sábado, 13 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 12




Afortunadamente, Pedro la dejó sola durante el resto del día y Paula pudo terminar los primeros modelos en cera de su creación. Trabajó hasta tarde, le dio las buenas noches desde la puerta de su despacho y se fue a la cama, intentando olvidarse del beso. A pesar de que había dormido poco la noche anterior, no consiguió conciliar el sueño.


Dio vueltas en la cama mientras escuchaba el murmullo del mar por la ventaba abierta. Pensó en darse un largo paseo por la playa, algo que hacía en ocasiones cuando estaba preocupada o no conseguía dormir, pero desechó la idea ya que sabía que no podría evitar pensar en él y en el beso que le había dado.


Por fin, sobre la una de la madrugada, se levantó y se puso la bata para ir a prepararse un chocolate caliente a la cocina.


En el piso de abajo, la luz del despacho estaba encendida y la puerta, entreabierta.


Paula se detuvo un momento, que le resultó interminable, con el corazón latiéndole a toda velocidad. La casa estaba en silencio, así que se acercó muy despacio y apoyó la oreja en la puerta de madera. De pronto, oyó su voz y se sobresaltó. Sólo volvió a respirar cuando se dio cuenta de que estaba hablando por teléfono.


¿Con quién estaría hablando a esas horas? 


Sintió una desagradable mezcla de culpabilidad y celos. Tal vez estuviese manteniendo una relación a distancia y por eso llamaba tan tarde…


Pero pronto se dio cuenta de que era una llamada de negocios. Al parecer, la otra persona estaba en una subasta. Cuando lo oyó murmurar «Cinco millones», su decoro la abandonó y asomó la cabeza por la puerta.


Pedro estaba sentado, con el teléfono en la oreja. Se había remangado la camisa hasta los codos y había desabrochado los botones superiores. Una de sus manos descansaba en una carpeta que tenía delante, debajo de un vaso con un líquido de color ámbar. La lámpara del escritorio estaba encendida, pero el resto de la habitación estaba en penumbras.


Paula se movió entre las sombras y su presencia no pareció desagradarlo ni alegrarlo, pero no le quitó la vista de encima. Ella se apoyó en la puerta, con el corazón acelerado.


Después de un par de minutos, Pedro dio un trago a su bebida, dejó el auricular y encendió el altavoz del teléfono, sin separar la mirada de su rostro. Y ella interpretó el gesto como una invitación. Era una oportunidad para conocer mejor su mundo.


Avanzó hasta una silla y apoyó las manos en ella, para mantenerla como barrera.


Por el teléfono, oyó que mencionaban una casa de subastas muy conocida y las palabras «lote siete». La subasta debía de tener lugar en Londres y Paula se preguntó si el hombre que había al otro lado del teléfono sería un empleado de la casa de subastas o de Pedro.


El objeto que se subastaba era un famoso cuadro de un artista irlandés contemporáneo que había fallecido en los años sesenta. Paula sabía aquello porque Horacio tenía uno de sus cuadros. Oyó cómo el hombre iba narrando las apuestas a Pedro. Las pausas entre apuesta y apuesta le parecieron interminables.


Se preguntó si Pedro sonreiría si se llevaba el cuadro. ¿Lo celebraría tomándose una copa? 


Tenía muchas preguntas. Él estaba intensamente concentrado.


El precio había ascendido a ocho millones de libras. Paula se acercó un poco más al escritorio, maravillada con su calma. Lo más probable era que Pedro no estuviese gastándose su dinero pero, en su lugar, ella habría estado muy nerviosa.


—¿Diez millones, señor? —oyó preguntar al otro hombre por teléfono.


Pedro la miró, sin inmutarse. Y dio su visto bueno.


La siguiente pausa fue muy larga. Paula se aproximó a la silla que había justo enfrente del escritorio.


—Acaban de ofrecer once, señor Alfonso —oyó decir después de un rato.


—Adelante —contestó Pedro en voz baja.


Paula se llevó la mano a la boca y se acercó al escritorio. Él siguió tan tranquilo y le tendió el vaso que tenía en la mano.


Era coñac. Y Paula recordaría aquella noche cada vez que volviese a olerlo. Sintió cómo bajaba por su garganta y le calentaba los pulmones. Se pasó el vaso muy despacio por la frente antes de dejarlo encima de la mesa. Tuvo que echarse hacia delante para que Pedro pudiese alcanzarlo.


Su mirada era impenetrable. Ella, nerviosa, notó que una gota de sudor le recorría la espalda.


—Señor Alfonso, el otro agente está consultando con su cliente. ¿Quiere seguir en línea?


—Sí.


—Por cierto… Con respecto al otro articulo que le interesaba, por el momento no tengo nada, lo siento. No obstante…


—Dime.


—Conozco a un hombre que acaba de salir de la cárcel y que me debe un favor.


—Maurice, con qué gente te juntas —rió él.


—Ya se lo haré saber si puede ser de ayuda —se oyeron voces por el teléfono—. Señor, creo que vamos a proseguir.


—Gracias —contestó Pedro, volviendo a posar sus ojos en Paula.




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