sábado, 14 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 29




—Lánzame otra vez, mami… —Paula volvió a levantarla a pulso y la lanzó al agua. Kiara chapoteaba, feliz—. Otra vez. Otra vez.


—Sólo una más. Luego voy a tener que descansar, antes de que se me caigan los brazos al suelo.


—Los brazos no se te caerán al suelo.


—Tienes razón, pero me dolerán tanto que esta noche no seré capaz de hacerte galletas de chocolate.


—De acuerdo, sólo una vez más.


Paula la levantó de nuevo y la lanzó, viendo cómo salía de nuevo a la superficie.


—A ver si me alcanzas… —la desafió Paula, nadando hacia la orilla.


Kiara nadó tras ella, haciendo gala de un gran estilo para los cuatro años que tenía. De hecho, llevaba nadando en la piscina del apartamento desde que tenía dos. Mackie, que ya se había bañado antes y las estaba mirando desde la ribera, decidió reunirse con ellas.


Cuando Paula llegó hasta la orilla y alzó la mirada, descubrió a Pedro observándola. Estaba recostado bajo un nogal, con las piernas estiradas. Se inclinó para recoger la toalla del césped y se ajustó discretamente el bañador.


—No quiero que salgas todavía —protestó Kiara, haciendo un puchero.


—Puedes quedarte cerca de la orilla, sin meterte más adentro.


—Sé nadar, mami.


—Ya lo sé, pero si no te quedas cerca de la orilla, tendrás que salir ahora mismo.


—Pero…


—Nada de peros.


—De acuerdo, mami. Me quedaré aquí.


Paula se secó el pelo con la toalla. Pedro llevaba su ropa habitual, unos vaqueros desteñidos y una camisa de sport, con las mangas enrolladas hasta los codos. Pero estaba descalzo y había dejado una gorra de béisbol a su lado, sobre la hierba.


Una vez más reflexionó sobre el cambio que el corte de pelo había operado en su apariencia.


Le hacía parecer mucho más joven, pero su rostro no había perdido un ápice de su dureza.


—¿Desde cuándo llevas barba? —le preguntó, extendiendo la toalla y sentándose a su lado.


—¿A qué viene esa pregunta?


—Sólo me estaba preguntando qué aspecto tendrías sin ella.


—No me he vuelto a afeitar desde que compré el huerto.


—De eso hace tres años. No me extrañaría que un día los pájaros hicieran un nido en ella —bromeó.


—Sólo los más pequeños.


—¿No te da mucho calor en verano?


—Desde luego. En Georgia, en verano, todo da calor.


—¿Entonces por qué no te la afeitas?


«Yo podría hacerlo». Por suerte, se detuvo justo a tiempo de pronunciar esas tres palabras. Ya se había excitado cortándole el pelo. Afeitarle la barba podría desencadenar un efecto aún mayor en su libido…


Se hizo un silencio tenso, incómodo. Una consecuencia de la frágil naturaleza de su relación, reflexionó Paula. En poco tiempo, de simples desconocidos, habían pasado a ser compañeros de casa.


No le extrañaba que ninguno de los dos hubiera estado preparado para la ola de excitación que los asaltó la noche anterior, cuando se le ocurrió cortarle el pelo. Y también aquella mañana, cuando todavía ardían los rescoldos de aquel fuego.


Kiara salió del agua y se acercó a ellos, seguida de Mackie.


—Hola, señor Pedro. ¿Quiere nadar conmigo?


—No tengo traje de baño.


—¿No podemos comprarle uno, mami?


—Podemos, y creo que debemos. Después de todo, nos ha dejado usar su charca.


—Vuelve y nada conmigo, anda, mami…


—Lo haré dentro de un momento. ¿Quieres un poco de zumo o unas galletas de mantequilla de cacahuete?


—Todavía no.


Y volvió a meterse en el agua, chapoteando con Mackie.


Pedro se pasó una mano por el pelo, probablemente una costumbre adquirida de cuando lo tenía largo.


—Eres una madre modelo —le comentó a Paula—. Kiara tiene mucha energía, pero tú sabes hacerla entrar en razón cuando hace falta. Os compenetráis de maravilla.


—Ella es toda mi vida. Por lo demás, procuro esforzarme para que no eche mucho de menos a su padre.


—¿Dónde está él?


—En New Hampshire.


—Eso está muy lejos de Georgia.


—Aceptó un empleo como entrenador de béisbol para una universidad de allí, justo después de que nos divorciáramos. Se supone que tiene que llevarse a Kiara a New Hampshire durante las fiestas del Día de Acción de Gracias y un mes en verano, pero precisamente este verano se va a casar… En Inglaterra.


—¿Por eso no se ha quedado este mes con su hija?


—La verdad es que no le venía muy bien.


—¿Sabe lo de las amenazas que has recibido?


—Se lo dije. Cree que soy una paranoica. ¿Qué hay de ti, Pedro? ¿Has estado casado alguna vez?


—No.


Otra vez las respuestas monosilábicas. Era lo máximo que conseguía sacarle cuando la conversación tocaba su vida personal. Era como si tuviera algún tipo de radar, que levantase una barrera automática siempre que alguien intentaba acceder al verdadero Pedro Alfonso.


Se tumbó sobre la toalla, de manera que no pudiera perder de vista en ningún momento a Kiara. Sin amilanarse por su anterior respuesta, estaba decidida a insistir:
—¿Cómo fue tu infancia?


—Como la de cualquier otro niño. Me gustaba montar en bici y hacer deporte. Detestaba el colegio y los deberes.


—¿Tienes hermanos?


—No, soy hijo único.


—¿Dónde están ahora tus padres?


—Haces muchas preguntas.


—Sí, y de vez en cuando tú te equivocas y me respondes alguna.


—Mis padres viven en Austin, Texas. Sí, soy texano, y no, no soy un cowboy. Vivíamos en un pueblo —se levantó—. Bueno, necesito volver al trabajo.


—No hace falta. El interrogatorio ha terminado. Me vuelvo al agua con Kiara.


Y se fue antes de que lo hiciera él. Eso le proporcionó una pequeña satisfacción. Sólo que tuvo que volverse para hacerle una pregunta más… Que no tenía nada de personal.


—¿Necesitas algo de la tienda? Tengo que ir a ver a Mattie para comprar tomates y verduras. Y también tengo que pasarme por la cabaña. Me olvidé de traer un frasco extra de vitaminas para Kiara y ya se le están acabando.


—Dame una hora para terminar con el huerto y te acompaño.


—¡Oh! No es necesario…


—Espérame.


Su tono se había tornado firme, como si le estuviera dictando una orden. Aquello la irritó. 


Nada la enfurecía más que le dieran órdenes. Ya había soportado bastantes mientras estuvo en Meyers Bickham.


—No quiero que vuelvas sola a la cabaña —le explicó—. Es una simple precaución que hará que me quede más tranquilo.


Esa vez su tono fue mucho más amable. 


Evidentemente había interpretado su reacción y la había entendido.


—De acuerdo, esperaré —consintió, mientras su irritación se disolvía en una oleada de calidez.


No sólo no la consideraba una paranoica, al contrario que Sergio, sino que además tenía verdadero empeño en protegerla.


Azorada, se apresuró a reunirse con Kiara en la charca. El primer paso que dio en el agua la dejó estremecida de frío. Justamente lo que necesitaba…


—Mira esa nube, mami. Es muy negra.


Paula miró en la dirección que su hija le estaba señalando. Un humo negruzco se elevaba en el aire como si partiera de una chimenea gigante. 


Se veía hacia el norte, pero no podía calcular la distancia. Tal vez se hallaba en el extremo más lejano del huerto de frutales, o al otro lado del bosque.


—¡Pedro!


—¿Qué pasa?


—Un incendio —señaló la nube—. ¿Es en tu propiedad?


—Es al norte del manzanar.


—¿La cabaña no está por allí?


—Sí.


—Tenemos que echar un vistazo.


Terminó de meterse en el agua para buscar a Kiara.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario