sábado, 28 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 30



El auditorio de la iglesia que usaban como sala de reunión, estaba lleno. Paula se alisó la falda nerviosa. Había asistido a muchas reuniones, pero nunca vio a tanta gente. Se dio la vuelta para mirar a Aaron, buscando que la tranquilizara. Pero quien estaba sentado a su lado era Pedro.


Aquella tarde se había negado a hablar con él y se arrepentía de lo que hizo. Él intentó acercarse, pero ella lo ignoró, aunque no sin esfuerzo. A la hora de acudir a la reunión, aceptó ir con Aaron en su coche.


—Todo va a salir bien—dijo Pedro con suavidad.


Ella intentó mirar a otra parte, pero sus ojos la atraían con aquel extraño poder que no podía resistir. Volvió a sentir calma y seguridad y se preguntó cómo podía conseguirlo, al mismo tiempo que la hacía sufrir de aquella forma.


—Señoras y señores… —empezó el alcalde, que estaba de pie en el estrado con el micrófono—. Tengo que anunciarles algo. En vista de los acontecimientos de esta tarde, se ha decidido que la reunión se limite a tratar un tema. Y este asunto también va a ser despachado rápidamente. Resumiendo: se trata de la voluntaria retirada de la petición de una investigación de la posible violación del uso del suelo —comentó el alcalde mirando a Paula con una sonrisa—. Creo que desde la semana pasada, se ha visto claramente que Paula Chaves y sus amigos forman parte de esta comunidad. Y quiero darle las gracias al señor Peterson por retirar los cargos. Con esto declaro clausurada la reunión.


Toda la sala estalló en aplausos y Paula se vio rodeada de gente que la abrazaba y le daba la enhorabuena.


—¿Qué os parece esto?


—¡Estupendo!—dijo Mateo riéndose.


—¡Vamos a celebrarlo! —sugirió Sebastian.


—Id vosotros —comentó Paula—. Yo me voy a casa. Y no me deis las gracias, dádselas a Pedro. Él es el que lo ha conseguido.


—De parte de todos, gracias. Pedro —dijo Aaron—. Tú nos has llevado a hacer lo que debíamos desde hace mucho tiempo.


—Sólo necesitabais un empujoncito —declaró Pedro—. Lleváis tanto tiempo luchando, que se os olvidó cómo hacer las paces.


Paula no aguantó más, se dio la vuelta y echó a correr hacia la puerta, en medio de la gente. Los otros se dieron la vuelta y miraron a Pedro, quien se había quedado blanco. Dio un paso hacia delante para seguirla, pero se detuvo.


—Toma —dijo Aaron dándole las llaves de su coche—. Llévala a casa. Está agotada. Nosotros iremos en la camioneta.


Pedro asió las llaves y salió corriendo.


Cuando la alcanzó, se sorprendió de que ella no se resistiera y comprobó que estaba agotada.


Cuando estaba a punto de entrar en el coche, sintió una helada ráfaga de aire. Aquella noche no había viento, pero al darse la vuelta, lo comprendió. En la puerta del auditorio, junto a Ray Claridge, estaba Henry Willis. Sintió ganas de acercarse a ellos, pero en aquel momento necesitaba llevar a Paula a casa.


En todo el camino a casa la chica no dijo nada. 


Se quedó de pie en la puerta del salón mientras Pedro encendía la chimenea. Cuando se levantó, vio que seguía de pie en el mismo sitio, con las manos entrelazadas, temblando. 


Fue hacia ella y la abrazó, ignorando una pequeña protesta. La llevó a su habitación y la dejó en la cama mientras encendía la luz.


—No —murmuró ella mientras él le quitaba los zapatos, pero sin convicción.


—Necesitas descansar, Pau. Sólo eso, descansar.


Necesitó de todo su autocontrol cuando empezó a desabrocharle el vestido. Sobre todo cuando el vestido se deslizó por sus hombros y reveló la ropa interior de seda color verde esmeralda. 


Contuvo la respiración. No se esperaba aquella sorpresa, las prendas de seda tan sensuales. 


Debía comprarlas en Portland.


Sabía que intentaba distraer su mente con cosas como aquellas, para no pensar en lo atractiva que era.


—Necesitas descansar —murmuró con voz ronca, más para recordárselo a sí mismo que para convencerla. Cuando salió de la habitación, pensó que dejarla allí era lo más difícil que hubiera hecho en su vida.



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