sábado, 28 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 33




Pedro sintió la luz y el calor a través de los párpados cerrados; lo necesitaba, se sentía débil y agotado. Movió la cabeza en la almohada, deseando volver a dormir, pero recordó que debía hacer algo. No, tendría que esperar. Estaba demasiado cansado.


Abrió un ojo, luego el otro y parpadeó a causa de la luz. Se dio cuenta de que estaba en la cama de Paula y se incorporó, sorprendido. 


Entonces se encontró mirando a un par de ojos color esmeralda.


De repente lo recordó todo, con una claridad dolorosa. Y se dio cuenta de que Paula sabía que algo no era normal. Él esperaba que ella no se enterara, pero fue inevitable. Paula se movió en la silla y se inclinó hacia él.


—Eso era lo que ibas a decirme, ¿verdad?


Él suspiró y dijo que sí con la cabeza.


—¿Me lo cuentas ahora?


Desesperadamente intentó evitar hablar de ello, ahora que ella sabía que no era normal. Desde su punto de vista, él era inhumano.


—¿Cómo está Marcos?


—Está bien. No se acuerda de nada, o al menos no lo dice. Los demás os bajaron de la colina. 
Les dije que te habías caído al rescatar a Marcos. El doctor estuvo aquí y cree que Marcos se pondrá bien, aunque no entiende cómo. Tampoco sabía qué te pasaba a ti y quería llevarte a la clínica para hacerte algunas pruebas. Le dije que esperara y que lo llamaríamos si no te habías despertado a medio día, que es cuando irá a llamar a la policía. Tiene que hacerlo, por la herida de bala, pero esperará porque yo se lo pedí.


Paula hizo todo a la perfección, lo mismo que él habría hecho si hubiera podido.


—¿Y bien? Cuéntame.


—¿Para qué? Tú ya habrás tomado tu decisión, ¿verdad?


—Sí —dijo ella con tranquilidad—. Pero quiero saberlo. Me dijiste que tenía derecho a saberlo.


—Eso fue…


Se interrumpió. Era evidente que ella ya no lo amaba, así que la razón por la que debía saberlo todo ya no existía. Ahora él era un monstruo, un bicho raro al que habría que evitar.


—Ayúdame a entenderte —dijo ella con emoción.


—¿Por qué no? Ya he roto todas las demás normas.


Se incorporó un poco en los almohadones y la miró. Parecía tan vulnerable acurrucada en un viejo albornoz. Pensó que al menos debía intentar que comprendiera. Puede que ya no lo quisiera, pero no podía soportar la idea de que lo encontrara repulsivo.


—¿Qué normas?


—Esto empezó hace muchísimo tiempo, Paula. Un grupo de… gente, no se me ocurre otra palabra, descubrió un planeta habitado por una raza de criaturas a las que encontró fascinantes. Durante mucho tiempo se limitaron a estudiarlas, observando cómo cambiaban, cómo crecían, aunque no siempre para bien. Ten paciencia, Paula, es una historia muy larga. Esta gente tenía sus propias leyes que no les permitían intervenir. Pero encontraron una forma de burlarlas. Empezaron a reclutar gente, a gente de este planeta.


Pedro, si esto es una explicación, no me estoy enterando de nada. Quiero saber de ti.


—Está bien. Ya voy. Todo empezó en una mina de carbón en Kentucky. Hubo una explosión y un derrumbe. Murieron veinte hombres y el resto estaban moribundos. No había ninguna esperanza de rescate y el sitio estaba lleno de gas venenoso. Uno de aquellos hombres que todavía estaba vivo, empezó a tener alucinaciones. O al menos eso fue lo que pensó. De repente apareció un hombre ante él, un hombre que respiraba con normalidad como si no hubiera gases. Y le ofreció una manera de salir, algo así como un trabajo, si estaba de acuerdo con todas las condiciones.


—¿Un trabajo?


—Para hacer aquello que ellos no podían, ir a los sitios donde algo estaba a punto de estropearse y ayudar a las personas que lo merecían. Ellos le darían los conocimientos que necesitara y un poco de… ayuda para empujar las cosas en la dirección adecuada. Bueno, pues este hombre se imaginó que de todas maneras estaba muerto, así que dijo que sí. Total, no importaba porque aquello era sólo una alucinación. Pero no lo era.


Pedro


—Sé que parece una locura, pero de repente se encontró fuera de la mina. Al sol. Respirando. Y pasó una semana, según el tiempo de ellos, aprendiendo las normas.


—¿Su tiempo?


—Sí. El tiempo para ellos es muy distinto. Un mes aquí es como un día para ellos.


—¿Y las normas?


—Nada de violencia, ni mentiras, excepto por omisión. No intervenir en nada que no tenga influencia directa en el trabajo que te hayan asignado. Y sobre todo, que nadie averigüe quién o qué eres.


Él veía la duda en sus ojos.


—Lo sé, Paula. Al principio tampoco lo creía.


Pedro, ¿tú eras el hombre que estaba en la mina? —preguntó Paula. Pedro asintió—. ¿Cuándo fue eso?


—El veintinueve de septiembre.


—¿De qué año, Pedro?


—Creo que ya sabes la respuesta.


—Pero eso fue hace más de cien años —dijo ella mirando a la placa dorada.


—Ya te he dicho que su tiempo es diferente. Eso es parte de lo que me dieron. También me dieron una visión, como un sexto sentido. El poder de la voluntad y la habilidad para influir en los demás, imbuir ideas en otros, hacer que las cosas ocurran. El poder de leer en la mente de la gente y cuando es necesario, algunos poderes que no puedo explicar bien.


—Aquel día cuando llegaste…


—Tenía que haberme ido de vacaciones. Me lo debían, pero ellos me dejaron aquí.


—¿Por qué?


—Porque tú habías pedido ayuda.


—¿Qué dices?


—Ayuda para no abandonar la lucha por el refugio.


—Yo… —dijo Paula, recordando el día que aquella súplica se le había escapado del corazón. El sentido común le decía que aquello era una locura, pero había muchas cosas que no podía explicar—. Y todas esas cosas que arreglaste… la camioneta, la madera que encontraste y que no resultaras herido en el incendio… Dios mío y Marcos…


—Sí. Ellos me dieron ese poder.


—Y esto es… —dijo ella mirando las placas una vez más.


—Mi conexión con ellos.


—¡Oh, Pedro!


—Lo siento, Paula. Nada de esto tenía que haber ocurrido. En todos estos años, nunca había tenido relaciones… íntimas. Era parte del trato. Ellos no son humanos, pero entienden la naturaleza humana. Y si un hombre se preocupaba por la gente a la que estaba ayudando y a la que siempre tenía que abandonar, lo acabaría matando. Yo no sé cómo ellos anularon la capacidad de sentir, para evitar los problemas. Nunca había sentido ningún tipo de lazo afectivo con las personas. Hasta que llegaste tú. No sé cómo ocurrió. Tampoco creo que ellos lo sepan. Se quedaron muy sorprendidos cuando se lo dije.


—¿Qué les dijiste?


—Que te quiero.


Saltó de la silla y en un momento se recostó en la cama a su lado.


Pedro yo también te quiero.


—¿De verdad? Sé que antes me querías, pero…


—¡Claro que te quiero!


—Pero yo creí… dijiste que después de anoche ya te habías decidido…


Pedro, quería decir que estaba segura de que todavía te quería, no me importaba cuál era la explicación de aquello que había visto.


—Paula… sé que soy diferente y tú me mirabas de una forma… tan fría.


—Porque no lo entendía. Pensé que no confiabas en mí, porque no me habías dicho nada. No quiero decir que ahora lo entienda, me parece una locura, pero lo único que importa es que te amo.


—Paula, no lo entiendes. Por eso quería… parar anoche. Cuando tú estés a salvo y yo haya terminado mi trabajo aquí, entonces…


—Te irás.


—Tengo que hacerlo. Es una de las normas.


—Pero tú dijiste que te debían unas vacaciones. ¿No puedes elegir dónde quieres pasarlas?


—Paula, ¿no lo entiendes? Aunque pudiera quedarme durante un tiempo, al final tendría que irme. No puedo darte todo lo que te mereces. No puedo limitarme a acostarme contigo, sabiendo esto.


—Tú eres el que no entiende, Pedro. Prefiero estar un solo día contigo, si eso es todo lo que se me permite, que el resto de mis días sola. Además, ¿cómo puede una chica resistirse a un hombre que ha esperado por ella durante más de cien años?


La miró sorprendido y se echó a reír.


—En cien años, puede que me haya oxidado un poco.


—Anoche no me pareció notar ningún problema —dijo ella, ruborizada.


—Ahora que lo dices yo tampoco. Me imagino que el instinto sigue funcionando.


—Demasiado bien.


Él se echó a reír de nuevo, con un alegre brillo en los ojos. Ella le quitó la cadena dorada del cuello.


—No queremos espectadores —dijo dejándola en la mesilla—. ¿Te ocurrirá algo por esto?


—Ellos pensaban que no podría ocurrir, así que no hay ninguna norma sobre esto. No contaban contigo,Paula.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario