sábado, 30 de mayo de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 7
—¡Será mejor que tengas una buena excusa, Pedro Alfonso! —soltó cuando fue a buscarla al aeropuerto de Cairns.
—¡Dame un abrazo! —demandó él, bloqueándole el paso hacia la cinta con las maletas.
—¿Qué...? —se vio cortada cuando Pedro la abrazó.
—Rodéame el cuello con los brazos.
—Me gustaría ponerte una cuerda... ¡Pedro!
Le costó describir la sensación de aturdimiento que la invadió al encontrarse envuelta en una abrazo de oso con la cabeza apoyada contra su musculoso pecho. El intento de liberarse se vio impedido por pura fuerza masculina.
—Actúa como si me hubieras echado mucho de menos —instó él en un susurro—. Nos están mirando.
—¡En tu caso sin duda te vigilan los loqueros! —musitó, insistiendo en querer soltarse—. ¡Pedro, déjame! ¿Estás loco?
—Maldita sea, Pau —siseó, rozándole el cuello—. Sígueme. Actúa como si me hubieras echado de menos. ¡Pon algo de convicción!
—Lo único en lo que voy a poner convicción es en mi rodilla, cuando te golpee en la entrepierna. Ahora... —la mano que tenía en la nuca le echó la cabeza hacia atrás, dejando que al menos pudiera verle la cara—. ¿Te importaría decirme...? —ni siquiera tuvo tiempo de terminar antes de que la tapara la boca con la suya.
Así como no era nada halagador para el ego de Pedro que una mujer se quedara petrificada en sus brazos, se consoló pensando que sólo se trataba de Paula, y que al menos había dejado de retorcerse. Lo único que le quedaba era esperar que estuviera demasiado aturdida por su conducta como para empujarlo y abofetearlo en cuanto la soltara, porque eso arruinaría su historia y cualquier posibilidad de asegurarse la transacción con Mulligan.
Y pensaba soltarla... en cualquier momento.
Sólo prolongaba el instante porque sabía que Frank y Rebeca Mulligan, en especial Rebeca, los estarían observando. El futuro inmediato de Porter Resort Corporation dependía de un beso... era su responsabilidad hacer que pareciera convincente. Se comportaba así para exclusivo beneficio de su audiencia, no se trataba de nada personal, se recordó mientras sus labios saboreaban el gusto asombrosamente placentero del lápiz de labios de Paula.
Su altruista dedicación a favor de los mejores intereses de la compañía se vieron frenados por una insistente presión en sus hombros, por lo que alzó la cabeza despacio y abrió los ojos para contemplar unos azules sorprendidos que lo miraban atónitos. En realidad, en ese momento eran más grises que azules; jamás había visto que los ojos de Pau adquirieran esa profundidad de tono.
—Pedro... —calló para respirar hondo.
Él hizo lo mismo, irritado al descubrir que el estrés de enfrentarse a los siguientes minutos le perturbaba la respiración; por lo general se crecía con la presión. Miró por encima del hombro y descubrió que Frank Mulligan y su voluptuosa tercera esposa se acercaban a ellos.
—Pau —se apresuró a explicar, asiéndole la hermosa y desconcertada cara—. Necesito que sigas todo lo que diga. El futuro de la compañía depende de ello —al percibir una negativa en el modo en que iba a enarcar las cejas, agarró la esbelta mano izquierda de ella en la suya más grande y se volvió con una radiante sonrisa—. Sir Frank, Lady Mulligan —acercó aún más a Pau a su lado—. Me gustaría presentarles a mi esposa...
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