sábado, 6 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 55




Ella rió y se acercó a él hasta que sus zapatos casi rozaron los pies desnudos de él. Sus cuerpos estaban muy juntos, tanto que ella podía ver cómo se movía el vello del pecho de él cada vez que ella respiraba. Paula deseó juguetear con aquel vello, pero se contuvo. Aún tenían más cosas que decirse.


Él habló primero.


—Ayer decidí que si lo que quieres es una aventura, me convertiría en el hombre que tú desearas. Pensaba presentarme en tu casa cuando llegaras hoy.


Ella no sabía a qué se refería y lo observó acercar la mano al aro que colgaba de su oreja y tirar de él. No se cayó.


—Oh, cielos, te has agujereado la oreja —dijo ella.


—Exacto.


—Pero tú odias las agujas.


—Cierto. Lo que significa que esto fue un auténtico suplicio —dijo él señalando un dibujo en su brazo.


Ella observó perpleja la pequeña estrella de Texas que él se había tatuado debajo del hombro.


—¿Un tatuaje? ¿Te has hecho un tatuaje de verdad?


—Me sentí animado.


—Dime que no te has agujereado ninguna parte más del cuerpo. ¡Enséñame la lengua!


Él hizo una mueca de desagrado ante la idea.


—No tengo más piercings. Pero hay algo aparcado en mi garaje que seguramente te gustará.


Ella se imaginó lo que podía ser.


—No habrás comprado una moto...


—No exactamente —dijo él encogiéndose de hombros como para disculparse—. Lo intenté, pero no pude hacerlo. Sabía demasiado bien que tú querrías montarte en ella y que yo me moriría de preocupación. ¿Pero no crees que es tan peligroso y tan excéntrico comprar uno de esos sistemas de movilidad Segway?


Paula necesitó un segundo para saber a qué se refería. Y luego se echó a reír a carcajadas.


—Teniendo en cuenta que cuestan tanto como el presupuesto de un país subdesarrollado, yo diría que sí que haber comprado uno es excéntrico y peligroso.


Él rió también y la abrazó por los hombros. Paula se apretó contra el pecho de él e inspiró hondo. Notó que su cuerpo reaccionaba al aroma y a la calidez tan familiares de él. Habían sido dos días y medio de mucha soledad y ella no quería volver a estar lejos de sus brazos durante tanto tiempo.


Pedro le acarició el cabello. Le besó el pelo y luego la frente. Y mordisqueó el lóbulo de una oreja.


—Te amo, Paula —le susurró al oído.


Ella levantó la barbilla y lo miró a los ojos.


—Yo también te amo, Pedro.


Se puso de puntillas y lo besó con toda la emoción que había ido acumulando en su interior durante semanas. Le transmitió que lo amaba con cada roce de sus labios y cada caricia de su lengua.


Terminaron de besarse, pero Pedro siguió abrazándola.


—¿Sabes? La universidad está sólo a veinte minutos en coche desde aquí. Mucho más cerca que del apartamento al que tienes pensado mudarte la semana que viene.


—¿Ah, sí?


Él asintió.


—Te ahorrarías mucho tiempo. Y sería mucho más económico... Piensa en el dinero que te ahorrarías en gasolina.


Mientras hablaba, Pedro le acarició la espalda dibujando un círculo justo encima de su trasero. 


Paula tuvo que obligarse a prestar atención a lo que le estaba diciendo. En ese momento, ella sólo quería que la subiera en brazos y la llevara a su dormitorio.


—¿Estás de acuerdo? —preguntó él.


Estaba de acuerdo con todo, siempre que él continuara con sus caricias y sus besos.


—Claro —aseguró ella.


—Bien, entonces traeremos aquí tus cosas.


Ella parpadeó y por fin le dedicó toda su atención.


—¿Mis cosas? Espera un momento, ¿estás pidiéndome que viva contigo?


—Sí. Sé que deberíamos esperar hasta que termines la universidad, pero no te preocupes, no pienso interponerme en tus planes —dijo él mirándola a los ojos—. He esperado mucho tiempo para que formaras parte de mi vida, Paula Chaves. No quiero esperar más. Quiero que vivamos juntos todos los días y compartir la cama contigo todas las noches. Y, cuando estés preparada, quiero que te cases conmigo y tengamos un hijo.


Paula sintió que la cabeza le daba vueltas al imaginar todo lo que él estaba sugiriendo. Todas las imágenes eran perfectas y más que posibles. 


Suspiró de felicidad.


—Sí —dijo.


—¿A mudarte?


—Sí a todo.




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