sábado, 6 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 54




El viaje hasta Tremont era largo. Llegó delante de la puerta de la enorme casa de Pedro cuando empezaba a amanecer.


—Ahora o nunca —se dijo al acercase al timbre de la casa.


Lo pulsó, esperó y volvió a pulsar. Seguramente tendría que despertar a Pedro.


La puerta se abrió de pronto y él apareció delante de Paula, medio dormido, restregándose los ojos con sueño, vestido sólo con unos vaqueros que no se había molestado en abrochar.


—Llegáis tarde, la fiesta fue la semana pasada —gruñó.


—¿Ah, sí?


Él levantó la cabeza y la miró.


—¿Paula?


—Sí, soy yo. ¿Puedo entrar?


Él se hizo a un lado y la dejó pasar.


—Me gusta tu casa.


—No puedo creer que estés aquí. La boda...


—Ha sido muy bonita.


—¿Has estado?


—Por supuesto. He venido en un vuelo de madrugada.


La charla era intrascendente, pero les sirvió para ajustarse a la sorpresa de verse de nuevo.


Ella estaba allí. Era la última oportunidad para su historia. Y no podían desaprovecharla.


Paula inspiró hondo para reunir valor y comenzó a hablar.


Pedro, acerca de lo del instituto... lo siento mucho.


—No tienes por qué —dijo él—. Si yo hubiera tenido valor, me habría acercado a ti y me habría presentado. Pero me ponía muy nervioso sólo de pensarlo —confesó él—. A veces aún me sucede.


Ella sonrió ligeramente.


—Deberías haberlo hecho, eras muy mono —dijo ella y rió ante su cara de sorpresa—. Busqué mi anuario de ese año. Eras adorable. Pero tienes razón, no te pareces en nada a cómo eras entonces.


—He tardado en florecer —dijo él.


Se acercó a ella, lo suficiente para que sus brazos desnudos se rozaran y los dos sintieran el calor del cuerpo del otro.


—¿Qué estas haciendo aquí, Paula?


Ella elevó la barbilla y lo miró a los ojos.


—He venido a darte las gracias por la canción. Me conmovió desde la primera vez que la escuché.


Como si no se diera cuenta de lo que hacía, Pedro comenzó a acariciarle el brazo con la mano, poniendo todos sus sentidos en alerta.


—De nada. ¿Es ésa la única razón por la que has venido?


Ella negó lentamente con la cabeza.


—También he venido para decirte que te perdono. No me gusta que me mientan, pero entiendo por qué lo hiciste. Ibas a decírmelo el viernes, ¿verdad? ¿Era esa la charla que querías tener? Y supongo que esta casa era lo que querías que viera.


Él asintió.


—Justo lo que has dicho.


Ella ya se lo figuraba. Lo cual mejoraba un poco las cosas.


Los dos se quedaron en silencio y Paula intentó que se le ocurriera algo más que decir. ¿Debía contarle sus sentimientos abiertamente, o mejor ser más sutil? ¿Debía lanzarse en sus brazos y dejarse llevar?


—Yo también te perdono —dijo él por fin, acariciándola con tanta delicadeza que ella creyó que iba a derretirse—. Por creer que yo sólo era adecuado para una aventura. Caramba, hace diez años eso me hubiera vuelto loco.




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