sábado, 30 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 16




-Ya te dije que sólo era un moratón.- lo regañaba media hora después, mientras el Bentley atravesaba las calles de Londres. Después de comprobar que no tenía nada roto, Guy Deverille le había dado un analgésico y un antiinflamatorio y le aconsejó que descansara el hombro lo más posible durante unos días.


-Sí, es verdad, me lo dijiste -murmuró Pedro, sin levantar la cabeza del ordenador.


Como no había tenido que tomar el tren, llegaba temprano a casa. Podría ir a buscar a Maia a la guardería y así Nora, su vecina, no tendría que hacerlo. Y podría estar más tiempo con su hija. Odiaba dejarla sola tanto tiempo, pero el banco no compartía su angustia, por supuesto.


El chófer aparcó delante de su casa y Paula se volvió hacia Pedro, con el corazón en un puño. 


Adiós a su trabajo y, quizá, a su casa si no encontraba otro pronto. Y, desde luego, era adiós al hombre más interesante que había conocido en mucho tiempo. Porque no volvería a ver a Pedro Alfonso. Desde luego, no se movían en los mismos circulos.


-Mañana no vayas a trabajar. Pero te espero el miércoles a las nueve en punto.


-¿Qué? Pensé que no querías que siguiera trabajando para ti.


-¿Y por qué pensabas eso? No ha sido el mejor primer día del mundo, lo admito. La visita de la policía ha sido un momento particularmente desagradable, pero además de esas pequeñas catástrofes tu trabajo es excelente y yo necesito una secretaria. Estoy seguro de que va a ser un placer trabajar contigo. 


¿No iba a despedirla? 


Aparentemente, no.


No habría más flirteo, pensó Paula entonces. Nada de la tensión sexual que había habido entre ellos en el parque. Ahora que Pedro la creía una mujer casada, eso estaba descartado. 


Además, sólo tenía interés en ella por sus habilidades como secretaria.


Debería sentirse aliviada, pero cuando subió los escalones de su casa y Chris le abrió la puerta se echó en sus brazos y se puso a llorar.


-¿Qué tal el día? -preguntó su hermano, que había desarrollado un fuerte acento neozelandés desde que se mudó allí con sus padres-. Veo que no muy bien.


-No tienes ni idea -suspiró Paula, secándose los ojos con un pañuelo-. Sé que sueno como mamá, pero... ¡cómo has crecido!


Chris sonrió.


-Sí, bueno, hace dos años que no nos vemos.
Supongo que todos hemos cambiado. Aunque tú no has crecido nada -bromeó.


-Tonto.


-¿Dónde está mi sobrina?


-Maia sí ha crecido. Está en la guardería hasta las cinco.


-¿Ahora trabajas hasta las cinco?


-Sí, no tengo más remedio -suspiró Paula.


-Mamá me dijo que el imbécil de tu ex marido ganó el juicio. No puedo creer que le dieran un porcentaje del valor de la casa cuando la compraste tú con el dinero que te dejó la tía Viviana.


-Con ese dinero sólo di la entrada, Chris -explicó ella-. La hipoteca está a nombre de los dos y, técnicamente, Leo tenía derecho a su parte.


-Pero si eres tú quien está pagando la casa...


-Sí, bueno, parece que el juez no se dio cuenta de eso. Podría venderla, pero después de pagar la hipoteca, al abogado y todo lo demás me habría quedado sin nada. Además, no quiero sacar a Maia de aquí. Le encanta el jardín y su conejo... y Nora y Carlos, los vecinos de al lado, son maravillosos con ella. Si nos fuéramos, los echaría mucho de menos.


-Lo sé -murmuró Chris-. Pero sigue pareciéndome injusto. Leo nunca ha pagado un céntimo por la manutención de la niña y, por su culpa, tú te ves obligada a trabajar para un demonio de jefe que te hace llorar.


-Pedro Alfonso no es tan malo. Hoy era mi Primer día y... en fin, había muchas cosas que aprender.


La leccion mas importante era mantener las distancias. Chris lo habia llamado «demonio», pero siendo justa debía reconocer que no lo era.


Era exigente, sí, pero pagaba bien y llevarla a su médico había sido un detalle que pocos jefes tendrían con un empleado. Además, quería demostrarle que ella era una secretaria excelente y si, para hacerlo, no tenía que mirarlo a los ojos nunca más, no lo haría.


-Papá y mamá te mandan un beso -dijo Chris. interrumpiendo sus pensamientos mientras entraban en el salón, lleno de cajas-. Junto con un montón de cosas para Maia.


-¡Por favor!


-Debo advertirte que quieren que vayas a Nueva Zelanda. Te echan mucho de menos. Bueno, yo también.


-Yo también os echo de menos -suspiró Paula, pensando en sus padres, que estaban deseando jubilarse cuando ocurrió la tragedia. Su hermana mayor, Fer, había emigrado al país de su marido, Nueva Zelanda, pero había sufrido una apoplejía mientras daba a luz a su primera hija. Creyendo que Paula estaba bien en la universidad estudiando Arte, Nicolas y Maria Chaves se habían mudado a Nueva Zelanda para atender a su hija durante su lenta recuperación.


Había sido un momento terrible. Ella adoraba a su hermana, pero fue entonces cuando descubrió que estaba embarazada de Maia. La promesa de su novio, Leo, de estar a su lado le había parecido una bendición en ese momento y, cuando le pidió que se casara con él, Paula aceptó para no darle más disgustos a sus padres... a pesar de que su relación nunca había sido buena del todo.


Desgraciadamente, Leo sólo le había dado problemas y preocupaciones. El matrimonio fue un desastre desde el primer día. Sólo cuando descubrió que sus constantes infidelidades no le dolían en absoluto admitió que la relación se había roto definitivamente. Los extravagantes gastos de Leo no habían ayudado nada, pero pagar sus numerosas deudas y hacerse cargo de las facturas por tarjetas de crédito era un pequeño precio por su libertad.


-He pensado en irme a Nueva Zelanda, no te creas, pero mamá y papá ya tienen suficientes preocupaciones con Fer. Además, los problemas que tengo son culpa mía. Todo el mundo me advirtió contra Leo y yo no hice caso. Quizá si no me hubiera quedado embarazada habría visto lo que era en realidad... pero descubrir que estaba esperando a Maia fue una sorpresa mayúscula y, tontamente, me sentí tan agradecida cuando él prometió seguir a mi lado... En fin, errores que comete una, Chris. Así es la vida.


-Sí, ya me imagino.


-Además, Fer estaba enferma entonces y yo no quería darle más quebraderos de cabeza a papá y mamá.


-Pero ahora está mucho mejor...


-Sí, lo sé, pero sigo pensando lo mismo. Ahora soy una mujer adulta, tengo mi propia casa y puedo cuidar de mí misma y de mi hija. No puedo pedirle ayuda a papá y a mamá cada vez que tengo un problema.


-Siempre has sido muy valiente. - sonrió su hermano.


-No sabes como me alegro de tenerte en casa -dijo Paula. abrazándolo.


-Yo también me alegro mucho de verte.


-Es muy buena idea lo de tomarse un año libre al acabar la universidad. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?


-Un par de meses, si no te importa.


-Claro que no.


-Tengo que buscar trabajo y ahorrar algo de dinero antes de seguir viajando, pero ahora vamos a buscar a mi sobrina. Estoy deseando verla.






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