sábado, 23 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 27





En el ascensor, Pedro no la besó como ella esperaba. Se limitó a mirarla con intensidad y, cuando aquél se detuvo y se abrió, la invitó a salir.


En el rellano ambos se miraron y Pedro, tras abrir la puerta con la llave, dijo incitándola a entrar:
—Adelante. Estás en tu casa.


Con inseguridad, ella entró. Tanto lujo la apabullaba. Una vez dentro, Pedro cerró la puerta del apartamento y encendió las luces. Al iluminarse la estancia, Paula suspiró. La entrada de aquella casa era enorme.


—Ven conmigo —pidió él cogiéndole la mano de nuevo. La condujo hasta un amplio salón de suelos de madera oscura. Una vez allí la soltó y se dirigió hacia un mueble bar—. ¿Qué quieres beber?


—Lo mismo que tú —respondió con la boca seca.


Pedro sonrió. Se preparó un whisky para él y a ella le sirvió una Coca-Cola. Sin duda Pau agradecería más aquella bebida. Mientras ella miraba con curiosidad todo a su alrededor, él la observaba con disimulo.


Aquel lugar era impresionante y, aunque la decoración no resultaba totalmente de su agrado, no le cupo duda de que aquellos muebles eran antigüedades.


Se acercó hasta ella y le entregó el vaso con el oscuro líquido chispeante


—¿Estás asustada? —preguntó mirándola con profundidad a los ojos al verla tan callada. Ella negó con la cabeza, asombrada por la pregunta—. Te hubiera hecho el amor el día en que te vi en el Starbucks. Te hubiera hecho el amor en mi despacho. Te hubiera hecho el amor sobre una de las mesas del restaurante. Te hubiera hecho el amor en el ascensor. Te...


Ella no lo dejó continuar. Le puso un dedo en los labios y murmuró:
—No hables más y házmelo.


Encantado con aquella invitación, Pedro la acercó a su cuerpo y la besó con tal ardor, exaltación y fogosidad que esta vez Pau sí que se asustó y dejó el vaso que tenía en la mano sobre una mesita.


Pedro, consumido por la excitación, tomó con mimo y delirio aquellos deseados labios, esa boca que lo llevaba volviendo loco durante demasiadas noches y lo disfrutó. La devoró con ansia, con ambición, con propiedad, mientras sentía cómo ella le quitaba la americana y, cuando ésta cayó al suelo, ella murmuró:
—Ni se te ocurra agacharte a recogerla.


Oírle decir aquello le hizo sonreír y, apretando sus manos en aquel duro y redondo trasero, musitó:
—Sólo me interesa darte placer, Pau la Loca.


Encantada por aquella respuesta, sonrió y, tras desabrocharse los botones del vestido vaquero que llevaba, lo dejó caer ante él, quedando vestida sólo con las bragas, el sujetador y las botas militares. Instantes después, el sujetador también cayó.


—Eres preciosa.


Ella sonrió y con delicadeza le quitó la corbata, se la ató a su cintura y cuchicheó:


—Quizá la use para atarte mientras te hago el amor.


Enloquecido por lo que proponía, Pedro suspiró y Pau sintió que se derretía.


—¿Te gusta lo que ves? —preguntó sin dejar de mirarlo mientras se desabrochaba el sujetador y lo dejaba caer.


La recorrió con una mirada morbosa y plagada de lujuria, y afirmó mirando sus erectos pezones:
—Mucho.


Acalorado por el descaro que aquella joven de veinticuatro años le mostraba en todo lo referente al sexo, sonrió y, dejándose de remilgos, la miró desde su altura y murmuró mientras agarraba la corbata que ella tenía atada en la cintura:
—Ven aquí.


Se acercó mimosa y, cuando Pedro la cogió del trasero y se lo apretó, ella hiperventiló al oírle decir mientras le chupaba el lóbulo de la oreja: —Tienes veinticuatro años y yo treinta y seis, pero el influjo que ejerces sobre mí es increíble. Tú, con tu corta edad, has derribado mis defensas para volverme loco como nunca antes una mujer lo había conseguido. —Ella sonrió y, excitado, murmuró—: Llegados a este momento en el que ambos deseamos continuar, he de decirte que en temas
de sexo soy muy impulsivo, ardiente y apasionado, y no el hombre reservado que conoces. ¿Entiendes lo que digo?


Excitada por sus palabras y por lo que a través de ellas podía intuir, lo miró y, sin querer entender a qué se refería, negó con la cabeza; él añadió:
—Hablo de que me gusta disfrutar al máximo del sexo. Hablo de que no habrá barreras para que tú y yo alcancemos el máximo disfrute. Hablo de que te haré gozar de mil y una maneras, pero a cambio espero que tú también me hagas disfrutar a mí.


Casi sin respiración, asintió y se percató de que por primera vez en su vida iba a estar con un hombre. Pedro, con gesto serio y morboso, la
miró. Le cogió la mano y, metiéndola junto a la de él en el interior de sus bragas, murmuró lentamente mientras la tocaba y la incitaba a tocarse:
—Soy exigente y muy posesivo con lo que deseo.


Una vez dicho esto, hizo que ella misma se introdujera un dedo en su húmeda cavidad. La incitó a masturbarse ante él y, cuando el rostro de Pau estuvo rojo de pudor, le pidió que se sacara el dedo y, mirándola a los ojos, lo chupó y, una vez se hubo relamido, siseó:
—Me moría de deseo por saborearte.



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