sábado, 2 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 34





Pedro se quedó paralizado en la puerta del salón. Todas las fantasías y sueños que había tenido no se acercaban siquiera a lo que tenía ahora frente a sus ojos. Intuía que, bajo la ropa, Paula escondía un cuerpo delicioso, pero era mucho más; la expresión que había en su rostro, una mezcla de duda, deseo y sentido del humor, era la culminación de tanta belleza. No parpadeó, no quería perderse ni un segundo aquella maravillosa visión. No podría calcular cuánto tiempo estuvieron allí parados mirándose el uno al otro.


-¿Qué?


-¿Qué… qué?


-Habías empezado a decirme algo.


-¿Ah, sí? -ni siquiera lo recordaba.


Paula se tapó con el vestido, que había dejado apoyado en el sofá, pero era demasiado tarde; la imagen de su desnudez ya se había quedado grabada en la memoria de Pedro para siempre.


-Vale -dijo ella-. Estás empezando a ponerme nerviosa. Sé que me sobran unos kilos y que tengo estrías, pero deberías probar a quedarte embarazada de gemelos…


-No -respondió él después de quitarse la chaqueta y la corbata y empezando a desabrocharse la camisa al tiempo que se acercaba a ella, impaciente por sentirla cerca de él.


-¿No qué?


-Que no te sobra ni un gramo. Eres perfecta -le quitó el vestido de las manos y lo dejó caer al suelo-. Y no, no quiero quedarme embarazado de gemelos.


Con un solo dedo tembloroso, acarició la curva que formaba su pecho cubierto por aquel diminuto sostén. No podía aguantar las ganas de inclinarse y hacer con la boca lo que ahora estaba haciendo su mano. No podía parar, jamás había sentido algo como aquello.


Nada podría pararlo. Tenía que hacerla suya, pero no quería asustarla con tanto ímpetu. Le bajó los tirantes del sujetador y comenzó a besarle el escote. Sabía tan dulce, toda ella era tan dulce, que podría alimentarse de ella el resto de su vida.


Paula cerró los ojos, dando rienda suelta a las sensaciones que le provocaban los labios de Pedro paseándose por su cuerpo. Todo era tan nuevo, nadie la había tocado de esa manera. La acarició siguiendo el borde de las bragas y luego metiendo la mano por debajo de la tela.


Le bajó las medias hasta los tobillos entreteniéndose en cada centímetro de piel que quedaba al descubierto; allí podía sentir sus músculos poniéndose en tensión.


-Por favor -imploró ella, incapaz de soportar aquello por más tiempo, pero no sabía muy bien qué era lo que le estaba pidiendo.


Pedro volvió a ponerse de pie y la condujo hasta el dormitorio, iluminado por decenas de velas. 


También había una sola rosa color lavanda en la cómoda, y una botella de vino con dos copas. 


Aquellos dulces detalles la llenaron de emoción y ternura. Dos lágrimas rodaron por su rostro y ella no hizo nada por detenerlas.


-No llores, preciosa -la voz de Pedro también estaba entrecortada por la emoción y eso hizo que más lágrimas se agolparan en sus ojos-. ¿Necesitas sentarte?


-No -respondió ella y después se echó a reír-. Lo que necesito es que me hagas el amor.


-¿Ni siquiera un «por favor»?


Paula sonrió acordándose de la otra vez que habían mantenido esa misma conversación.


-¿Ayudaría en algo?


-Una mamá como tú debería saber que los modales son siempre importantes -respondió él con una sexy sonrisa.


Ella deslizó las manos hasta la abertura de su camisa y le acarició delicadamente el pecho cubierto de vello. Podía notarle el corazón latiendo como si fuera a explotar. Le gustaba la idea de que estuviera conteniéndose solo por ella. Acercó la boca a su oído para decirle con un susurro:
-Por favor.


Pedro la besó con una pasión que hizo que ambos se olvidaran al instante de las velas, la rosa y el vino. La suavidad dio pasó al deseo desatado. De alguna manera que ninguno de los dos podría recordar después, acabaron en la cama completamente desnudos. Las manos ásperas eran una delicia para la piel suave de Paula, que sonreía disfrutando de sus caricias. 


También ella pudo admirar su desnudez, el sabor de su piel contra la que apretaba su propio cuerpo sin ninguna inhibición. Con él nada le resultaba extraño, no se sonrojaba cuando le preguntaba si le gustaba que la acariciara donde o como lo estaba haciendo. Le encantaba todo lo que él le hacía, y le pedía más… hasta que finalmente le suplicó que la hiciera suya.


-Todavía no -susurró él-. He imaginado esto demasiadas veces.


Siguió acariciándola de un modo que ella jamás había soñado con llegar a experimentar y desencadenó en su interior una tormenta de placer tan intensa, que casi se parecía al dolor. 


Dentro de ella había un vacío que tenía que ser llenado urgentemente.


Al ver que él sacaba una cajita de la mesilla de noche, Paula pensó en los amiguitos que tenía guardados en el bolso; pronto llegaría su turno. Muy pronto.


Cuando por fin entró en ella, Paula se puso en tensión muy a su pesar.


-Hacía mucho tiempo -le explicó abrazándolo con fuerza.


-Lo sé. No te preocupes -le susurró él-. Yo haré que lo disfrutes. Confía en mí.




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