sábado, 18 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 4




Manuel se puso a hablar de su proyecto de ciencia, y describió en detalle cómo las larvas de los mosquitos se desarrollaban hasta convertirse a su vez en mosquitos. Explicó que salían a cenar porque había conseguido el segundo puesto y que algún día le encantaría mostrarle a Pedro el proyecto y el diploma.


—Me encantará verlos —aseguró él—. Déjeme en cualquier sitio —le dijo a Paula mientras atravesaban las atestadas calles de la ciudad.


—Conozco un taller justo al lado de donde vamos nosotros —comentó ella, apretando con fuerza el volante—. Allí podrá comprar la rueda y, cuando volvamos a casa, lo llevaremos hasta su coche.


—Es demasiado —indicó Pedro—. Esto ha sido perfecto.


—No es ningún problema —mintió ella. No estaba segura de que no fuera a plantearle demasiados problemas. No obstante, se sentía obligada a ayudarlo.


La comisión lo había traído desde muy lejos y le había prometido un buen trabajo. Tomy y su familia no permitirían que se quedara. Era un desconocido, pero todo el mundo merecía algo mejor.


—Se lo agradezco —trató de mirarle el rostro, pero ya había oscurecido. Ella debía de estar arriesgándose por él, y no sabía por qué—. Me gustaría invitarlos a la pizza, si le parece bien.


—¡Estupendo! —aceptó Manuel contento—. ¡Así tendré más monedas para los juegos!


—Aguarda un segundo —dijo Pedro—. No será una de esas pizzerías con videojuegos, ¿verdad? Odio esos sitios.


—Hay algunos juegos —se defendió Manuel—. Están en otra sala.


—No es por eso —respondió Pedro mientras abrían las puertas del vehículo para bajar—. Me conocen en todos. ¿Sabes?, es que soy el mejor.


Durante un instante Manuel lo observó con nuevo respeto, luego puso los ojos en blanco.


—¡Baje! Podría ganarle en cualquiera de los juegos de saltos. Nadie puede conmigo en esos.


—Lo siento —musitó Pedro con pesar—. Quizá no debería entrar contigo…


—No me lo creo —Manuel rió, deslizándose por el asiento para bajar—. No puede ser tan bueno. Nadie es tan bueno.


—Bueno —Pedro meneó la cabeza y bajó la vista al suelo—, en cualquier caso, tu madre aún no ha dicho…


—Mamá —Manuel se volvió hacia Paula, que había estado a punto de rechazar su invitación—. Tenemos que dejar que venga con nosotros. Sé que miente.


Ella observó los oscuros ojos de Pedro, clavados en la espalda de su hijo, con una leve sonrisa en las comisuras de sus labios. Suspiró y esperó que no se encontraran con nadie conocido.


—Puede venir con nosotros.



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