jueves, 13 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 29




Pedro despertó sobresaltado.


Algo no estaba bien.


Sentándose en la cama sacudió la cabeza, aturdido y desorientado. La brisa entraba por la ventana, moviendo las cortinas. Los pájaros cantaban sobre un árbol cercano y el sol creaba una pátina dorada sobre el suelo de madera.


—¿Pedro? —Paula parpadeó, medio dormida—. ¿Qué ocurre?


De repente, lo recordó todo: después de hacer el amor en la playa habían vuelto a la villa para compartir una ducha… y hacer el amor otra vez. Cayeron luego en la cama, desnudos, uno en los brazos del otro. Pero todo eso había ocurrido muchas horas antes. Y sólo podía significar…


—He dormido —dijo, atónito.


Paula se estiró perezosamente.


—¿Tengo que explicarte en qué consiste el concepto del sueño?


—Yo nunca duermo.


—Es demasiado temprano. Vuelve a la cama.


Pedro volvió la cabeza para mirar el reloj que había sobre la chimenea.


—Son las ocho de la mañana —murmuró, incrédulo.


—Demasiado temprano —insistió ella, cerrando los ojos.


Paula no lo entendía. ¿Cómo iba a entenderlo si nunca había sufrido de insomnio? Ella no sabía la furia que se apoderaba de él cada noche, la ansiedad.


Siempre había sido capaz de luchar contra todo y ganar… así era como se había hecho rico. Pero desde que compró aquella villa era incapaz de hacer lo que todos sus empleados, desde Valentina Novak al jardinero, eran capaces de hacer sin esfuerzo alguno: dormir.


Se quedaba horas mirando al techo, esperando que el canto de los pájaros lo sacara de su miseria, esperando el amanecer más exhausto que la noche anterior.


Atrapado.


Pero, de alguna forma, Paula había cambiado todo eso.


Pedro soltó una palabrota. Era una coincidencia, tenía que serlo. Hacer el amor vigorosamente la noche anterior lo había dejado exhausto. No podía haber otra explicación.


«Ninguna otra mujer te ha ayudado a dormir», le recordó una vocecita.


Pero eso era una tontería. No podía aceptar que Paula Chaves tuviera tanto poder sobre él.


—Vuelve a la cama.


—Sí —murmuró Pedro automáticamente, tomándola entre sus brazos. Ella cerró los ojos, suspirando de satisfacción.




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