domingo, 5 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 6





Pedro se puso tenso porque el desafío de ella lo excitaba y eso era lo último que quería. Había ido allí no solo por devolver el chal, sino porque una parte de él quería volver a verla, aunque se había convencido de que lo hacía para proteger a su hermano. Recordaba lo amigos que habían sido Pablo y ella en aquellas vacaciones en la isla, cómo pasaban todo el día juntos. La gente decía que el pasado tenía tentáculos poderosos y sentimentales y ella había conocido a su hermano cuando era joven e influenciable. 


Mucho antes de que alcanzara los veinticinco años de edad y entrara en posesión del fondo de dinero que había cambiado la actitud de la gente para con él, porque la riqueza siempre hacía eso. ¿Podía Pablo dejarse seducir por aquella rubia sensual y olvidar el futuro seguro que tenía ante sí? ¿Y si Paula Chaves se daba cuenta de que podía llegar a disponer de una fortuna si jugaba bien sus cartas?


Miró a su alrededor, sorprendido por el lugar. 


Porque aquello no era un estándar de vida bajo, era casi límite. Había imaginado plumas de pavo real y collares brillantes colgados sobre espejos. 


Paredes cubiertas de fotos antiguas que mostraban la fama, un poco chabacana, de su madre. Pero no había más que desnudez y un utilitarismo casi soso. El rasgo más sobresaliente era el de la limpieza. Apretó los labios. ¿Aquello era un complot inteligente destinado a ilustrar lo buena ama de casa que podía ser si un hombre poderoso la sacaba de allí y le daba la oportunidad?


Hacía lo posible por no mirarla mucho, porque mirarla aumentaba su deseo y un hombre pensaba más claramente cuando no tenía la sangre caliente por la lujuria. Pero ahora la miró con atención y por primera vez se dio cuenta de que llevaba una especie de uniforme. Frunció el ceño. Miró el vestido azul marino informe, con un borde azul más claro, y se fijó en una placa pequeña que mostraban un sol brillante y lo que parecía un muslo de pollo debajo de la palabra «Superahorro». Frunció los labios.


–¿Trabajas en una tienda? –preguntó.


Captó la indecisión que transmitió la mirada de ella, que acabó alzando un poco más la barbilla.


–Sí, trabajo en una tienda.


–¿Por qué?


–¿Por qué no? –replicó ella con rabia–. Alguien tiene que hacerlo. ¿Cómo crees tú que se llenan las estanterías de productos? O, espera, déjame adivinar. ¿Tú nunca haces la compra?


–¿Tú rellenas estanterías? –preguntó él con incredulidad.


Paula respiró hondo. Si se hubiera tratado de otra persona, quizá habría contado la verdad sobre su madre y todos los demás temas oscuros que la habían obligado a tener que dejar tantos trabajos que, al final, el supermercado Superahorro había sido su única opción. Podía haberle explicado que hacía lo que podía para compensar por todos los años perdidos, estudiando mucho siempre que tenía un momento libre, y que estudiaba Contabilidad y Estudios Empresariales por Internet. Quizá hasta habría penetrado en las profundidades de su desesperación y transmitido la sensación de desesperanza que sentía cuando visitaba a su madre todas las semanas. Cuando veía cómo sus rasgos, antes llenos de vida, se habían convertido en una máscara inmóvil y sus ojos azules miraban fijamente al frente sin ver. 


Cuando, por mucho que rezara por que no fuera así, su madre no conseguía reconocer a la mujer joven a la que había dado a luz.


Paula cerró brevemente los ojos y recordó la conversación incómoda que había sostenido la semana anterior con el encargado de la residencia. Este le había informado de que los gastos subían y no tendrían más remedio que subir el precio, y el Estado solo podía cubrir hasta cierto punto. Y cuando Paula había intentado protestar por el traslado de su madre a aquel lugar cavernoso que era más barato pero estaba más lejos, el encargado se había encogido de hombros y le había dicho que la economía era así.


¿Pero por qué imaginar que Pedro Alfonso tendría otra cosa que un corazón frío e insensible? A él no le importarían sus problemas. El multimillonario controlador sin duda quería pensar lo peor de ella y Paula dudaba de que su historia lacrimógena le hiciera cambiar de idea. De pronto sintió lastima de Pablo. Qué horrible debía de ser tener un hermano que estaba tan decidido a organizar su vida que no podía permitirse la libertad de hacerse amigo de quien quisiera. El multimillonario seductor que tenía delante no era más que un megalómano rabioso.


–Sí, relleno estanterías –musitó–. ¿Tienes algún problema con eso?




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