sábado, 23 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 34





La cena con Tomas Pendleton fue mejor de lo que Paula esperaba. Tomsd era un hombre más serio que David, pero bastante amigable. Ambos estuvieron hablando de arte durante toda la cena, tanto de lo que había en el país, como de lo que acontecía en Europa. Paula añadía algún que otro comentario acerca de cosas que había leído o de exposiciones que había visitado.


Después le preguntaron por su trabajo en Colette y admiraron el colgante de plata y amatistas que llevaba y que también había diseñado.


—¿Lo ves? —dijo David—. Tiene mucho talento. Quizá debiéramos exponer algunas de sus joyas —le dijo a Tomas.


Tomas sonrió.


—Creo que podemos comenzar con las esculturas, de momento —miró a Paula—. No queremos saturar a nuestra clientela.


—Por supuesto que no —contestó Paula.


No estaba segura de qué decir. Estaba agotada y deseaba irse a casa. No quería perderse la llamada de Pedro. Tenía muchas cosas que contarle.


Finalmente, Tomas le pidió la cuenta al camarero. David le preguntó a Paula si quería que la llevara a casa. Paula sabía que Amber Court no lo pillaba de camino puesto que él había mencionado que vivía en el barrio de la joyería. Pero no tuvo tiempo de contestar. El teléfono móvil comenzó a sonar, y lo sacó del bolso para contestar.


Era Pedro. Estaba muy contenta de oír su voz, a pesar de que en el restaurante había mucho ruido y no oía bien.


—¿Pedro? Apenas puedo oírte —dijo Paula. Se puso de espaldas a la mesa y se tapó el oído con la mano.


—¿Dónde estás? No estás en el estudio —dijo Pedro.


—Estoy cenando con David y Tomas, su socio —le explicó Paula—. David quería que nos conociéramos. Estamos a punto de marcharnos.


Sabía que los dos hombres estaban pendientes de su conversación, así que no podía ser todo lo clara que deseaba. No podía contarle a Pedro que David había insistido mucho para que ella aceptara la invitación, ni cuáles eran sus impresiones sobre la pareja. Tendría que esperar.


—Bueno, pues me alegro de haber podido hablar contigo —contestó Pedro.


—¿Puedo llamarte un poco más tarde? Pronto llegaré a casa —dijo Paula.


—No… no creo que puedas. Estoy en Seattle, ¿recuerdas? Aquí son solo las ocho. Voy a salir a cenar. No volveré al hotel hasta tarde.


—Entonces, quizá mañana —dijo ella—. Estaré en el estudio todo el día.


—Yo estaré todo el día de viaje —dijo él—. Pero intentaré llamarte por la noche.


—Vale —dijo Paula. Quería decirle lo mucho que lo echaba de menos y que no podía esperar a verlo, pero sabía que David y Tomas estaban justo detrás—. Buenas noches, Pedro. Mañana hablamos —le dijo.


Pedro le dijo adiós y colgó el teléfono.


Paula suspiró y guardó el móvil en el bolso. Tomas ya había pagado y el camarero se estaba alejando de la mesa.


—¿Ocurre algo? —preguntó David.


—No… nada —le aseguró Paula—. Gracias por esta cena estupenda. Ha sido un placer conocerte, Tomas —añadió.


—Lo mismo digo, Paula. David me había hablado tan bien de ti, que le dije que no podía esperar más para conocerte —dijo entre risas—. Eres todo lo que él prometía, y más.


Paula sintió que se sonrojaba, pero trató de ignorarlo.


—Bueno, gracias otra vez por fijaros en mi trabajo. Espero que os sea útil.


—Seguro que sí —le aseguró Tomas.


—No tengo ninguna duda —dijo David—. ¿Acaso dudas de mi gusto, Paula?


—No, para nada —contestó con una sonrisa.


Los dos hombres se levantaron, y David ayudó a Paula a separar la silla de la mesa. Salieron del restaurante, y una vez fuera, Paula tuvo que insistir en que tomaría un taxi para volver a casa y no aceptar la oferta de David.


Cuando llegó a casa, llamó al hotel donde se alojaba Pedro y pidió que conectaran el contestador para dejarle un mensaje. Sabía que se había marchado, pero quería dejarle un mensaje privado diciéndole que lo echaba de menos y que deseaba verlo.


Al día siguiente, Pedro la llamó al estudio. Había oído el mensaje, y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Hablaron durante largo rato y se enviaron varios besos por teléfono. Paula se descentró tanto, que tuvo que salir a dar un paseo con Lucy antes de ponerse de nuevo a trabajar.


Pedro regresaba el martes por la tarde, y Paula se había ofrecido a ir a recogerlo al aeropuerto. 


Al principio, él le dijo que no hacía falta, pero al ver que insistía, cedió. Parecía encantado de saber que ella tenía muchas ganas de verlo.


Paula no podía esperar más.

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