sábado, 23 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 35





El lunes por la noche, Paula se quedó trabajando hasta tarde en el estudio. Quería terminar la primera parte de una escultura que había empezado, antes de que Pedro regresara. 


Lo había echado mucho de menos y sólo iba a pasar un día en Youngsville antes de marcharse a Wisconsin y de que tuvieran que separarse de nuevo. Paula se preguntaba si se habría precipitado al rechazar la invitación que le había hecho Pedro para que pasara las vacaciones con su familia. Se lo había contado a Silvia, Yanina y Lila, y ellas la habían animado para que fuera con él. También le habían dicho que quizá si le contara a Pedro qué era lo que la preocupaba de su futuro en común, él la comprendería mejor.


Justo cuando pensaba en ello, alguien llamó al timbre. Miró por la mirilla antes de abrir y vio que David estaba al otro lado de la puerta.


—David, ¿qué estás haciendo aquí?


—Oh, pasaba por aquí. Vengo de visitar a otro artista, he visto luz en tu estudio y… ¿Te importa que entre?


—Uh… no. Pasa, pasa. Estaba a punto de marcharme a casa —explicó Paula.


Lucy se acercó y olisqueó a David.


—Oh, ¿traes al perro aquí a menudo? —preguntó.


—Me hace compañía —contestó ella.


—Qué simpático —David se agachó y acarició a Lucy—. Buen perro —murmuró. Paula notó que realmente no le gustaban los perros y que lo hacía por quedar bien. Normalmente habría ofrecido un café o algo de beber a sus visitas, pero por algún motivo, no quería que David se sintiera muy cómodo.


Comenzó a recoger las cosas y preguntó:
—¿Querías decirme algo? Sobre la exposición, quiero decir —quería saber por qué la había ido a visitar.


—No, en realidad no —David paseaba por el estudio mirando algunos de los bocetos de Paula. Llevaba un jersey de cuello vuelto y una chaqueta de cuero. Paula sentía que la observaba mientras ella recogía, pero no levantó la vista para mirarlo. Sabía que tenía un aspecto horrible, pero no le importaba. Iba vestida con su ropa de trabajo, un peto lleno de pintura y una camiseta vieja. Tenía el pelo recogido para que no la molestara mientras utilizaba el soplete, y no llevaba nada de maquillaje. Como tenía los ojos irritados a causa de los productos químicos que utilizaba, se había puesto las gafas.


—¿Ha regresado ya Pedro? —preguntó él.


—Llega mañana por la noche. Iré a recogerlo al aeropuerto.


—¿De veras? —dijo David con sorpresa—. ¿Es que no puede tomar un taxi? —bromeó.


—Quiero ir a recogerlo —dijo ella, y lo miró a los ojos.


Él se cruzó de brazos.


—Sí, recuerdo que me dijiste que teníais una relación seria.


Paula lo miró, pero no contestó. Sentía que él intentaba acosarla de algún modo. Decidió que lo mejor sería ignorarlo y tratar de marcharse de allí cuanto antes.


—Paula, sé que no te conozco bien, pero te considero una amiga. He estado pensando acerca de tu relación con Pedro, y sinceramente, estoy preocupado —dijo él.


—¿Preocupado? ¿Sobre qué? —preguntó ella. 


«Oh, cielos. Tenía que haberme escapado antes», pensó.


David se acercó a ella y le dijo:
—Bueno, por un lado… ¿no crees que Pedro es un poco mayor para ti?


—¿Mayor? —Paula se puso la chaqueta—. No seas ridículo. Nos llevamos muy bien —dijo ella.


—Lo hacéis ahora, por supuesto. Todo el mundo se lleva muy bien al principio —dijo él—. Pero dentro de diez, o de quince años, puede que pienses de otra manera.


Paula respiró hondo. Ese hombre tenía coraje. Le puso la correa a Lucy y agarró su mochila.


—Gracias por interesarte. Pero no creo que tengas que preocuparte por cómo me sentiré dentro de diez o quince años, David —le dijo cortante—. Creo que es la hora de irse. Tú primero —le ordenó—. Tengo que apagar las luces y cerrar.


—De acuerdo —dijo sin más.


Paula apagó las luces. Esperaba que él saliera, tal y como ella deseaba, pero no lo hizo.


—Lo siento si te ha molestado lo que he dicho, Paula —dijo él con suavidad—. Sé que Pedro ha hecho mucho por ti… pero ahora tu vida va a cambiar muy rápido —la agarró del hombro—. La verdad es, que yo puedo hacer mucho por ayudarte en tu carrera.


Paula estaba tan sorprendida por su insinuación que se quedó sin habla. La luz de la calle se filtraba por las ventanas, y en la penumbra, parecía que David iba a besarla.


Ella abrió la puerta para salir de allí.


Nada más abrir la puerta, Lucy tiró de la correa y comenzó a ladrar. Paula levantó la vista y al ver a Pedro en la acera, junto a la puerta, sintió que le daba un vuelco el corazón.


Se puso la mano sobre el pecho y exclamó:
—¡Pedro! Me has dado un susto de muerte. ¿Qué estás haciendo aquí?


Lucy consiguió que Paula soltara la correa y se acercó a Pedro moviendo el rabo. Él la acarició y dijo sonriente:
—He conseguido escaparme de Chicago un día antes. Quería darte una sorpresa.


—Estoy muy contenta de verte —le dijo Paula. Se acercó a él, lo abrazó y lo besó. 


Cuando Pedro levantó la vista, ella sintió que se ponía tenso.


—David… ¿qué estás haciendo aquí?


Paula casi se había olvidado de él. Soltó a Pedro y se volvió. David estaba en el umbral de la puerta, sonriendo.


—Ah, el héroe ha regresado, con todo su equipaje —comentó David. Paula no se había dado cuenta, pero Pedro tenía una maleta y un maletín a sus pies. Era evidente que acababa de llegar en taxi desde el aeropuerto.


—Sí, aquí estoy. Pedro, al rescate —contestó con frialdad.


—Nada que temer, viejo amigo. Solo estoy de visita —dijo David—. ¿Qué tal el viaje?


—Excelente. Ha sido muy fructífero —contestó Pedro con seriedad.


—Me alegro —comentó David. Salió a la calle y se dirigió hacia su coche—. Buenas noches —se despidió.


Pedro y Paula le dijeron adiós. Después Pedro la miró. Ella se sintió incómoda al ver la expresión de su rostro, e inmediatamente se sintió culpable, como si tuviera algo que ocultar. Cuando en realidad, no había hecho nada malo.


Decidió ignorar la expresión de Pedro y actuar con normalidad.


—Debes de estar muy cansado.


—Estoy agotado —admitió él.


—Vamos a casa, y yo cuidaré de ti —dijo ella. 


Se agachó y agarró el maletín. Él se colgó la maleta en el hombro.






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