclaramos todo?


A pesar de que era lo que más le apetecía, negó con la cabeza. No. No iría. Ella tenía planes y planes muy importantes y, además, él no podía llamar y ella perder el culo, por lo que respondió:
—Lo siento, pero no. Sabes que he quedado con mis amigos.


—Llámalos y diles que no puedes ir.


Con gesto pícaro, torció el cuello y negó.


—Pues va a ser que no.


Molesto de nuevo por aquella negativa, Pedro dio un manotazo a la pared e insistió:
—Tengo ganas de estar contigo, de besarte y aclarar lo ocurrido.


Un suspiro escapó de los labios de Paula. 


Aquella caballerosidad y romanticismo al hablar tan poco habitual en sus ligues podía con ella y,
tras retirarse el flequillo de la cara, respondió consciente de que no debía dejarse convencer:
—Por nada del mundo me perdería el concierto de la Oreja de Van Gogh. Mis amigos y yo ganamos esas entradas en un concurso de radio
hace unos meses y sólo unos pocos privilegiados vamos a disfrutarlo. Por lo tanto, ¡no! No voy a quedar contigo.


Enfadado por no poder exigirle nada a aquella joven, ni tampoco convencerla, se retiró de la ventana y, claudicando, añadió antes de colgar:
—De acuerdo, Paula. Pásalo bien.


Dicho esto, colgó dejando a Pau boquiabierta con el teléfono en la oreja.— ¡Será idiota! —siseó.


Una vez hubo cerrado el móvil, y tras maldecir y acordarse de todos los antepasados del supermegajefazo, sacó las llaves de su coche, lo abrió, se metió en él y, dando un acelerón, se marchó. Era lo mejor.


Pedro, que como ella estaba ofuscado, al ver desaparecer el vehículo llamó a su secretaria.


—Localízame dónde toca esta noche un grupo musical llamado la Oreja de Van Gogh y consígueme una entrada como sea —le pidió cuando se presentó en el despacho.






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