sábado, 16 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 46




Paula abrió los ojos en medio de la oscuridad, golpeada por la cruda realidad. Fijó la mirada en las sombras que la luna tejía en el techo y de pronto lo comprendió todo.


Lo que estaba sintiendo no era amor. Eran, sencillamente, los efectos colaterales de haber hecho realidad sus fantasías.


Al fin y al cabo, no era algo que le sucediera con mucha frecuencia a una mujer y, cuando ocurría, era una experiencia de peso. Seguramente, estaba un poco confundida por el sexo maravilloso del que había disfrutado.


Paula se movió bajo el brazo del brazo, intentando comprobar hasta qué punto le resultaría fácil salir de la cama sin que él se diera cuenta. Por lo poco que lo conocía, parecía un hombre de sueño profundo, de modo que probablemente podría marcharse sin que se despertara.


Se había prometido a sí misma que aquélla sería la última noche que pasaran juntos y era evidente que Pedro quería que se fuera cuanto antes de su isla. Probablemente, incluso le agradecería que se fuera en medio de la noche y le evitara una torpe despedida.


Todavía no tenía la menor idea de lo que iba a hacer con el hecho de no estar ni de cerca curada de su atracción hacia Pedro.


Quizá la distancia le diera alguna perspectiva. 


Aunque una semana atrás, tenían todo un continente entre ellos y tampoco eso le había dado mucha perspectiva…


Todo lo contrario, en realidad.


Por eso había pensado que la cercanía, la absoluta cercanía, sería la cura. Pero había estado ya todo lo cerca que se podía estar y tampoco eso la había curado.


La proximidad no sólo le había demostrado que sus fantasías eran de lo más acertadas, sino que le había demostrado además que Pedro no era tan irritante en cuanto se lo conocía un poco.


Lo único que no había cambiado desde su primer encuentro con Pedro eran las chispas que saltaban en su relación, tanto dentro como fuera de la cama, unas chispas que podían llegar a desatar una tormenta si no se manejaban de forma apropiada.


¿Residiría la respuesta a su problema en las chispas que saltaban entre ellos? ¿Sería posible que pudiera deshacerse de su incontrolable deseo por Pedro arrojando la chispa adecuada al fuego?


Habían tenido discusiones fuertes, pero las más recientes habían sido sobre todo divertidas, alimentadas por su mutua afición a la discusión. 


Quizá el problema fuera que Paula había estado conteniéndose, comportándose como una buena chica para conseguir lo que quería, que no era otra cosa que acostarse con Pedro.


Y una vez decidida a abandonar su cama, quizá lo que necesitara fuera ser ella misma. O quizá una versión ligeramente exagerada de sí misma.


Sabía que a los hombres normalmente los intimidaban las mujeres demasiado directas, demasiado fuertes, demasiado independientes. 


Ella no era la clase de mujer a la que un tipo podía imaginarse defendiendo de unos pesados en un bar. Ella era la clase de mujer acostumbrada a defenderse por sí misma.


Y eso era justo lo que iba a hacer en aquel momento.


No quería tener que soportar que volvieran a abandonarla por no ser demasiado dulce, o complaciente, o por no ser suficientemente aburrida.


Cambió de postura e intentó levantarse separando las piernas de las de Pedro y quitándole el brazo de la cintura, haciendo todo lo posible para despertarlo en el proceso.


Pedro se estiró en la cama con un suave gemido y Paula le dio una patada para hacerle abrir los ojos.


—Eh —dijo Pedro sonriendo.


—Me voy.


—Pensaba que te quedarías por lo menos hasta el desayuno.


—Lo siento, pero creo que los dos hemos obtenido ya lo que buscábamos en esta relación, ¿no te parece?


Intentó levantarse, pero Pedro la agarró por la muñeca.


—¿He hecho algo malo?


—No, por supuesto que no.


—¿Entonces por qué tienes tanta prisa por marcharte?


—Ya te dije que me marcharía en cuanto me hubiera curado.


—¿Entonces esta vez ha funcionado?


—Definitivamente.


Pedro se sentó en la cama y la miró muy serio.


—En ese caso, supongo que esto es un adiós.


—No lo digas tan triste. Al fin y al cabo, era lo que querías, ¿recuerdas?


—No des por sentado que sabes lo que quiero.


Sus palabras la hirieron por razones que Paula no acertaba imaginar. Ella necesitaba que aquélla fuera una ruptura tranquila, agradable, para que ninguno de ellos tuviera que arrepentirse.


—Escucha, gracias por las risas y por todo lo demás, pero a partir de ahora ya no tenemos por qué seguir en contacto. Me iré de la isla en el primer vuelo que encuentre.


—No hace falta que te des tanta prisa. Si quieres, puedes quedarte unos días más por aquí.


—No pretendo ofenderte, pero mi idea de unas vacaciones perfectas no consiste precisamente en quedarme encerrada en esta porquería de isla.


Lo había dicho solamente para comenzar una discusión, para asegurarse una ruptura limpia y definitiva.


—¿A qué viene eso? ¿Estás intentando empezar una discusión?


Por primera vez desde que se conocían, parecían tener problemas para discutir. 


Sorprendente.


Pedro, no quiero arrepentimientos después de que me vaya. Sé que no estás buscando una relación permanente, y tampoco yo.


Pedro se acercó a su lado de la cama e intentó abrazarla, pero Paula se apartó.


—¿Estás segura? —le preguntó.


—No dejes que tu enorme ego se interponga en esto, Pedro. No puedes soportar la idea de que una mujer te deje, es eso, ¿verdad?


—¿Mi enorme ego? ¿Estás bromeando?


Lo había insultado y aun ¿sí, no parecía darse por ofendido. Aquello iba a ser mucho más duro de lo que imaginaba.


—No estoy bromeando, Pedro. Sabes que nunca me has gustado. En cuanto nos conocimos en Arizona, pensé que eras un hombre dominante, controlador y aburrido —mintió.


Pedro arqueó las cejas.


—Y me alegro de haberme llevado tu Porsche y haberte dejado en medio del desierto.


No era verdad en absoluto. Lo de quitarle el coche había sido una decisión estúpida tomada en un impulso de la que se había arrepentido durante meses, y se había sentido atraída por Pedro desde su primer encuentro.


Ya entonces había pensado que era una pena que fuera tan estúpido y la había molestado que fuera precisamente él el primer hombre con el que había tenido una relación tan fuerte y elemental.


Paula recordaba nítidamente lo mucho que la había afectado el primer encuentro con Pedro


Había estado comiendo helado de chocolate durante días y había tenido que pasar horas y horas en el gimnasio expiando aquellas agresiones alimenticias.


Sin duda alguna, eran dos personas que jamás deberían haberse conocido.


—Bueno, me sorprende que veas las cosas de ese modo —contestó Pedro, en absoluto tan enfadado como Paula había esperado que estuviera.


—Y, por cierto, Pedro. La tienes muy pequeña.


Aquélla era la mentira del siglo.


Pedro soltó una carcajada.


—No estoy bromeando.


—¿Ah, sí? Pues tú te quedas con todas las sábanas y roncas como un camionero.


—¡Mentira!


—¿Y ése es tu verdadero color de pelo? —preguntó, y Paula supo que por fin había conseguido que se enfadara.


—Vete al infierno —se volvió y comenzó a abandonar el dormitorio.


Pedro la siguió.


—Ya lo he hecho, muchas veces. Y tienes razón, no quiero tener una relación seria con una mujer como tú.


¿Una mujer como ella? ¿A qué se refería? Le daba miedo preguntarlo. Porque en realidad lo sabía. No quería tener una relación con una mujer tan fuerte como ella, tan franca y tan poco sumisa. Él quería una mujercita dulce que le diera la razón en todo y le dijera lo bueno que era.


Sí, eso era lo que todos los hombres querían. Lo contrario exactamente de lo que era Paula.


Se volvió cuando estaba a punto de llegar a la puerta.


—En ese caso, me alegro de que lo hayamos dejado todo claro. No me llames y yo tampoco te llamaré.


Salió dando un portazo y con el estómago en un puño.


Muy bien, así era como quería que terminaran las cosas, ¿no? Con una pelea fuerte y desagradable.


Después de aquello, ya podían separarse sin arrepentimientos, sin tener que mirar atrás y preguntarse por lo que podía haber sido.


Sí, eso era lo que quería.


Pero entonces, ¿por qué se sentía como si hubiera hecho lo más horrible del mundo?


Caminó hasta su habitación como una autómata y, de alguna manera, consiguió llegar hasta allí sin perderse, mientras sus pensamientos continuaban pendientes de Pedro.


Se había sentido tan bien con él, todo había sido tan perfecto. Pedro era incluso mejor de lo que había imaginado. Había sido como una fantasía convertida en realidad.


Y tener la certeza de que las fantasías eran solamente eso, algo que jamás salía como se esperaba en la vida real, era un golpe aplastante, una razón para tirarse al suelo y llorar.


Pero en realidad lo había sabido durante todo aquel tiempo, ¿verdad? ¿Acaso no había sabido siempre que las fantasías no tenían ningún viso de realidad? Al fin y al cabo, ¿no era aquél el motivo por el que había ido hasta allí?


Por supuesto, pero ver sus fantasías hechas añicos estaba muy lejos de su idea del final perfecto para unas vacaciones.


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