sábado, 2 de noviembre de 2019
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 33
Le resultó imposible comer nada, no podía dejar de pensar en los amiguitos que tenía escondidos en el bolso y que parecían hablarle desde allí.
«Queremos salir de aquí. Hace mucho calor». Pedro, por supuesto, acabó por darse cuenta de que ni siquiera había probado la comida.
-¿Por qué no me dices qué es lo que te tiene tan… distraída?
-No es nada, no te preocupes.
-¿Es por los niños? -no sin cierta culpabilidad, se dio cuenta de que apenas había pensado en los gemelos; seguramente porque sabía que con la tía Celina estaban perfectamente.
-No, no es eso. Se lo estarán pasando genial con Celina.
-¿Y tú? ¿Te lo estás pasando bien?
«Aún no, amigo», le pareció que decían desde el bolso.
-Estás tardando demasiado en contestar -dijo Pedro-. Voy a tener que esforzarme un poco más. ¿Por qué no bailamos?
-¿Bailar?
«Pues sí que estás desentrenada. Solo tienes que pegarte mucho a él y…»
-Venga, no le des más vueltas, vamos a bailar.
Lo miró mientras él le tendía la mano; aquel traje, hecho a medida a menos que su vista la engañara, lo hacía parecer aún más alto y fuerte.
Ya en la pista de baile, Pedro la estrechó entre sus brazos y ella se pegó mucho a él… Solo aquel contacto hizo que la mente de Paula se llenara de otras imágenes que quizá presagiaran lo que iban a compartir esa misma noche.
-Estás temblando. ¿Tienes frío?
-No -respondió tajantemente mirando hacia el suelo. Nunca había sentido un deseo tan arrollador y primario.
-Paula, mírame -le pidió con dulzura pero al mismo tiempo con fuerza-. ¿Tienes miedo de mí? - esa vez su pregunta era más bien temerosa, en sus ojos no había ni rastro de su habitual gesto burlón-. Esta noche no tiene por qué pasar nada más aparte de esto. Podemos ir todo lo despacio que quieras.
-No es eso -respondió con un susurro casi imperceptible.
-¿Entonces?
-No es nada malo, pero no puedo dejar de temblar -intentó reírse, pero los nervios se lo impedían.
-¿Por qué?
Se agarró a él más fuerte y sosteniéndole la mirada le contestó:
-No puedo dejar de imaginarme cómo será cuando tú y yo…
Le fue imposible terminar porque el mero hecho de intentar expresarlo con palabras la hizo acalorarse más de lo que podía soportar en mitad de tanta gente.
-Espera un segundo -dijo entendiéndolo todo de pronto-. Vámonos de aquí ahora mismo -no había terminado de decir la última palabra cuando la agarró de la mano y la sacó de la pista de baile y del restaurante tan rápido como le fue posible.
Ninguno de los dos dijo ni una palabra durante el camino a casa; Pedro condujo a través del denso tráfico sin soltar la mano de Paula ni un instante. Por su parte, ella trató de respirar hondo y de pensar en algo que no fuera lo ansiosa que estaba por sentir aquel fuerte cuerpo desnudo pegado a su piel.
-Vamos a mi casa -le dijo al llegar al aparcamiento.
Subieron las escaleras casi corriendo y Paula pudo comprobar que al menos no estaba sola en aquel torrente de pasión. Una vez en el apartamento, Pedro desapareció en lo que ella intuía era el dormitorio y le pidió que lo esperara un segundo en el salón. Ella recordó todas las noches que, desde su cama, había imaginado estar junto a él al otro lado de la pared, justamente en la habitación en la que iba a estar en tan solo unos segundos. Ahora ya estaba allí… asustada y llena de deseo.
Observó el salón cuyo único mobiliario eran un sofá y muchos, muchísimos libros. Sin perder la concentración para seguir relajada, se bajó la cremallera del vestido, se fue despojando de toda su ropa hasta quedarse con un conjunto de ropa interior que jamás se habría atrevido a llevar con Aldo. Por algún motivo, intuía que Pedro iba a tener una opinión más liberal al respecto.
Justo en ese momento, oyó que su voz se acercaba al salón:
-Oye, Paula…
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