jueves, 13 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 28





Por fin, Pedro la soltó y ella abrió los ojos. 


Estaba quitándose la camiseta, revelando un torso cubierto de vello oscuro. Cuando se quitó los vaqueros… sus calzoncillos negros revelaban cuánto la deseaba.


Paula lo miró a la cara con estrellas en los ojos.


Y, de repente, él sonrió.


—¡Venga, vamos a nadar un rato!


—¿Qué?


Dando media vuelta, Pedro empezó a correr hacia el agua.


Paula lo siguió. Contuvo el aliento al meterse en el agua fría, pero se animó enseguida y empezó a echarle agua. Reía de pura alegría, de libertad. Con un gruñido, Pedro se lanzó sobre ella para tomarla en brazos…


La risa desapareció cuando se miraron a los ojos, los dos respirando agitadamente.


—Paula… —dijo, con voz ronca.


De alguna forma, nunca sabría cómo, volvieron a la playa y Pedro la tumbó sobre la arena sin dejar de besarla.


La acariciaba por todas partes, murmurando frases ininteligibles, haciendo que perdiese la cabeza. La arena amenazaba con devorarla bajo su peso, pero no le importaba. Le dolían los labios, le quemaba la espalda…


Pedro se apartó para quitarse los calzoncillos y, después de arrancarle las braguitas de un tirón, se colocó entre sus piernas. Pero cuando pareció vacilar un momento, Paula abrió los ojos, nerviosa. Si no la tomaba ahora…


Pedro


Se estremeció al oírla pronunciar su nombre y, sin dudar más, se enterró en ella.


La llenó por completo, hasta el límite. Paula levantó las caderas, gritando de placer mientras él la montaba deprisa, urgentemente. El rugido de las olas se acercaba mientras apretaba uno de sus pechos, mordiendo y chupando el otro pezón a través de la tela empapada del sujetador.


Sujetándose a su hombro y sus pechos, Pedro empujó con más fuerza, más deprisa. La tensión en su vientre se hizo insoportable entonces, amenazando con consumirla. Era demasiado, demasiado rápido. Intentó apartarse, ir más despacio…


Pero Pedro no la dejaba. Agarrando sus muñecas, la obligó a levantar los brazos, sujetándola sobre la arena mientras se enterraba en ella más profundamente, disfrutando y animándola a que hiciera lo mismo.


Paula movía la cabeza de lado a lado mientras un placer desconocido la invadía, con una intensidad que era casi dolorosa. Sintió el roce de las olas en los pies y su cuerpo detonó como una explosión, enviando espasmos que la hicieron doblarse sobre sí misma.


Gritó sin importarle que la oyeran y, con un rugido, Pedro la llenó con una embestida final, derramándose dentro de ella.


Durante unos segundos, la sostuvo entre sus brazos sin decir nada.


Mareada, Paula se pasó la lengua por los labios, disfrutando del sabor salado mientras sentía los latidos del corazón de Pedro y las olas enfriaban sus cuerpos desnudos. El mar los acariciaba, como dándoles su bendición.


Pero cada vez que las olas se apartaban robaban algo de la arena que la sujetaba, hundiéndola y más. Y se preguntó si no sería eso lo que es pasando.





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