sábado, 14 de marzo de 2020
ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 31
Paula estaba de pie en la pasarela, pálida como la cera, rígida como una estatua de hielo.
Sostenía un muñeco en sus brazos extendidos.
Un muñeco bebé. Sólo que en lugar de cabeza, tenía un pequeño cráneo.
El muñeco escapó de sus manos en el instante en que Pedro la alcanzó, cayendo blandamente en el agua del arroyo. El cráneo, despegado del cuerpo, rodó por el puente como si tuviera vida propia.
Pedro la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.
—Tranquila, Paula. Tranquila…
Se aferraba a él, llorando. Pedro sintió sus lágrimas humedeciéndole la camisa. A su espalda, el fuego crepitaba cada vez más fuerte.
La situación, de inquietante había pasado a ser cruel, incluso macabra.
—¡Mami, mami!
Kiara se había liberado del asiento. Pedro casi se había olvidado de ella. Al volverse, la vio corriendo hacia ellos. No se detuvo hasta que se fundió con su madre en un desesperado abrazo.
—¡Los dibujos que te pinté se están quemando!
Paula acunó tiernamente a Kiara en sus brazos, al igual que Pedro había hecho unos segundos antes con ella.
—Lo siento, corazón, pero el fuego es demasiado peligroso… No podemos entrar en la cabaña.
—Pero mis muñecas están allí también…
Kiara empezó a llorar. Mientras tanto, Pedro estaba hirviendo de furia. Le habría encantado ponerle las manos encima al canalla responsable de aquello.
—Ya te compraremos otras —intentó consolarla.
—Pero a mí me gustan las mías.
—Lo sé —pronunció Paula. Aunque le temblaba la voz, su expresión se había endurecido—. Pero las nuevas también te gustarán —bajó la mirada al pequeño cráneo, que descansaba en el suelo de tablas—. Pedro, creo que deberíamos llevarnos esto… Para enseñárselo al sheriff.
—Me encargaré de ello. ¿Por qué no te llevas a Kiara a la furgoneta? Llama por el móvil a la policía e infórmalos de todo. Los rangers enviarán a una brigada forestal de bomberos antes de que el fuego se extienda al bosque.
—Indudablemente ha sido un incendio provocado —declaró como si le doliera pronunciar la palabra—. Alguien dejó aquí este muñeco para que yo lo viera… Y luego prendió fuego a la cabaña.
Pedro asintió con la cabeza, convencido de que tenía razón.
—Por suerte, nadie ha resultado herido.
Paula bajó a Kiara al suelo y la llevó de vuelta por el sendero, hacia la furgoneta. Pedro las observó alejarse, con el pecho tan constreñido que tenía la sensación de que le iba a explotar en cualquier momento. Probablemente jamás habría podido impedir aquello, pero aun así le irritaba que algún psicópata depravado hubiera sido capaz de cometer semejante desmán.
Paula no se lo merecía. Y Kiara ciertamente tampoco.
Pedro se agachó para recoger el cráneo. Ni siquiera era real, sólo era una imitación de plástico, probablemente de algún juego infantil de anatomía o incluso un adorno de Halloween.
Tenía una tira adhesiva cruzada sobre la boca, vívida expresión de la amenaza que pendía sobre Paula para que no dijera nada sobre lo que supuestamente sabía sobre Meyers Bickham.
El cráneo podía ser una imitación, pero el incendio era real. Y el mensaje también.
Ignoraba lo que había ocurrido en Meyers Bickham años atrás, pero desde luego era un asunto muy serio, y algún canalla estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de que Paula se mantuviera callada.
Estremecido, observó cómo se desmoronaba la parte trasera del tejado de la cabaña. Y supo en aquel preciso momento, que algo había cambiado radicalmente. Ya no era el mismo hombre que había sido antes de aquella fatal noche que lo expulsó del mundo durante tres años y medio. Pero su etapa de antisocial, y sus días de lamentaciones y arrepentimientos, se habían acabado.
«Escúchame, canalla. Porque no voy a parar hasta atraparte… Y esta vez no cometeré ningún error.»
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