sábado, 30 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 8




—¡Tu esposa! ¡Tu esposa! —Paula estalló en un furioso susurro en cuanto los Mulligan se alejaron unos momentos fuera de alcance—. ¡Preferiría que me presentaran como una ninfómana asesina! ¡Al menos de ese modo me quedaría algo de dignidad y credibilidad!


—Corta el teatro, Pau —Pedro miró hacia los Mulligan, que en ese momento hablaban
con un político importante que aguardaba la salida de su vuelo—. Volverán en unos
minutos y hemos de concretar nuestra historia.


—¡Nuestra historia! ¡Este es tu cuento de horror! No se me ocurre ni un motivo por el que no deba contar la verdad...


—Porque —cortó con voz baja y seria— Damian necesita que este trato se cierre y cuenta conmigo para ello.


—Bueno, sé por recientes experiencias personales que la gente no siempre obtiene lo que quiere; en especial si cuenta contigo.


—Esto no se parece en nada a lo que tú querías que hiciera.


—¡Tienes razón! Lo único que yo te pedí fue que invitaras a una pobre mujer sola y, de paso, que hicieras feliz a tres personas. Tú quieres que me exponga al ridículo público y finja estar casada contigo.


—¡Eh! Muchas mujeres me consideran un buen partido.


—Un montón de mujeres también considera que la prostitución es un valioso servicio público, pero yo no soy lo bastante cívica como para dedicarme a ello.


—Menos mal —musitó—, porque si ese beso fue tu mejor esfuerzo para fingir pasión, te morirías de hambre.


Lo único que impidió que Paula respondiera con un vehemente puntapié en la espinilla fue ver a sir Frank Mulligan estrechar la mano del senador; en cuestión de momentos se esperaría de ella que reanudara su papel de devota esposa. Gracias a la fortuita llegada del político, hasta ese momento sólo había tenido que soportar la atenta evaluación de lady Mulligan, mientras que el marido mucho mayor de la mujer había felicitado a Pedro por tener buena cabeza para los negocios y mejor vista para la belleza. Fue entonces cuando Mulligan vio al político y se excusó unos momentos junto con su renuente esposa para ir a hablar con él.


El regreso de los Mulligan era inminente y Paula aun no tenía ni idea por qué Pedro había inventado semejante historia, salvo que al parecer la compra del Illusion Hotel dependía de ello. A pesar de lo descabellado que parecía, le quedaban dos opciones: aceptarlo como verdad o arriesgarse a estropear el trato para Porter Resorts.


—De acuerdo —dijo con resignación—. ¿Cuál es la historia? —el alivio que vio en su cara habría sido risible si hubiera tenido el estado de ánimo para encontrar algo en Pedro Alfonso que le resultara divertido.


—Llevamos casados seis meses —se apresuró a explicar—. Aparte de eso, somos los mismos; tú acabas de volver de un viaje de cinco semanas por el oeste de Australia, pero no pudiste volar hasta aquí debido a unos negocios que debías cerrar. Cuantas menos mentiras contemos, más seguros estaremos.


—¿Y el motivo para esta farsa?


—Eh... es una larga historia. No hay tiempo ahora. Te la contaré luego.


Su modo evasivo mientras recogía su equipaje disparó el indicador de suspicacia de Pau. Le aferró el brazo y apretó hasta que él alzó sus ojos oscuros. Tal como sospechaba, su cara reflejaba la expresión ligeramente estúpida que siempre ponían los hombres cuando trataban de ocultar la culpa con inocencia.


—Dímelo ahora, cariño —esbozó una sonrisa dulce—. O este cariñoso reencuentro se va al garete.


—Pau, no es na...


—Dímelo.


—Bueno, si debes saberlo —siseó—. Rebeca Mulligan me ve como una vieja llama que vale la pena volver a avivar.


—¡Debí imaginarlo! Eso explica las miradas venenosas que me ha estado dirigiendo. ¿Lo sabe sir Frank?


—No lo creo, pero... —de nuevo miró incómodo en dirección a la otra pareja—. Mulligan es enfermizamente celoso; a menos que podamos convencerlos a ambos de que no tengo el menor interés en la coqueta Rebeca, es factible que nos eche de la isla y no quiera vendernos el hotel —sus labios formaron una línea sombría—. Tendremos que esmerarnos en nuestra representación.


—Vas a deberme un favor muy grande por esto, Pedro Alfonso.


—¿Lo harás?


—No temas, cariño, seré la mejor esposa que jamás hayas tenido —rió entre dientes ante su expresión.


—No cometas el error de subestimarlos —advirtió—. Puede que Mulligan sea excéntrico, pero es un viejo astuto, y Rebeca no es tan tonta como parece.


—Puede —aceptó Paula, pasando la mano por su brazo y sonriéndole en beneficio de la voluptuosa morena y del canoso hombre que rápidamente se acercaban a ellos—. ¡Pero sólo necesitaría un coeficiente intelectual inferior a veinte para ser la llama más brillante que hayas tenido!



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