sábado, 4 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 5




Apartó de su mente los recuerdos porque tenía todavía el pelo mojado y había empezado a temblar, así que se obligó a levantarse y entrar en el pequeño cuarto de baño, donde el chorro miserable de agua templada que caía de la ducha hizo poco por calentarle la piel. Pero frotarse con brusquedad con una toalla sí ayudó, como también la taza de té grande que se preparó después. Acababa de ponerse el uniforme cuando llamaron a la puerta. Frunció el ceño. Su círculo social era pequeño porque trabajaba muchas horas y pocas veces invitaba allí a gente. No quería que la juzgaran. Que pensaran por qué la hija única de un hombre rico y una actriz que había salido en una serie de películas de vampiros de bajo presupuesto había acabado viviendo en aquellas circunstancias.


Llamaron de nuevo con más fuerza y abrió la puerta. Se quedó atónita al ver a la persona que estaba al otro lado. El corazón le golpeó con fuerza en el pecho cuando miró a Pedro a los ojos y agarró el picaporte con fuerza. El pelo negro de él estaba mojado y se pegaba a su cabeza, y las gotas de lluvia salpicaban su abrigo. Paula sabía que debía cerrarle la puerta en las narices, pero el poderoso impacto de su presencia le hizo dudar.


–¿Qué haces aquí? –preguntó con frialdad–. ¿Se te han ocurrido más insultos que has olvidado dedicarme antes?


Él curvó los labios en una especie de sonrisa.


–Creo que te has dejado esto.


Ella miró el chal de color crema y se le encogió el corazón. Había pertenecido a su madre. Era un chal suave de cachemira, con un bordado de rosas minúsculas y hojas verdes. Estaba viejo, pero le recordaba a la mujer que había sido su madre en otro tiempo y sintió un nudo en la garganta.


–¿Cómo has sabido dónde vivía? –preguntó.


–No ha sido difícil. Has firmado el libro de visitantes de la galería, ¿recuerdas?


–Pero no tenías que traerlo personalmente. ¿No podías pedirle a alguien que lo hiciera?


–Podía. Pero hay cosas que prefiero no delegar –Pedro la miró a los ojos–. Y además, yo creo que no hemos terminado nuestra conversación. ¿Y tú?


Paula suponía que no, ya que, de algún modo, parecía haber muchas cosas que se habían quedado sin decir. Y quizá fuera mejor así. Sin embargo, algo le impedía cerrarle la puerta en las narices. ¿Quizá porque le había llevado el chal de su madre y porque estaba mojado? Tal vez él notó su vacilación, pues dio un paso al frente.


–¿No me vas a invitar a entrar? –preguntó con suavidad.


–Como quieras –repuso ella, como sin darle importancia.


Pero el corazón le latía con fuerza cuando se volvió y oyó que él cerraba la puerta y la seguía. 


Y cuando se giró y lo vio allí de pie, tan poderoso y tan viril, sintió los pechos calientes y pesados por el deseo. ¿Por qué él? ¿Por qué tenía que ser Pedro Alfonso el único hombre que la hiciera sentirse tan viva?


–Aunque si vas a intentar justificar tu comportamiento controlador, yo que tú no me molestaría.


–¿Y qué quieres decir con eso? –preguntó él.


–Quiero decir que has aparecido de pronto y has enviado a tu hermano de viaje solo para alejarlo de mí. ¿Eso no es un poco desesperado?


Él apretó los labios.


–Como ya te he dicho, tiene novia. Una joven de origen griego que acaba de licenciarse en Medicina y está a años de distancia de alguien como tú. Y por si te interesa, el negocio del Golfo es urgente y legal. Te haces demasiadas ilusiones si crees que yo fabricaría una catástrofe solo para apartarlo de tu compañía. Pero no te voy a mentir. No negaré que me alegro de que se vaya.


A Paula le molestaban las palabras de él, aunque casi podía comprender su preocupación, porque el contraste entre la novia de Pablo y ella no podía ser mayor. Podía imaginar cómo lo vería Pedro. La doctora profesional cualificada frente a alguien que había hecho pocos exámenes en su vida. Si se lo hubiera pedido amablemente, quizá Paula habría hecho lo que él quería. Darle su palabra de que no volvería a ver a Pablo, cosa que probablemente ocurriera de todos modos. Pero él no se lo pedía, se lo ordenaba. Y no la enfurecía tanto el desprecio de su mirada como su absoluta falta de respeto. 


Como si ella no significara nada. Como si sus sentimientos no contaran para nada. Como si tuviera que pagar el resto de su vida por un error de juventud. Levantó la barbilla.


–Si crees que puedes decirme lo que tengo que hacer, te equivocas –dijo–. Te equivocas de plano.




2 comentarios:

  1. Pero este hombre vive en la época de las cavernas!!! Vamos Pau todavía! Bien por ella que no se deja amedrentar a pesar de todo!

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