sábado, 13 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 10




Poco antes de las seis de la mañana, una hora infame para ella, Paula salió de la casa a contemplar el amanecer sobre la playa. La marea estaba alta y la temperatura debía de rondar los veinte grados. Bostezó y fue dando traspiés entre los árboles que bordeaban la playa, luego se quitó las sandalias y probó el agua.


Durante toda la noche, no había podido dejar de darle vueltas a la respuesta física de su cuerpo hacia Pedro en el taller.


Aquel hombre no era su amigo. Además, ya tenía una mujer, una mujer especial, a juzgar por el valor del regalo que iba a hacerle. ¿Pero por qué tenía que ser tan impresionante? ¿Cómo iba a vivir bajo el mismo techo que él durante las tres siguientes semanas sin sucumbir a sus encantos?


Sabía cómo. Sólo tenía que acordarse de Nick… de la humillación.


El agua se le metió entre los dedos de los pies, estaba fría y le recordó a un frío día de invierno dos años antes. Nico casi había terminado con ella.


Tenía que habérselo imaginado; con veinticinco años, no era ninguna novata. Nico la había agasajado, le había hecho perder la cabeza en un espacio de tiempo relativamente corto. Le había prometido amor y matrimonio, y para siempre. Ya pesar de que ella siempre había vivido en una pecera para evitar a los medios de Sidney, había confiado en él.


Hasta el día en que había salido de casa para ir a probarse el vestido de novia y se había encontrado con diez periodistas esperándola en la puerta, bajo la lluvia. A partir de aquel día, había empezado a odiar los paraguas grandes y negros. Le recordaban a los buitres esperando a que alguien muriese.


Los periodistas conocían muchos detalles de la boda. Mientras ella se había quedado en casa preparando, tan contenta, su boda, Nico se había dedicado a entretener a una conocida actriz de culebrones en un callejón, cerca de un club nocturno. Las fotografías eran pornográficas. Cuando le había pedido explicaciones, el muy canalla, borracho, había acusado a Paula de haberle mentido acerca de su posición en la familia Blackstone. A pesar de que ella se lo había repetido en numerosas ocasiones, hasta entonces no se había dado cuenta de que no era la heredera de la fortuna, sino que no tenía dinero.


Horacio había ido a rescatarla, como había hecho con su madre años antes. Y Paula había deseado desaparecer. Un par de meses recorriendo Asia habían reducido su dolor, pero también habían hecho que su madre se preocupase mucho por ella. Cansada del constante escrutinio de la prensa, se había negado a volver a Sidney, y Horacio la había apoyado para que abriese su negocio allí, en Port, donde nadie la conocía ni les interesaba que fuese Paula Chaves, de la familia Blackstone.


El amanecer era precioso y le recordó por qué le encantaba aquel lugar. Se llenó los pulmones con el aire del mar y se dijo que tenía que resistirse a Pedro, porque si no lo hacía, le haría todavía más daño que Nico. Y aquello le estropearía aquel maravilloso lugar para siempre.


Se sintió más fuerte, decidida a terminar el trabajo lo antes posible y acabar con la tentación, pero el corazón le dio un vuelco al ver una figura vestida con pantalones cortos de color azul y una camiseta negra sin mangas que corría hacia ella. Se le había olvidado que le gustaba correr temprano por las mañanas, antes de que el calor y la humedad se volviesen insoportables.


Pedro redujo la velocidad al verla.


—¿Demasiado calor para dormir?


Paula creyó verlo sonreír con ironía. Era evidente que se acordaba de cuál había sido su reacción ante él la noche anterior, y que quería que ella se diese cuenta de que lo sabía.


—Ánimo —dijo ella con educación mientras caminaba de vuelta hacia los árboles.


Pero Pedro empezó a trotar marcha atrás, delante de ella.


—¿Sabías que Mateo Alfonso va a venir dentro de un par de días?


—No, no lo sabía —contestó ella, sorprendida por la pregunta.


No lo conocía en persona. Lo había visto en el funeral de Horacio, pero él había guardado las distancias con toda la familia. Paula había pretendido presentarse pero, al final, y dadas las circunstancias, había preferido presentar un frente unido junto a la familia del hombre que la había criado.


Había visto al hermano de Mateo, Javier, un par de veces y le había caído muy bien. Pero era comprensible que Mateo estuviese disgustado por la presencia de Marise en el avión accidentado y su inclusión en el testamento del magnate. En especial, dado que la prensa había dudado de que él fuese el padre de Benito, su hijo y de Marise.


—¿Cómo lo sabe?


—Porque me llamó anoche.


—¿Lo llamó? —preguntó ella frunciendo el ceño.


Pedro dejó de correr y se agachó a atarse bien los cordones de las zapatillas.


—Los dos nos dedicamos a comerciar con piedras preciosas. No es tan raro, ¿no?


Paula lo miró con curiosidad.


—Le comenté que estaba aquí y me dijo que él también iba a venir. Di por hecho, dado que es su prima, que venía a verla a usted.


Ella negó con la cabeza.


—Jamás vendría hasta aquí a verme.


Pedro se apoyó en un tronco para estirar el músculo de la pantorrilla y Paula no pudo evitar fijarse en el vello oscuro que cubría sus fuertes piernas.






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