sábado, 12 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 31




Pedro se sentó en un taburete frente a Mateo. El Grille estaba prácticamente vacío aquella noche. Sólo había algunos clientes en la barra. Mateo estaba tomando su tercera cerveza. Pedro disfrutaba de la primera. Estuviera o no de servicio, le gustaba tener la mente despejada en momentos como aquél, por no hablar de que tenía un dolor de cabeza mortal por culpa del insomnio.


—¿Crees que hay alguna posibilidad de encontrar una prueba de la identidad de ese tipo en la camioneta? —preguntó Mateo.


—No sé cómo van a encontrarla. Prácticamente no ha quedado nada.


—Ese hombre sabe lo que está haciendo. Se deshizo del número de identificación de la camioneta y cambió la matrícula antes de prenderle fuego.


—Actúa como si fuera un policía —comentó Pedro.


—O alguien que sabe perfectamente cómo identificar un vehículo —añadió Mateo—. ¿Cómo crees que ha vuelto a la ciudad después de haber quemado la camioneta? Odiaría pensar que tiene un cómplice. Que hay dos tipos desquiciados paseando libremente por las calles de Prentice.


La camarera se detuvo frente a su mesa, aunque era evidente que todavía no necesitaban otra cerveza. El servicio siempre era magnífico cuando Mateo andaba cerca. Fueran jóvenes o viejas, las mujeres revoloteaban alrededor de aquel tipo. E incluso Pedro, tenía que admitir que era un hombre atractivo.


—Estáis muy serios —comentó la camarera.


—Los policías siempre están serios —contestó Mateo—. Y ten cuidado, porque como hagas demasiadas travesuras, puedes terminar con un par de esposas en las muñecas.


La camarera sonrió y deslizó un dedo por el brazo de Mateo.


—Eso suena un poco perverso, detective. Pero supongo que siempre llevas encima un par de esposas, por si acaso…


—¿Sabes? Me parece que estás buscando problemas.


—Bueno, ya me conoces. Nunca busco más de lo que soy capaz de dominar. ¿Queréis otra cerveza?


—Para empezar.


La camarera se alejó meciendo las caderas y Pedro tuvo la sensación de que allí había algo más que un inofensivo flirteo. Pero lo que Mateo hiciera fuera del trabajo, no era asunto suyo.


—Esa chica sí que está bien —comentó Mateo cuando por fin desvió la mirada de la espalda de la camarera—. No tiene tanto estilo como tu periodista, pero no está mal.


—Yo no tengo ninguna periodista.


—Te equivocas. Hoy, en cuanto he visto que estaba en tu casa he pensado que…


—Pues te has equivocado.


Pedro no sabía por qué lo irritaba tanto que asumiera que había una relación entre ellos. 


Quizá porque en el fondo deseaba que fuera verdad. Pero en ese caso, tendría que decidir qué hacer con aquel sentimiento. Habían pasado siete años desde la muerte de Natalia. 


Había salido con algunas mujeres desde entonces, pero ninguna había significado nada para él.


Con Paula las cosas serían diferentes. De hecho, ya estaban siendo diferentes.


—Ya es hora de que mires hacia el futuro, Pedro. No puedes vivir siempre en el pasado.


—¿Crees que es eso lo que estoy haciendo?


—A mí me lo parece. Y creo que también se lo parece a Paula.


—¿Eso qué significa?


—Ha visto la fotografía de Natalia en tu casa, colocada en la estantería, como si aquello fuera una especie de santuario.


—No es ningún santuario. Y yo no vivo en el pasado.


—¿Ah, no? Natalia murió hace siete años, pero cada vez que una mujer muestra algún interés por ti, retrocedes de nuevo hasta tu refugio.


—No sé de qué estás hablando.


—Paula es una mujer buena. No le hagas daño.


—No pretendo hacérselo.


—No, claro… —Mateo dio un largo sorbo a su cerveza—. ¿Entonces qué vamos a hacer con Tamara? Estoy seguro de que sabe más de lo que cuenta. En caso contrario, el asesino no se habría tomado la molestia de mantenerla callada.


—No tenemos ninguna prueba de que haya sido el asesino el responsable del accidente.


—Quizá no tengamos suficientes pruebas para llevarlo ajuicio, pero para mí son más que suficientes.


—Espero que Tamara pueda llegar a sentirse suficientemente segura como para hablar antes de que ese tipo intente arremeter otra vez contra ella.


Pedro se terminó la cerveza. Estaba agotado, pero gracias a una media docena de píldoras había conseguido aletargar el dolor de cabeza. Por lo menos hasta que Mateo había vuelto a sacar el tema de Natalia.


—Me voy —anunció—, quiero dormir algo antes de que surja otra emergencia. ¿Te vienes?


—No, todavía no. Probablemente me tome un par de cervezas más.


—Conserva las esposas en el bolsillo.


—Naturalmente, compañero… Hasta que pueda hacer un buen uso de ellas.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario