sábado, 7 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 1





—¿QUÉ TAL la boda, señora Donahue? —Paula Chaves estiró el brazo, para recuperar la bolsa de plástico que la mujer estrechaba contra sí.


—¡Mi hija estaba preciosa! —la señora Donahue apretó aún más la bolsa, aplastando el vestido de novia que había dentro, el más caro que había en la tienda de ropa de alquiler—. Incluso sin zapatos y sin velo, estaba preciosa. Es un vestido hecho para ella.


Pero no había sido hecho para la hija de la señora Donahue. Con aquel vestido, ya se habían casado siete jóvenes más. Pero eso no se lo iba a decir a la madre de la novia.


La señora Donahue dio un suspiro profundo, mientras miraba la tienda de Paula.


—Ojalá pudiera...


—¿Quedárselo? —Paula terminó la frase por ella—. Está a la venta —añadió, sonriéndola al mismo tiempo. Pero era un vestido caro y Paula sabía que no lo iba a poder comprar. En realidad, ni ella misma estaba segura de querer venderlo.


—Lo sé —la señora Donahue suspiró y soltó la bolsa.


Aunque el vestido estaba hecho con una tela de primera calidad, cada vez que Paula lo alquilaba, tenía que reforzarle las costuras y los botones, antes de poder alquilarlo otra vez.


—Mi hija no es nada sentimental —dijo la señora Donahue, dándole al fin el vestido a Paula—. Yo todavía conservo mi vestido de novia —añadió—. Pero Stephanie es mucho más alta que yo y no podía usarlo.


—Por lo menos, conservará el velo que usted le regaló —comentó Paula, mientras colocaba el vestido en una percha—. Será un bonito recuerdo.


—Tiene razón —le dijo, más aliviada—. Además, los novios han estado alquilando trajes desde hace años —comentó.


La señora Donahue era como la mayoría de las madres de novias que acudían a la tienda de alquiler de ropa de Paula en la zona de Rice Village, Houston. Al principio, les horrorizaba la idea de que sus hijas pudieran llevar puesto un vestido de segunda mano en un día tan señalado. Pero Paula tenía unos vestidos flamantes. Las novias iban como si se fueran a casar con el príncipe encantado.


Paula sonrió, mientras abría la cremallera de la bolsa donde estaba guardado el vestido, para comprobar que no tuviera daño alguno. Aquél era siempre un momento un tanto delicado.


—Es tan bonito —murmuró la señora Donahue, mientras ayudaba a Paula a sacar el vestido.


—Sí —el vestido todavía conservaba el perfume de Stephanie.


Como era normal, los hombros estaban manchados de maquillaje, testigo de los abrazos que la novia había recibido. Paula parpadeó, imaginándose la felicidad de Stephanie.


Cuando compró aquel vestido, Paula lo había escondido, pensando que sería el vestido con el que acabaría casándose ella misma. Nunca se ponía la ropa que compraba para la tienda, pero con aquel vestido estaba dispuesta a hacer una excepción.


Desde el momento en que lo vio, soñó con llevarlo puesto mientras recoma el pasillo de la iglesia hasta el altar, para encontrarse allí con su futuro esposo. En aquel tiempo, había estado saliendo con el propietario de un almacén que había en la misma calle de su tienda. Era gracioso, precisamente cuando compró aquel vestido se dio cuenta de que no estaba enamorada de Horacio.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario