sábado, 3 de agosto de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 62




Paula intentó volver a guardar las fotos en la caja, pero le temblaban tanto las manos que se le cayeron al suelo. La silueta de Mariano apareció entonces en el umbral. Ya no había salida. La miraba furioso, tensas como cuerdas las venas del cuello.


—Así que no solamente eres una fulana, sino también una cotilla. ¿Qué dirían tus amigos de la alta sociedad si supieran realmente cómo eres? Tu tío John y tu tía Gloria se quedarían consternados. Incluso a Janice la decepcionarías.


—¿Dónde está Rodrigo?


—No ha dejado de preguntar por ti, suplicándome que lo traiga a casa...


—¿Dónde lo tienes? ¿Qué le has hecho?


—¿Por qué piensas que le he hecho algo? ¿Me tomas por alguna especie de monstruo?


Los aparentes síntomas del furor de Mariano parecían haberse evaporado con la misma rapidez con que habían surgido. Hablaba con voz carente de emoción y tenía la mirada apagada, como la de un frío autómata. Paula señaló las fotos que estaban a sus pies.


—Tú mataste a todas estas mujeres, Mariano. ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?


—Eran despreciables. No se merecían vivir.


—Eran seres humanos. Karen incluso confiaba en ti.


—No tanto como debería.


—¿Por qué estaba mi número de teléfono entre sus ropas?


—Se enfadó conmigo porque no quise convencer a Javier de que abandonara a su esposa por ella y por su hijo bastardo. Me amenazó con contarte lo de mi pequeño club de fotografía. Parece que estuvo a punto de cumplir su amenaza.


—¿Así que la mataste para acallarla?


—Yo maté a las demás, pero a Karen no. Me limité a sugerírselo a Javier Castle. Pero Javier era demasiado cobarde para hacerlo bien. Se arrepintió tanto que estuvo a punto de confesarlo todo, de modo que tuve que matarlo a él también. Ya lo ves, Paula. Soy un maestro en ese arte. Es por eso por lo que nadie me cazará, y menos aún ese pobre e incompetente amante tuyo.


Paula miró a su alrededor, desesperada. Mariano estaba loco. Y la mataría a ella. Y a Rodrigo a no ser que encontrara alguna forma de detenerlo. Era mucho más fuerte que ella, y se encontraba en una buena forma física. No tendría ninguna posibilidad en una pelea con él. 


Lo que necesitaba era un arma y la ventaja de la sorpresa.


Descubrió unas tijeras colgando de un gancho de alambre, en el estante que estaba justo encima de su cabeza. Se apresuró a desviar la mirada para no traicionar sus intenciones.


—Llévame con Rodrigo, Mariano.


—Por supuesto.


Empezó a acercarse. Paula se volvió rápidamente y descolgó las tijeras. Fue entonces cuando descubrió la aguja hipodérmica que empuñaba Mariano. Lo atacó, hiriéndolo levemente, pero de inmediato sintió el pinchazo de la aguja en el brazo.


Continuó luchando, pero ya era inútil. La herida de Mariano era muy superficial. Le inmovilizó las manos a la espalda mientras esperaba a que surtiera efecto la droga, debilitando sus reflejos y su capacidad de reacción.


Cayó al suelo como un muñeco desmadejado, mientras lo veía recoger las fotos para volverlas a guardar en su escondite. Pero se olvidó de una de las pequeñas. Apenas capaz de mover las manos, Paula consiguió metérsela en un bolsillo del pantalón, aprovechando el momento en que Mariano encajaba de nuevo la tabla en el suelo.


Cuando terminó de ordenar la habitación, la levantó en brazos y la bajó al garaje. Pedro la buscaría allí, pero no la encontraría. Para entonces él ya la habría matado, junto con su hermano Rodrigo, y terminaría escapando tal y como había hecho tantas veces antes. Tenía razón. Era demasiado inteligente.


Nadie encontraría sus fetiches. Haciendo un inmenso esfuerzo, Paula deslizó una mano en el bolsillo donde había guardado la foto y la dejó caer al suelo, rezando para que Mariano no la descubriera.


Por una vez, pareció que el destino estaba de su lado. Mariano no se dio cuenta de nada. Su primer error. Para Rodrigo y para ella era ya demasiado tarde, pero el pensamiento de que Pedro encontraría la prueba necesaria para detenerlo le suscitó una secreta satisfacción. Se había casado con un monstruo asesino. Al menos, sin embargo, contribuiría a impedir que añadiera más víctimas a su lista.


Una vez en el garaje, la metió en el coche. Con los ojos cerrados, sintió la mano de su padre sobre su hombro. La estaba esperando. Y su madre también. Casi podía verlos en medio de la niebla que parecía cerrarse en torno a ella. 


Pero no podía irse. Aún no. Todavía no se había despedido de Rodrigo... ni de Pedro.




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