viernes, 22 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 23




Cuando él desapareció, la joven se sentó en una silla. Enfrentarse a aquel titán, que encima era su superjefe, no había resultado fácil, y rechazar quedar con él tampoco, pero ese concierto lo estaba esperando hacía meses y nada lo podía eclipsar... ¿o sí?


Durante aquel largo y tortuoso día, Paula trató de no mirarlo todas las veces que se cruzaron por el hotel. Pero, cada vez que sucumbía, se encontraba con la misma respuesta: su indiferencia. Pedro estaba molesto y se lo hacía ver con aquel rictus serio en el rostro. Y al ver aparecer de nuevo a Agustina por la recepción del hotel, Pau se quiso morir... y más cuando observó cómo salían del establecimiento cogidos del brazo y comprobó que Pedro ni siquiera la miraba.


«¡Malditos celos!», pensó al entrar en el restaurante, donde comenzó a servir a los comensales.


Durante un descanso, Tamara intentó que se calmara. Pero Pau era una cabezota incapaz de dar su brazo a torcer.


—Pero, vamos a ver —increpó Tamara—. ¿Dónde está el problema? ¿Es su ex? ¿Acaso tú no tienes ex?


Molesta por aquello, respondió:
—Claro que los tengo y precisamente como son ¡ex! no les permito que se tomen ciertas licencias, no sea que piensen cosas que no son. —Y quitándose el flequillo de los ojos, siseó—: Que no, Tamara, que no. Que la estoy cagando. Él es quien es. Y yo soy quien soy. ¿Por qué liar más las cosas? —Pero ¿no ves cómo te busca? Quizá sea tu príncipe azul.


Mientras se abrochaba el chaleco negro para comenzar de nuevo a trabajar, Pau miró a su amiga y cuchicheó:
—Mira, romanticona, como diría una que yo sé, los príncipes azules también destiñen. Y no, no me hables de príncipes cuando sabes que el mundo está lleno de ranas, sapos y culebras.


Divertida por aquella comparación, Tamara murmuró:
—Bueno, mujer, tampoco hay que ver las cosas tan negras. Te mandó rosas a tu casa para desearte que te repusieras. ¿No crees que es una monada?


Sin duda lo era. Pedro era más que una monada, pero protestó, no dispuesta a bajarse del burro.


—No pegamos ni con cola. Es demasiado mayor para mí. Es demasiado recto, pulcro y severo para estar con una chica como yo.


—Pues yo lo veo ¡monísimo e interesante!


Desesperada, Pau miró a su amiga e insistió:
—Pero ¿tú has visto sus pintas y las mías? Él... tan trajeado, tan engominado, tan tieso por el mundo y yo... yo.... que no, Tamara, que no.
Que lo nuestro es un gran error, que estoy viendo que al final me va a costar mi trabajo por idiota y por no pensar las cosas antes de hacerlas. — Y bajando la voz, susurró—: Joder, ¡que me he liado con el dueño del hotel! ¡Con el supermegajefazo de los jefazos!


Tamara asintió. Sin duda tenía más razón que un santo, pero, viéndole, como siempre, el lado romántico al asunto, afirmó:
—Los polos opuestos se atraen y... no he conocido en mi vida unos polos más opuestos que vosotros, ¡pero es todo tan novelesco!


Pau, al oírla, finalmente soltó una carcajada. Tamara no tenía remedio. Asiendo el brazo de su amiga, indicó:
—Anda, romántica empedernida. Comencemos a trabajar antes de que digas más tonterías.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario