sábado, 14 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 28



Pedro intentó concentrarse en las trampas de insectos que estaba colocando. Había plagas que podían ser combatidas con un eficaz sistema de trampas, pero las que estaba preparando aquel día solamente servían para obtener muestras y conocer al insecto, en concreto al que se enfrentaba. Sólo entonces podría decidir el mejor medio para combatirlo.


«Una vez que sepa con qué me estoy enfrentando…», pronunció para sus adentros. 


Esa era precisamente la fase en la que se encontraba respecto a la investigación de Meyers Bickham.


Por el momento, ni siquiera existía prueba alguna de que el enterramiento de aquellos cadáveres infantiles estuviera asociado con un acto criminal. Pero si ese era el caso, las amenazas que había recibido Paula, quince años después, carecían completamente de sentido.


Había contado con que recordaría algo aquella mañana, cuando le estuvo mostrando los nombres y las fotos. No había sido así. 


Probablemente, de manera inconsciente, se había esforzado a fondo para enterrar los recuerdos de su estancia en aquel orfanato.


Sólo que en realidad, no había olvidado nada. 


La simple mención de su nombre hacía que se volviera triste, taciturna. Al contrario que en aquel momento, cuando podía escuchar sus carcajadas, procedentes de la charca.


El día era muy caluroso. Bien podía darse un baño en la charca. Por supuesto, no tenía traje de baño. No lo había necesitado antes.


Pero Paula sí. Tenía uno, negro. Lo había visto secándose en el tendedero el día anterior, detrás de la casa. De una sola pieza, bastante pequeño. No era un tanga, pero seguro que dejaría al descubierto una buena parte de su trasero…


Porque tenía un bonito trasero. Y unas piernas bonitas también. Una melena preciosa. Y una maravillosa sonrisa. Se excitó de inmediato. De repente fue como si los vaqueros que llevaba hubieran encogido dos tallas. Continuó trabajando durante otro cuarto de hora, pero al final se dio por vencido y se dirigió hacia la charca.


Había vivido como un ermitaño durante tres años. Casi había tenido miedo de perder la capacidad de sentirse atraído por una mujer. Y ahora ni siquiera podía alejarse de Paula el tiempo suficiente para poder trabajar en paz.


Pero tenía que llevar cuidado. Estaba empezando a salir de lo que en un principio, le había parecido un pozo sin fondo. Y no debía arriesgarse a volver a caer de nuevo. Sobretodo ahora, cuando necesitaba de todos sus recursos y de toda su fuerza, para mantener a Paula y a Kiara alejadas de todo peligro.


Dejando vagar el pensamiento, revivió otra vez aquella traumática noche. Volvió a ver a María, con su melena de un negro brillante y sus ojos de azabache. Y a su hija, feliz y despreocupada, riendo y tirándole de la mano como solía hacer Kiara…


El dolor lo acometió de nuevo, como si un puño se hubiera cerrado sobre su corazón. El final de aquella escena habría sido distinto si no hubiera vulnerado las reglas. Si no hubiera desoído las señales de peligro. Un error que nunca más volvería a cometer.



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