sábado, 23 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 25





Aquella noche, tras una tarde plagada de indecisiones por su última conversación con Pedro, Paula llegó al local con su amiga Lola, saludó con gusto a sus colegas y durante un buen rato conversó con ellos junto a la barra.


El día había llegado. Allí estaban dispuestos a pasarlo bien y Paula, tras dos cervezas, por fin se convenció a sí misma de que tenía que estar allí con sus amigos y no en otro lugar. Lo de Pedro y ella no era real, mientras que sus camaradas sí lo eran.


Mientras hablaba con el Congrio, un tipo con dilataciones en las orejas y más tatuajes que poros en la piel, alguien la besó en el cuello y oyó:
—Uoooolaaa, Pau la Loca.


Al volverse para mirar, vio a su amigo Guille el Chato y sonrió.
—Uoooolaaaa, Chato.


Pedro y ella eran amigos desde el jardín de infancia. Ambos vivían en el mismo barrio y se llevaban maravillosamente bien. Por un tiempo, Paula se olvidó de todo y se centró en hablar con él, quien le comentó que había roto con su novia. Al parecer, tras dos años de relación, Isabel se había colado por un rapero de Vallecas y había pasado de él.


Durante un buen rato, Paula estuvo escuchando al Chato y, por suerte, comprobó que llevaba la ruptura de fábula; como éste la vio tan atenta y callada, intuyó que algo le ocurría y entonces fue ella quien le contó lo que le estaba sucediendo con cierto madurito.


Guille escuchó boquiabierto lo que le explicaba. ¿Se había liado con su jefe?


—Pero ¿te has vuelto loca?


Ella asintió y afirmó dando un trago a su bebida.


—Loquísima.


—¡Que es tu jefe!


—Lo sé... lo sé, pero...


—¿Te has acostado ya con él?


—No. Por raro que parezca, no me lo ha pedido. Es un caballero. Sorprendido por aquello, soltó una risotada y Pau, al entenderlo, aclaró:— Y no. No es gay. No se te ocurra ni pensarlo.


—¿Seguro? Mira que soy un tío y cuando...


—No es gay y lo sé ¡seguro! Es sólo que Pepe es diferente. Es un hombre. Un gentleman, como mi padre, y las cosas las hace de otra manera. Y quizá, que no me meta mano con desesperación como si el mundo se acabara o mi pecho fuera el último del universo, es lo que me atrae. Es tan diferente a mí: tiene clase, elegancia, saber estar y... aunque suene a locura , ¡me gusta!


Guille, tras dar un trago a su bebida, contestó:
—Hombre, si tú lo dices...


—Y tiene un morboooooooo y un trasero al que estoy deseosa de meterle mano...y ¡ufff, me tiene majareta perdida!


Su amigo sonrió. Nunca, en todos los años que conocía a Pau, la había oído hablar así de ningún chico. Sin duda, aquel hombre caballeroso y diferente le gustaba... y más de lo que ella quería admitir.


—A ver, loca. Todo lo que dices está muy bien, pero es tu jefazo. ¿Lo has pensado?


La chica se tapó los ojos. Cada vez que oía la palabra «jefazo», se le encogía el corazón, así que respondió:
—Lo he pensado y repensado, y estoy segura de que, una vez que nos acostemos, se olvidará de mí, porque...


—Eso no se sabe, tonta.


Pau suspiró y afirmó:
—Lo intuyo, Chato. En cuanto se acueste conmigo, su objetivo estará cumplido y ese caballero de brillante armadura pasará de mí totalmente. Esto es sólo algo sexual.


—¿Y tú pasarás de él?


—Por supuesto —se mofó—. Ya sabes que yo no creo en los cuentos de princesas, aunque mi madre me pusiera Aurora.


Su amigo sonrió, paseó con cariño su mano por el rostro de ella y, justo cuando iba a contestar, los componentes del grupo al que adoraban salieron al escenario y, emocionados al verlos, dejaron de hablar y regresaron junto a sus amigos para aplaudirlos.


Una hora después y tras varios temas, Pau cantaba feliz mientras bailaba y se divertía con sus amigos. Aquel grupo era buenísimo, ¡el mejor! No se arrepentía de haberse olvidado de todo para estar allí. No podía habérselo perdido. 

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