sábado, 28 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 34




La atrajo contra sí, besándola. Sus labios eran cálidos y suaves. El calor la invadió cuando introdujo la lengua en su boca, acariciando sus dientes. Ella también le acarició con la lengua y él respondió con fuerza, aplastándole los labios contra los suyos.


Echó las almohadas a un lado, dejándola encima de él, sintiendo la presión de su cuerpo bajo el albornoz. Deslizó las manos dentro y empezó a quitárselo poco a poco, desnudando las tentadoras curvas de sus pechos. Paula gimió al sentir que sus pezones se contraían bajo su mirada. Los tomó con las manos y un intenso calor le invadió al sentir su reacción ante una sola caricia. Aquellos dos puntos eran una tentación demasiado grande para poder resistirla y levantó la cabeza para saborearlos con la lengua, haciendo que Paula se arqueara y se echara hacia atrás con los ojos cerrados.


Levantó la vista y vio la delicada curva del cuello, el temblor de sus senos que se inclinaban hacia él, húmedos por sus besos y no pudo evitar un ronco gemido mientras se lanzaba hacia delante, atrapando con los labios uno de los pezones y tirando de él. Sintió la respuesta de Paula en la exclamación jadeante, en la presión de su cuerpo, en la forma en que se entregaba a él.


Pedro. ¡Oh, Pedro!


—Lo sé, Pau, lo sé…


Le quitó del todo el albornoz que cayó al suelo.


Él se quitó el calzoncillo y la apartó un momento para echar a un lado las sábanas, necesitaba sentir su cuerpo desnudo. La colocó bajo él, dejando que su peso cayera sobre su cuerpo. 


Ella podía sentir su masculinidad tensa contra ella, haciéndola sentir un deseo y una necesidad que no conocía hasta entonces. Lo abrazó acariciándole los fuertes músculos de la espalda. El cuerpo de Pedro era hermoso y ahora estaba entre sus brazos, desnudo y excitado, haciéndola sentir cosas que eran desconocidas para ella. Intentó decírselo con frases entrecortadas.


—No, Paula. Eres tú la que es hermosa. Lo sabes, ¿verdad?


—Sé que tú haces que me sienta así —dijo, arqueándose contra él, que le besaba los pezones.


—Lo eres, por dentro y por fuera —insistió, mordiéndole el pezón de forma que la hizo gritar de placer.


Con una rodilla entre sus piernas, empezó a separárselas, pero no tuvo que forzarla, pues ella las abrió para él. Paula lo abrazó, deslizando sus manos por la espalda hasta el trasero, apretándolo contra ella todavía más. Lo hizo sin pensar, sabiendo que no podía soportar el vacío en su interior ni un momento más y él era el único que podía llenarlo. Pedro era el único que podía satisfacer su deseo.


—Paula, ¿estás segura?


—Sí. Te necesito, Pedro.


—Te deseo… no sé si podré ir muy despacio…


—No importa —susurró—, sé que me dolerá un poco al principio…


—¿Doler? ¿Quieres decir que nunca…? Claro que no, después de lo que ese maldito te hizo…


Pedro, no importa. Eso no tiene nada que ver con esto, con nosotros.


—No, nada que ver.


Volvió a besarla. Era virgen. No quería hacerle daño; ya había sufrido demasiado. Pensó que quizá podía evitárselo.


—Paula, si quiero, puedo no hacerte ningún daño.


—No, Pedro. No quiero esas cosas entre nosotros. Estamos juntos aquí y ahora. Esto es real y no quiero otra cosa que la realidad. Sólo tú y yo.


Aquello le llegó hasta lo más hondo de su corazón e hizo desaparece todas las dudas que pudiera tener. Empezó a besarla en los labios, en el cuello, en las suaves curvas de sus senos, en el estómago, desde la cadera hasta la parte interna de los muslos.


Cuando la levantó contra su boca, separando los rizos cobrizos con la lengua, Paula no pudo reprimir un grito. Aquel beso íntimo provocó una intensa oleada de calor, de oro líquido que la recorrió. Él la torturó con caricias rápidas, hasta que ella se deshizo en completo abandono.


Cuando le gritó que no aguantaba más, se movió sobre ella y con su propia carne penetró en el calor que había creado en su interior. 


Jadeó al sentir el contacto de su cuerpo húmedo cuando se entregó a él. Ella se estremecía entre sus brazos, gimiendo, acariciándole la espalda. Intentó ir despacio, pero Paula se levantó contra él, haciéndolo llegar más hondo, hasta que sintió la frágil barrera.


—Por favor, Pedro —jadeó.


Aquella simple súplica lo hizo perder el control y con un movimiento compulsivo de las caderas se lanzó hacia delante. Paula dio un pequeño grito de dolor, pero quedó olvidado inmediatamente, ante la maravilla de sentirlo dentro de ella. La sintió estremecerse, pronunciar su nombre con voz enronquecida por el deseo, que la hacía casi irreconocible; sentía el latir de su masculinidad que invadía su cuerpo con dulzura. La satisfacía más allá de lo que esperaba, llenando aquel vacío como si nunca hubiera existido.


Luego empezó a moverse. Con largos y pausados movimientos, hasta que ella empezó a mecerse con él, levantando las caderas contra su empuje, hasta que él entró en un ritmo frenético. Paula volaba con él, elevándose cada vez más alto y la única conexión con la tierra era su nombre, que él pronunciaba una y otra vez.


—Paula… no puedo… más.


Ella le clavó las uñas en la espalda y le mordió el hombro, pero no pudo asombrarse de sí misma porque en aquel momento su cuerpo alcanzó una explosión que ni siquiera había podido imaginar. Todo su ser se desintegró en un estallido de calor, luz y fuego. Gritó su nombre en voz alta y él la abrazó con más fuerza, pronunciando entrecortadamente su nombre mientras estallaba dentro de ella, derramando el deseo de muchos años en lo más profundo de su cuerpo.




2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyy, cuánto amor entre ellos. Ojalá lo dejen ahí a Pedro y no se tenga que ir.

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  2. Por fin no hay más secretos entre ellos... Que hermoso que hayan concretado su amor!

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