sábado, 12 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 30




Paula llegó a casa desde el hospital a las ocho y media. La visita había sido más angustiosa que útil. Tamara había abierto los ojos en alguna ocasión, pero se limitaba a clavar la mirada en el techo sin mirar a nadie. Ni siquiera a su madre, que no se había apartado en ningún momento de su hija.


A pesar del policía que vigilaba en la puerta, Tamara continuaba teniendo un miedo atroz. Y también su madre, aunque lo único que realmente sabía, era que el coche de Tamara se había salido de la carretera.


Pero tanto, si Tamara hablaba como si no, pronto se extenderían los rumores. La ciudad ya estaba dominada por el miedo y el hecho de que una mujer hubiera tenido un accidente en una zona tan solitaria, era suficiente para desencadenar una nueva oleada de pánico y una docena de rumores sobre lo ocurrido.


Aun así, la madre de Tamara no quería que se llevaran a su hija al hospital de Atlanta. A pesar de todo lo que había ocurrido, la señora Mitchell sentía que corrían menos peligro permaneciendo cerca de casa. 


Afortunadamente, las heridas de Tamara eran menos graves de lo que en un principio parecían, y el hospital de Prentice se ajustaba más que de sobra a sus necesidades.


Paula terminó de prepararse un sandwich y se llevó la cena al pequeño estudio que tenía en la parte trasera de la casa, acelerando el paso cuando pasó ante la puerta del sótano. Era una tontería tener miedo de una inofensiva corriente de aire, sobretodo cuando tenía una explicación totalmente lógica. El sótano no estaba completamente bajo tierra. Tenía una ventanita que era visible desde la parte superior de la casa y aquella zona seguramente era mucho más fría que los pisos superiores.


Durante una tarde soleada, Paula había llegado incluso a abrir la puerta, pero las escaleras que bajaban al sótano y las oscuras sombras que desde la puerta veía le habían parecido tan tenebrosas que había cerrado de un portazo y se había alejado inmediatamente de allí. Aquel miedo no tenía nada que ver con los fantasmas de los Billingham. Se debía al terrible parecido de aquellas imágenes con las de sus pesadillas.


Paula dejó el plato con el sandwich en la mesa y pulsó el botón del contestador. Sólo tenía una línea telefónica en la casa y rara vez la utilizaba para algo que no fuera conectar el módem del ordenador, pero algunos de sus amigos tenían el teléfono de su casa.


La primera llamada era de Barbara, que quería confirmar la cita de la mañana siguiente y preguntarle si no le importaría que jugaran un partido de dobles con un par de chicos guapos. 


A Paula le importaba. Ella sólo quería desahogarse físicamente aporreando pelotas y no tener que mostrarse amable con un tipo al que no conocía, y al que probablemente no volvería a ver jamás en su vida. Pero no anuló la cita. Era más fácil soportar el partido que explicarle a su amiga los motivos por los que sí le importaba.


La segunda llamada no contenía ningún mensaje. Paula comprobó el identificador de llamadas. Era un número desconocido. ¡Maldita fuera! Era él. No necesitaba un mensaje para saber que había conseguido el número de teléfono de su casa.


Aquel hombre era un loco peligroso, pero a pesar de lo que Pedro pensaba, no estaba amenazándola. Sencillamente, estaba buscando la manera de llegar hasta ella. Paula no quería quedarse a solas con él, de hecho, la aterrorizaba que supiera dónde vivía. Pero aquello tenía que parar, y a menos que Tamara hablara y les diera una descripción más precisa, Paula podría ser el único vínculo que podía tener Pedro con el asesino. La pista que Pedro estaba buscando.


Aquel hombre no sólo mataba, sino que marcaba con sangre el cuerpo de sus víctimas. 


¿Qué podía significar eso? ¿Y por qué había matado en las dos ocasiones en el parque? ¿Y por qué la atención de los medios de comunicación significaba tanto para él?


No tenía respuesta para ninguna de aquellas preguntas. Encendió la pantalla del ordenador y comenzó a escribir. Pero no un artículo para el periódico, sino todo un flujo de pensamientos dirigidos al asesino de los parques de Prentice.


«Debes de tener un alma negra, permanentemente herida. ¿Qué te ha convertido en una bestia y te impide comportarte como un ser humano? ¿Y qué es lo que quieres de mí? ¿Estás buscando ayuda, o sólo eres una prolongación de mis pesadillas? ¿Habrá evocado mi pasado algún demonio atroz que pretende acompañarme durante toda mi vida?»




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