sábado, 26 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 12




Era uno de esos días maravillosos en los que varias cosas se unían para lograr la perfección: sol de verano tardío la terraza de un café Y una buena amiga. Allí, recostada en el respaldo de la silla, Paula se quedó unos segundos mirando a la gente que pasaba por la calle antes de contestar a la pregunta de Malena.


-Yo no he dicho que haya renunciado a poner mi propia tienda, es solo que parece que me va a resultar imposible hacerlo aquí, en Royal Oaks.
Llevo una semana haciendo llamadas y no he conseguido nada -le explicó con cierta frustración-. Admitámoslo, probablemente el local de Celina era el último sitio decente que quedaba en el barrio.


-¡Pero tiene que haber alguna manera de solucionarlo! Eres demasiado joven como para abandonar tus sueños.


Paula sintió una agradable sensación de calidez, y no era solo por el efecto del sol, era también gracias al apoyo incondicional de su amiga. 


Malena era una persona única a la que tenía la sensación de conocer de toda la vida cuando en realidad hacía solo once meses que eran amigas, desde que Paula había llegado a Detroit.


-No estoy abandonando mis sueños… únicamente están a la espera durante un tiempo. Seguramente este no sea el momento más adecuado. Anoche me llamó Celina y me preguntó si me importaba hacerme cargo de la tienda durante algunas semanas más. No podía decirle que no -dijo encogiéndose de hombros e intentando no dejar entrever la decepción que sentía-. Por el momento, con las antigüedades y los niños, tengo más que suficiente.


Malena apoyó los codos en la mesa y puso la sonrisa que se dibujaba en el rostro de todo el mundo, excepto de Paula, cuando les contaba alguna de las travesuras de los gemelos.


-¿En qué andan metidos esta vez?


-Solo te diré que Houdini y David Copperfield juntos no les llegan ni a la suela de los zapatos.


-¡No me digas que siguen desapareciendo!


-Esta semana solo cuatro veces. Pero sé que se quedan en algún rincón de la tienda, si no, no podrían volver tan rápido. Aunque… -se quedó con la palabra en la boca porque notó que alguien se acercaba a la mesa. Lo primero que vio fue la sonrisa de aprobación de Malena.


Entonces levantó la vista.


Y allí estaba en todo su esplendor el guapísimo desconocido. El corazón de Paula reaccionó de inmediato ante su presencia. Daba gusto mirarlo, solo el brillo amable de sus ojos evitaba que pareciera un tipo duro. En Paula se juntaron una mezcla de deseos libidinosos y nerviosismo por tenerlo tan cerca.


-Hola, súper detective -la saludó apoyándose en la barandilla que separaba la terraza del resto de la calle.


-Ho… hola -respondió ella tartamudeando muy a su pesar.


-¿Estás inmersa en alguna misión o simplemente estás disfrutando del día?


-En este momento no estoy de servicio -dijo continuando con la broma. Después le echó un vistazo a Malena, que la miraba con una sonrisa que parecía ocuparle toda la cara. Pensó que sería mejor avisarla con un ligero codazo de que iba a proceder a las formalidades-. Malena, este es…


Miró al guapísimo caballero. Sabía perfectamente cómo brillaban sus ojos cuando sonreía, y la estupenda visión que se obtenía observándolo cuando se alejaba caminando, pero no sabía cómo se llamaba. Esperó unos segundos de incómodo silencio a que él mismo dijera su nombre.


-Pedro… me llamo Pedro Miller -respondió por fin y pareció atragantarse con su propio nombre.


 «¿Quién era el que tartamudeaba ahora?»


-Pedro, esta es Malena McConnell.


-Hola, Malena, encantado de conocerte -le dijo sonriendo de nuevo-. Oye, a lo mejor tú podrías desvelarme un misterio.


-¿Cuál?


-El nombre de nuestra amiga. He sufrido una emboscada de sus hijos, la he pillado a ella fisgoneando, pero nunca me ha dicho cómo se llamaba.


-¡Pero, Paula! Se llama Paula Chaves, tiene veinticinco años, es soltera y le encantaría… -la presentación terminó abruptamente debido a la patada que le dio su amiga por debajo de la mesa.


-Ya es suficiente, Male.


-Solo intentaba ayudar.


-Entonces limítate al nombre -le ordenó más avergonzada que enfadada.


Malena sonrió con inocencia.


El guapísimo Pedro se quedó mirando a Paula unos segundos durante los cuales el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho.


-¿Te apetece cenar conmigo esta noche?


-No puedo… -las palabras salieron de su boca automáticamente.


-Yo cuido de los niños -la interrumpió Malena-. Así no tienes que preocuparte de buscar, y sobre todo de pagar, a una niñera.


Por un instante la sonrisa de Pedro se quedó helada, pero Paula no lo percibió ya que estaba demasiado ocupada en controlar el torbellino de sensaciones que le estaba provocando todo aquello. Decidió mirar hacia abajo para poder hacer lo que tenía que hacer de la manera menos dolorosa. Tenía que rechazar la invitación.


Había decidido alejarse de los hombres para recuperar su autoestima y dedicarse a los gemelos en cuerpo y alma; y todo ello tenía que hacerlo antes de conocer a alguien que realmente le interesara. El problema era que tenía la sensación de que Pedro pertenecía a esa categoría.


-La verdad es que en este momento no quiero salir con nadie -se las arregló para decir con la mayor seguridad posible.


-Entonces no lo consideres una cita oficial. Cenaremos en el restaurante italiano que está enfrente del local de tu vecino, ese por el que sientes tanta curiosidad; así podrás seguir espiando.


-De verdad, no puedo -esa vez ella misma se dio cuenta de lo poco sinceras que sonaban sus palabras.


-Sin presiones -contestó él con esa voz sexy y profunda con la que sería capaz de convencerla de que saliera desnuda a la calle cual Lady Godiva-. Mira, yo voy a estar allí a las siete en punto, en la mesa que hay junto a la ventana y, quién sabe, a lo mejor pasas por allí y te apetece comer algo. Espero que así sea - añadió muy serio antes de alejarse de ellas.


Por algún sorprendente motivo, Malena mantuvo la calma hasta que, unos segundos después, se acercó a la mesa un mozo de una floristería.


-¿Paula Chaves?


Cuando la mencionada asintió, él le entregó una cajita larga y estrecha.


-¡Vamos, ábrelo!


Paula intentó actuar con tranquilidad, aunque eso era precisamente algo que no sentía en absoluto. La delataron los dedos temblorosos al abrir la cajita.


Era una rosa, una esbelta rosa azul lavanda, su color preferido, que desprendía un aroma maravilloso. Aquello era increíble, pensó mientras un escalofrío le recorría la espalda.


Debajo de la rosa había una pequeña tarjeta que decía: «Sin presiones».


-Como no vayas a cenar con él, ¡iré yo! -amenazó Malena sin dejar de mirar la rosa.


-Vaya, Male. No creo que a Dani le hiciera mucha gracia.


-Entonces será mejor que vayas tú y más te vale ponerte guapísima. Si no lo haces, Paula Chaves, será un verdadero crimen -añadió levantando la voz.


-Habla más bajo, por favor.


-Lo único que quiero es que hagas algo. Te aviso de que estás en peligro de convertirte en una persona aburrida, muy aburrida.


Aquello hizo que Paula reaccionara por fin; Malena había descubierto su mayor miedo. A veces resultaba realmente difícil criar sola a dos niños y quizá eso había hecho que se volviera demasiado estricta y metódica. Pero…, ¿aburrida? ¡Ni hablar!


-¿Podrías venir por los niños a las cuatro? -le preguntó a su amiga, que recibió las instrucciones con una enorme satisfacción.


El aburrimiento iba a salir de su vida inmediatamente.


O a lo mejor no. Paula miró el reloj: las seis y cincuenta y cinco. Descorrió las cortinas lo justo para poder comprobar si él ya había llegado a La Bella Italia. Efectivamente, allí estaba, sentado en la mesa de la ventana, una mesa preparada para dos.


Volvió a cerrar las cortinas de golpe y deseó con todas sus fuerzas no haberse dejado convencer para meterse en aquella locura. Y allí estaba ella; pintada y con un vestido que hacía mucho por su figura pero muy poco por su comodidad. 


Volvió a mirar rápidamente hacia la ventana del restaurante. Estaba histérica por algo que ni siquiera era una verdadera cita.


Estaba demasiado aterrada para pensar en la posibilidad de disfrutar un poco, o quizá mucho.


No debería ser tan difícil, lo único que tenía que hacer era cruzar la calle, no era más que una inocente cena. No debería ser tan difícil abrir su vida a alguien más… confiar en alguien. Pero sí lo era, el cretino de Aldo se había encargado de que lo fuera.


El reloj dio las siete.


«Pedro… Aldo. Pedro… Aldo. Pedro… Aldo. Pedro… Aldo», parecían decir las manecillas al moverse. Paula se dio cuenta de que, con solo pronunciar el nombre de Pedro, su cuerpo se llenaba de una especie de cálida emoción que no había sentido jamás, era una especie de luz que la llenaba por dentro. 


Levantó la cabeza, agarró su bolso y salió del apartamento. Su alejamiento de los hombres acababa de ser oficialmente cancelado.




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