sábado, 6 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 56





Pasaron todo el domingo en la cama o en la cocina recuperando las fuerzas. Pedro logró convencer a Paula de que no cancelara la fiesta privada de despedida del bar.


—Llevas esperando esa fiesta con mucha ilusión durante las últimas dos semanas. Tienes que hacerla.


—¿Y qué voy a servir? —preguntó ella, abatida.


Él comió otra cucharada del helado que estaban compartiendo.


—Podrías servir lo que fuera, que a nadie le importaría. El asunto es estar juntos, no lo que haya para comer.


Ella le dirigió una mirada cargada de impaciencia.


—Me refería a la bebida. ¿Qué voy a ofrecer? No nos queda nada de alcohol, ¿recuerdas?


Ella comió un poco de helado y, por la forma en que movía la lengua, Pedro deseó llevarse el helado al dormitorio. Carraspeó.


—Supongo que, como no has ido a la universidad, se te puede perdonar que no conozcas el sistema «tráelo tú mismo».


Ella frunció él ceño.


—No puedo invitar a la gente a una fiesta y pedirles que cada uno traiga algo de beber.


—Claro que puedes. Mucha gente se pondría muy triste si no hubiera fiesta de despedida, incluidas tu madre y tu hermana. Las dos van a volar mañana aquí para acudir a la fiesta, ¿no es así?


Paula asintió y consideró la posibilidad. A Pedro le encantaba verla concentrada. Sonrió.


—¿Qué sucede? —preguntó ella al darse cuenta de que la observaba.


—Creo que me va a encantar verte estudiar, eres una estudiante de lo más divertida.


—Recuérdame otra vez todo el tema de los estudios y terminarás luciendo este helado.


—Suena frío... pero no es una mala opción —dijo él enarcando ambas cejas a la vez.


Ella rió.


—¿Crees que a la gente no le importará?


—Seguro que no, Paula. Es a ti a quien quieren ver y de quien quieren despedirse. De ti y del bar.


Por fin ella accedió y comenzó a telefonear a la gente. Veinticuatro horas más tarde, La Tentación estaba abarrotada. Pedro fue lo suficientemente elegante como para no decirle «te lo dije».


—Creo que no ha habido tanta gente aquí nunca —comentó Paula a voz en grito para hacerse oír entre el tumulto—. Alguna de esta gente son de la época de mis abuelos.


Pedro observó la sala, en la que no cabía un alfiler. Por lo menos él conocía a algunos de los clientes habituales. Tío Rafael acudió con su mujer, Jill. Vicki también estaba allí, y Dina y Zeke estaban junto a la vieja máquina de discos, abrazados por la cintura. A juzgar por su sonrisa, Pedro supuso que el consejo a Dina de que diera el primer paso había funcionado.


Sus propios amigos también habían acudido a la fiesta: Banks, Rodrigo y Jeremias siempre estaban listos para ir de fiesta, aunque fuera con un montón de gente a la que no conocían. Pero a todos les gustaba Paula y, a propuesta de Banks, habían llevado sus instrumentos para asegurarse de que Pedro no volviera a tocar él solo.


Los tres además habían mostrado mucho interés por las amigas de Paula. Rodrigo pareció entristecerse profundamente cuando se enteró de que Graciela, la dueña de la librería contigua al bar, estaba saliendo con alguien.


Todos los demás eran extraños para él. Supuso que era la gente que frecuentaba el lugar cuando se llamaba Chaves’s Pub, gente que conocía a los padres y los abuelos de Paula. 


Contaron muchas historias y brindaron muchas veces. Al escucharlos hablar de tiempos pasados, Pedro conoció cómo debió de ser la niñez de Paula y comprendió cómo había llegado ser la mujer que era. Y por qué a veces se sentía tan sola, aunque estuviera rodeada de una multitud.


Ella casi había tenido que convertirse en una experta en aislarse. Desde pequeña, había estado rodeada de personas, tanto familiares como extraños. Había encontrado la manera de recluirse dentro de sí misma cuando lo necesitaba... Unas veces, olvidándose de todo al leer una historia. Otras, observando el fuego de una hoguera.


Pedro conoció a la familia de ella: su hermana y su esposo, que tenían toda la pinta de recién casados.


—He oído que va a vivir en pecado con mi hija.


Ésa era la madre de Paula, inconfundible. Brenda era directa y un poco mandona. Pero tenía el mismo brillo en la mirada que su hija. Y había sido de gran ayuda desde el momento en que había llegado.


—Sí, pero sólo hasta que ella me permita convertirla en una mujer decente —respondió él mirándola a los ojos.


Brenda se cruzó de brazos.


—¿Puede decirme qué hechizo le ha hecho para que haya decidido estudiar en la universidad?


—Nada de hechizos. Paula lo ha hecho todo ella misma. Siempre había tenido ese sueño... sólo necesitaba la oportunidad de convertirlo en realidad.


Brenda contempló el local a rebosar.


—Ahora tiene la oportunidad. Ya nada la ata aquí.


Él percibió la tristeza en la voz de la mujer y le apretó suavemente el hombro.


—Ella siempre llevará este lugar en su corazón. Al igual que a las personas que han pasado por aquí.


Brenda colocó su mano sobre la de él y asintió.


—Eso es lo que importa, ¿verdad? Los recuerdos que nos acompañan. No el lugar donde sucedieron.


—Sí eso es lo importante —respondió Paula, que acababa de llegar junto a ellos.


Luciana también se unió al grupo. Sin decir nada,  las tres mujeres Chaves intercambiaron una mirada cómplice. Entonces, elevaron sus copas y sus miradas a la vez hacia el cielo y brindaron en silencio. Brindaron por su padre y esposo, muerto hacía años pero que ellas nunca olvidarían. Bebieron con lágrimas en los ojos.


Antes de que se dieran cuenta, Tamara, la amiga de Paula, subió al escenario y agarró el micrófono de la máquina de karaoke.


—¿Pueden prestarme atención, por favor?


—Por favor, no me digáis que va a ponerse a cantar —comentó alguien.


Pedro miró a la mujer que había hecho el comentario. Era Graciela, que desde luego tenía los ojos más bonitos que él había visto... aparte de los de Paula. Miraba a Paula y a Luciana con preocupación.


—Creo que esta fiesta necesita música —anunció Tamara.


Paula gimió.


—No puedo creerlo, sí que va a cantar —dijo ella.


—A lo mejor ha mejorado ahora que está enamorada —comentó Luciana muy poco convencida.


Tamara comenzó la canción, y Paula frunció el ceño y murmuró:
—No, no ha mejorado.


Paula, Graciela y Luciana sonrieron y luego se echaron a reír mientras el público escuchaba educadamente la mala interpretación de Tamara.


—Tenemos un grupo de música aquí mismo que podría tocar —dijo Luciana mirando a Pedro de reojo—. ¿Qué os parece si comprobamos qué es lo que ha vuelto chiflada a mi hermana?


—¿He oído que alguien nos reclama? —preguntó Banks, que estaba cerca de ellas—. Estábamos esperando que nos lo pidierais. 
Rodrigo, Jeremias, ¿estáis preparados para hacer temblar las paredes?


Ellos asintieron. Pedro miró a Paula buscando su aprobación. Ella le dirigió una amplia sonrisa.


—Si lográis arrebatarle el micrófono a Tamara, estoy dispuesta a abrazar uno a uno a los miembros de 4E —dijo ella y ladeó la cabeza—. Y a todo esto, ¿a qué se refiere la E?


Banks y Rodrigo miraron a Pedro con una mirada de advertencia. Pero Pedro no iba a volver a ocultarle nada a Paula.


—Los Cuatro Empollones.


Paula se quedó boquiabierta. Tamara, que acababa de llegar junto a ellos, se rió por lo bajo.


Jeremias los miró anonadado.


—¿Lo decís en serio? ¿Así se llama el grupo en realidad?


—No importa. Vayamos a por nuestro equipo —dijo Pedro y se giró hacia la puerta.


—¿En serio, chicos?


—Cierra la boca, Jeremias —le dijeron Banks y Rodrigo al unísono.


Pero Jeremias continuó quejándose sobre el nombre. Los puso tan nerviosos, que Pedro lo amenazó con contarles a sus padres la fiesta salvaje que habían tenido en su casa el fin de semana anterior. Eso sí logró callarlo.


Paula los observó recoger desde la barra, rodeada de sus seres queridos: su madre, su hermana, sus dos mejores amigas. Y tantos otros. Todos reían felices y crearon recuerdos para llevarse cuando el bar cerrara para siempre.


—Esta canción es para todos vosotros —dijo Pedro al público—. Para todos los que son amados.


Entonces comenzó a cantar One for my baby (And one more for the road) sin quitarle los ojos de encima a la mujer a la que él amaba.


Al llegar al estribillo, todos los presentes se pusieron a corearlo. Todos querían despedir con dignidad y elegancia a La Tentación. Que era lo que el bar se merecía.


Al acabar la canción hubo un prolongado momento de silencio y luego la gente rompió a aplaudir, a abrazarse y a llorar.


La fiesta continuó, pero la despedida ya estaba hecha.


Paula estaba contenta, había sido un final muy bonito. Y ella ya estaba preparada para sumergirse en su nueva vida. Con él.


Ante ellos se abrían infinitas posibilidades, pensó Pedro. Por fin estaba con Paula y no le ocultaba nada. Era perfecto. Mágico.


Tan bueno como el rock and roll.


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