sábado, 2 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 36




Paula no sabía si era a causa de su sangre escocesa, o simplemente el efecto acumulativo de observar la tensión en el rostro de Pedro cada vez que estaba con los gemelos; el caso era que tenía un mal presentimiento.


El había propuesto que fueran todos juntos a cenar a Papá Pizza y, aunque ella sabía que aquel era un lugar solo apto para expertos en niños, también pensó que era un buen gesto por su parte querer llevar a los gemelos a un sitio que les gustaba tanto…


-¿Alguna vez has estado allí?


-Vamos, tan malo no puede ser.


-Será mejor que no lo sepas -respondió ella.


-Sí que quiero saberlo. ¿Crees que no puedo enfrentarme a unos cuantos niños jugando y corriendo de un lado a otro?


-Está bien, pero recuerda que fuiste tú el que lo propuso.


Sí, lo había propuesto él, Pedro no podía quitarse de la cabeza que él solo se había metido en aquella tremenda pesadilla. Paula se había levantado a pedir pizza y hacía un buen rato que no veía a Abril y a Marcos; tampoco habría sido capaz de distinguirlos entre las hordas de niños gritones que abarrotaban el local. Comparado con aquello, un concierto heavy era un remanso de paz.


-La pizza estará en un par de minutos -le dijo Paula al llegar a la mesa.


-Creo que me habría venido mejor una aspirina -respondió él masajeándose las sienes.


-No exageres, no ha sido tan malo. Creo que hasta vamos a conseguir salir de aquí de una sola pieza.


-Imposible, yo ya he dejado aquí gran parte de mi capacidad auditiva.


Paula se echó a reír.


-Tengo una noticia que te compensará. Mañana tenemos la tarde para nosotros… solos, Male se lleva a los niños al cine.


Eso sí era algo por lo que merecía la pena vivir. 


Entre los niños y las horas que Paula se pasaba en la tienda o cosiendo, apenas podían verse y mucho menos en privado.


-¿Y no tienes que trabajar? -le preguntó para asegurarse.


-Nada que no pueda hacer en otro momento. No sé tú, pero yo estoy harta de esperar.


En lugar de hablar, respondió dándole un rápido beso en los labios.


Y con un solo beso se sintió lo bastante fuerte para ir a buscar a los gemelos mientras ella iba a recoger la pizza a la barra. Pero se arrepintió de haberse ofrecido a hacerlo en cuanto se encontró a los pies del enorme castillo-laberinto-tobogán plagado de niños que aullaban como lobos.


PedroPedro! -dijo una vocecilla al tiempo que una manita se agarraba a sus pantalones-. ¡Abril se ha subido arriba del todo y ahora le da miedo bajar!


-Voy a buscar a tu madre.


-¡No! Eso tardaría demasiado, tienes que subir tú -le pidió con ojos angustiados-. Vamos, Pedro, por favor.


-Está bien, dime dónde está.


Estupendo. Estaba justo en medio de todos los niños y en lo más alto de aquel extraño armatoste. Se fue acercando sin pensarlo dos veces.


-Abril, ¿puedes bajar hasta donde estoy?


- ¡Noooooo!


Estupendo.


-¿Y el tobogán? ¿Por qué no bajas por el tobogán?


-¡Noooooo!


Bueno, estaba claro que iba a tener que subir. 


Se mordió la lengua para no decir todo lo que se le pasaba la cabeza y se dispuso a trepar por aquel estrechísimo agujero.


-No te muevas de ahí, Abril, ahora mismo estoy contigo.


Por si el número de niños que le gritaban y empujaban mientras iba subiendo no fuera suficiente, a eso había que unirle su terrible pánico a los espacios pequeños como aquel. No obstante, continuó sin detenerse y tratando de no pensar en el sudor frío que le cubría la frente. 


Un tramo más y ya estaría con la pequeña, un tramo más y…


Ni rastro de ella.


-¡Abril! -todos los niños de alrededor lo miraron riéndose. Estupendo, acababan de volver a tomarle el pelo.


Ahora tendría que bajar por el tobogán que seguramente había utilizado también Abril.


Mientras se dirigía de vuelta a la mesa, ensayó su primer discurso paternal. Esos pequeños tramposos se iban a enterar. Pero cuando se asomó al comedor, vio que Paula estaba sola. 


¿Cómo iba a decirle que había perdido a sus hijos? El enfado fue dejando paso al terror a medida que iba mirando por todos los rincones y no los encontraba.


-¿Estás bien, Pedro? -le preguntó Paula agarrándolo por detrás al tiempo que se preguntaba si estaría tan asustado como su aspecto parecía indicar-. Les he dicho a Abril y a Marcos que te esperaran para empezara comer.


-¿Están…?


-Muertos de hambre -completó ella tomándolo de la mano y dirigiéndose hacia la mesa-. Estás muy raro, ¿quieres contarme qué ha pasado?


-Creí que los había perdido. Subí a rescatar a Abril, pero cuando llegué ella ya no estaba, habían desaparecido los dos.


-Sí, Abril me ha dicho que los niños que la estaban molestando se fueron y ya se atrevió a bajar. Una vez la perdí en unos grandes almacenes; se había escondido entre unas perchas y apareció justo cuando estaba a punto de llamar a la policía y al cuerpo de seguridad de la tienda. No es un bonito recuerdo, la verdad.


Pedro empezaba a darse cuenta de que aquello iba a ser más difícil incluso de lo que había previsto. No llegaba a entender cómo una persona sola podía hacerse cargo de dos niños y aun así dormir por las noches y conservar la cordura. Tenía que admitir que aquella era una tarea para la que no estaba capacitado. Se sentía como un verdadero cobarde preguntándose en qué demonios se había metido.




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