sábado, 13 de abril de 2019
UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 11
Intentó concentrarse en Mateo. ¿Por qué iba a ir a verla a ella? ¿Y qué negocios tenía con Pedro? Lo único que tenían en común era que a ninguno de los dos le gustaba Horacio Blackstone.
—¿Qué negocio se trae exactamente con Mateo? —Pedro se quedó inmóvil—. ¿Tiene algo que ver con los diamantes de Blackstone Rose? —añadió Paula.
—¿Qué sabe de esos diamantes?
—Que hace un mes aparecieron de manera misteriosa en el bufete de los abogados de Horacio y que tuvieron que dárselos a los Chaves —de repente, ató cabos—. Usted los encontró. Y los devolvió.
—Yo no los encontré. Me los dieron para que los autentificase.
—¿Quién?
—Eso tendrá que preguntárselo a Mateo, son suyos.
—Ya le dije que no lo conozco. Estuvo presente en el funeral, pero no quiso saber nada de nosotros.
—Debería escoger mejor con quién confraterniza —comentó él—. ¿Acaso hay alguien en el mundo a quien no le caiga mal Horacio Blackstone?
—El enfrentamiento entre ambas familias no fue sólo culpa de Horacio, y lo sabe.
—Hábleme de ello.
—Todo el mundo lo sabe.
—Yo sé lo que he leído en los periódicos —dijo él sentándose en un tronco y dando un par de palmaditas a su lado—. Quiero oírlo de boca de alguien de la familia.
Ella se sentó, muy consciente del cuerpo de Pedro, grande y caliente, demasiado cerca de ella. Vio una gota de sudor en su frente y pensó que su espalda debía de estar empapada también. Lo que no entendía era por qué eso hacía que se le acelerase el pulso, en vez de tener el efecto contrario.
Se inclinó y tomó un puñado de arena blanca para dejarlo escapar entre los dedos. Desde la muerte de Horacio, la prensa había hablado mucho de la enemistad entre los Blackstone y los Chaves, y ella estaba cansada del asunto.
—Javier, mi abuelo, y Horacio eran amigos y se convirtieron en socios después de que Horacio se casase con mi tía Úrsula. Tío Oliver, el hermano de mi madre y de Úrsula, se quedó en Nueva Zelanda, al frente del negocio familiar. Entonces, el abuelo Javier se puso enfermo y renunció a todos sus derechos de explotación a favor de Horacion. Y, como es natural, Oliver no se lo tomó demasiado bien.
Por decirlo de alguna manera. Según su primo Javier, al hombre todavía le daba un ataque cada vez que oía hablar de Horacio Blackstone.
—Le disgustó sobre todo que Javier regalase el Corazón del interior de Australia a tía Úrsula.
La joya formaba parte de la historia del país, pero como muchos otros diamantes excepcionales, también era conocido por traer mala suerte a su dueño.
—Horacio lo hizo cortar y engarzar en un fabuloso collar llamado Blackstone Rose.
—Eso, para echar sal en la herida de Chaves —murmuró Pedro.
Ella asintió.
—Pero después del secuestro de James, el primer hijo de Horacio, tía Úrsula se deprimió. Para animarla, el tío Horacio dio una fiesta para celebrar su treinta cumpleaños por todo lo alto. Asistió hasta el primer ministro —Paula sonrió al recordar cómo describía su madre los vestidos, la decoración—, pero terminó en lágrimas.
—Fue la noche que robaron el collar —comentó Pedro.
Todo el mundo tenía su teoría. Algunos pensaban que había sido un intento de chantaje fallido. Y seguro que Pedro pensaba que Horacio había escondido el collar para cobrar el dinero del seguro.
—Horacio acusó a Oliver y las cosas se pusieron muy feas —continuó Paula—. Oliver denunció a sus hermanas y les dijo que, para él, era como si estuvieran muertas… mientras tuvieran algo que ver con un Blackstone —terminó la frase señalándolo con un dedo, imitando a su tío Oliver.
Él sonrió. Le sonrió de verdad, y Paula sintió que se derretía por dentro.
—Pero se ha saltado una parte —la reprendió él.
—¿El qué? Ah, bueno, supongo que sabe que la pobre tía Úrsula se cayó a la piscina…
—Después de haber bebido demasiado.
Paula se llevó un dedo a los labios.
—Nunca hablamos de ello —susurró de manera dramática—. Durante la pelea, Horacio también acusó a Oliver de haber organizado el secuestro del pequeño James.
Por desgracia, aquella acusación sería lo que nunca olvidaría Oliver. Su esposa, Katherine, y él no podían tener hijos. Javier y Mateo eran adoptados.
—¡Qué majo!
—Había perdido a un hijo —le recordó Paula—. Y aunque supongo que ha oído decir que le gustaban mucho las mujeres, mi madre siempre decía que quiso mucho a la tía Úrsula. No debió de ser divertido verla luchar contra la depresión.
Pedro no parecía impresionado, ni conmovido. Su choque con Horacio debía de haber sido espectacular.
Paula suspiró.
—No lo entiendo, Pedro—dijo Paula, tuteándolo por primera vez—. Mateo tiene derecho a estar enfadado, en especial después de lo ocurrido durante los últimos meses. Pero no entiendo por qué tú sigues odiándolo después de tanto tiempo.
—La curiosidad mató al gato —respondió él en tono frío.
—Creo que tu odio por Horacio raya en la obsesión.
—¿Sí? —dijo él, arqueando una ceja con cinismo.
—Es demasiado personal. ¿Qué te hizo? ¿Te quitó a una mujer?
Él rió.
—¿Son celos profesionales? ¿Te ganó en el negocio de tu vida? —insistió ella.
—Horacio Blackstone nunca me ganó en nada.
—Tal vez hayas oído las historias que se cuentan y hayas decidido que eres el hijo perdido de Horacio —bromeó Paula, a pesar de saber que era una broma macabra.
Su tío siempre había pensado que James, su primer hijo, aparecería algún día en la puerta de la casa. La investigación nunca se había cerrado y debió de dar un giro importante justo antes de su muerte, porque Horacio cambió el testamento. El nuevo perjudicaba a Kimberley y favorecía a su hijo mayor, James, si éste aparecía en un periodo de seis meses después de su muerte.
A la prensa le había encantado aquel nuevo episodio en la siempre emocionante saga de la familia Blackstone y se habían barajado varios candidatos, entre ellos, Javier Chaves, el hermano de Mateo.
—Veamos —continuó—, debes de tener más o menos su edad, unos treinta y cinco años. Y he oído que creciste en un hogar de acogida.
Él se puso tenso y la miró fijamente. Paula le mantuvo la mirada.
Pedro no dio señal de estar de acuerdo o en desacuerdo, pero algo la llevó a añadir:
—¿Qué pasó? ¿Fuiste a verlo con tu teoría y él se rió de ti y te echó de la habitación?
Pedro se quedó inmóvil un momento, luego puso una mano al lado de su pierna y se levantó, cerniéndose sobre ella. Olía a sudor, a jabón y a deseo. Colocó la otra mano al otro lado.
Estaba atrapada.
Lo vio bajar el rostro hacia el suyo.
—Estás equivocada, Paula —le dijo él en tono suave, mientras le lanzaba una mirada de advertencia y de deseo al mismo tiempo.
Paula pensó que había ido demasiado lejos con aquella estúpida broma.
—No soy el hijo perdido de Horacio —murmuró Pedro, acercándose todavía más—. Porque si lo fuera, jamás haría lo que voy a hacer.
Paula supo qué era lo que iba a hacer. Lo vio venir y no pudo moverse. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás y clavar las uñas en el tronco para agarrarse. Hasta que él cruzó el último milímetro que los separaba, el punto de no retorno.
Si hubiese estado de pie, se le habrían doblado las rodillas con el primer roce de sus labios. Se miraron a los ojos hasta que Pedro empezó a jugar con sus labios, con su lengua. La besó con firmeza, sin tocar ninguna otra parte de su cuerpo, pero invadiendo todos sus sentidos. Y Paula pensó que aquélla era la primera vez que la besaban de verdad en toda su vida.
Ella no habría podido parar aquel beso, pero fue Pedro quien se separó de repente y la dejó allí sentada, sin aliento.
—¿Te ha parecido el beso de un primo, Paula? —le preguntó sin dejar de mirarla.
Ella todavía estaba intentando recuperar el sentido común y la dignidad cuando lo vio marcharse corriendo.
Notó que le dolía el dedo corazón y se lo llevó a la boca para intentar sacarse la astilla que se le había clavado.
Se sentía completamente perdida.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario