sábado, 1 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 3




Antes de que le diera tiempo a reaccionar, Paula se inclinó sobre él y lo besó. Pedro se quedó muy quieto. Al principio, no le devolvió el beso, pero tampoco se retiró.


Paula se echó hacia atrás y Pedro parpadeó con expresión entre sorprendida y curiosa.


—Paula…


—No digas nada —murmuró ella sin apartarse del todo de él, disfrutando del calor de su cuerpo—. Sé que me tienes por la hermana pequeña de Nico, pero he crecido y quiero estar contigo, quiero explorar lo que podría haber entre nosotros —le dijo esperando unos segundos en silencio para que contestara—. ¿Nunca lo has pensado, Pedro? ¿Nunca te has imaginado lo que podría haber entre nosotros?


Paula sentía que el corazón le latía aceleradamente y estaba tan nerviosa que en cualquier momento podría devolver la hamburguesa que se había tomado.


Sin embargo, el hecho de que Pedro no hubiera protestado y no la hubiera apartado físicamente de él para llevarla a casa inmediatamente le daba alguna esperanza. A lo mejor, a él también le gustaba ella y había algo que hacer.


Pedro —suspiró—. Por favor.


Pasó un segundo… y otro… y Pedro la miraba fijamente. Sus ojos observaban con intensidad su pelo, sus mejillas, sus labios, sus ojos…


Y, de repente, comenzó a besarla sin reservas.
Paula sintió sus manos en la cintura y en las costillas, cerca del pecho. Entonces, se puso de rodillas en el asiento y se colocó encima de él, queriendo estar todo lo cerca que pudiera, queriendo fundirse en un solo ser.


Había esperado durante mucho tiempo aquel momento, se lo había imaginado tantas veces que le costaba trabajo creer que estuviera sucediendo en realidad.


Cuando Pedro le acarició el pezón a través del sujetador y de la blusa, supo que era verdad, supo que era la realidad gloriosa.


Todas las fantasías que había tenido con el mejor amigo de su hermano se iban a hacer realidad.


Paula le quitó la cazadora mientras Pedro se peleaba con la cremallera de la suya. Cuando lo hubo conseguido, se la quitó y la tiró al suelo.


Acto seguido, sus manos volvieron inmediatamente a las caderas de Paula, donde reposaron durante un segundo antes de deslizarse bajo su jersey para subírselo hasta las clavículas.


Al sentir sus manos en la piel, Paula sintió como si tuviera el cuerpo encendido. Fuera hacía frío y debería hacer frío también dentro ahora que el motor estaba apagado y la calefacción no funcionaba, pero no era así en absoluto.


¡Allí hacía mucho calor!


Las ventanas del coche comenzaron a empañarse a causa de sus respiraciones entrecortadas. Se estaban comportando como quinceañeros, pero a Paula no le importaba en absoluto.


Pedro comenzó a besarla por el cuello y Paula se echó hacia atrás para ponérselo más fácil. 


Mientras Pedro la besaba, ella le sacó la camiseta de los vaqueros y comenzó a acariciarlo.


Inmediatamente, el abdomen de Pedro se tensó. Paula siguió acariciándolo. Le acarició el torso, la tripa y llegó hasta la cinturilla de los pantalones, donde se paró un momento para desabrochar el primer botón.


Al mismo tiempo, Pedro llegó hasta sus pechos, le levantó el sujetador y comenzó a acariciarle los pezones, haciendo que Paula sintiera escalofríos de placer.


—No deberíamos hacer esto, nos estamos equivocando —murmuró Pedro.


—No, no nos estamos equivocando en absoluto —contestó Paula besándolo de nuevo—. Esto es lo mejor del mundo.


Pedro gimió y cedió, abrazándola y tumbándola en el asiento del coche. Al hacerlo, Paula se golpeó con la rodilla en el volante, Pedro se enganchó el pie en la puerta y se dio con el codo en la ventanilla y Paula se golpeó la cabeza con la manecilla de subir la ventana de la otra puerta.


De no haber estado los dos tan excitados, probablemente, no les hubiera hecho ninguna gracia, pero en aquellos momentos rieron e intentaron ponerse lo más cómodos posible.


Cuando lo consiguieron, volvieron a besarse y a acariciarse sin parar.


Pedro le bajó la bragueta de los vaqueros y deslizó los pantalones por sus piernas. Ambos sabían que a continuación iban sus braguitas y, luego, los pantalones y los calzoncillos de él.


Al verse así, aunque había deseado a aquel hombre desde que tenía trece años, Paula no pudo evitar dudar de lo que iba a hacer porque sabía que todo iba a cambiar.


Obviamente, su intención era que después de aquella noche comenzaran a salir, se prometieran, se casaran y formaran una familia.
Imaginarse dentro de diez años con él a su lado hizo que Paula sonriera… aunque lo cierto era que le costaba pensar con normalidad ahora que Pedro estaba acariciándole la parte interna de los muslos.


Pasara lo que pasara, estarían juntos y todo iría bien. Pedro era como un hermano para Nicolas y casi como otro hijo para sus padres, así que a toda la familia le haría mucha ilusión su relación.


Por supuesto, ella terminaría sus estudios de Derecho y volvería a ejercer allí para casarse con el hombre al que siempre había amado y ser feliz a su lado.


Paula sonrió y dio un respingo al sentir la mano de Pedro en el pubis. Pedro le separó las piernas y se colocó entre ellas lo mejor que pudo, acariciándole los pechos desnudos. Paula sintió la punta de su miembro entre las piernas mientras su boca continuaba devorándola.


Pedro se estaba comportando de manera amable, pero demandante, considerada, pero firme.


Deslizó una mano por su cintura y su cadera, llegó a su trasero y la levantó. A continuación, se introdujo en su cuerpo más fácilmente de lo que Paula había previsto teniendo en cuenta que era virgen.


Aun así, la invasión estaba siendo importante y Paula tuvo que echar las caderas hacia delante para encontrar una postura más cómoda.


Cuando Pedro se introdujo más profundamente en su cuerpo, no pudo evitar ahogar un grito de sorpresa. Entonces, él se paró y la miró a los ojos.


—¿Estás bien?


—Sí —contestó Paula mordiéndose el labio inferior, más por costumbre que por dolor.


Pedro no parecía creerla, así que Paula le retiró un rizo de la frente y sonrió para animarlo.


—De verdad, estoy bien —insistió pasándole los brazos por el cuello y abrazándolo—. Pero me parece que no hemos terminado, ¿no?


—No, desde luego que no —sonrió Pedro—. No hemos hecho más que empezar.


A continuación, comenzó a besarla con ternura y a moverse dentro de su cuerpo lentamente al principio y más deprisa a medida que el deseo iba embargándolos a los dos.


Hasta que la fricción fue tan maravillosa que Paula sintió una espiral de placer que la hizo gritar. Pedro entró tres o cuatro veces más en su cuerpo antes de ponerse rígido y de alcanzar también el clímax.


Saciados, se quedaron tumbados en silencio unos minutos, con la respiración entrecortada intentando recuperar el equilibrio.


Paula lo tenía abrazado y sonrió encantada por lo que acababa de suceder.


A pesar de que hubiera sido en un coche y de que no hubieran podido desvestirse por completo, la noche había sido perfecta.


Ya habría otras ocasiones en el futuro para desnudarse tranquilamente, hacerlo lentamente, explorar el cuerpo del otro antes de meterse en una cama con sábanas de raso y hacer el amor durante toda la noche.


Aquello no había hecho más que empezar.
Pedro levantó la cabeza y la miró antes de erguirse y ayudarla a levantarse también. Luego, le bajó el jersey y esperó a que Paula se subiera las braguitas y los vaqueros antes de vestirse él.


—¿Estás bien? —le preguntó cuando ambos estuvieron vestidos y sentados cada uno en su asiento.


Lo había dicho mirando por el parabrisas y agarrando el volante con fuerza.


—Sí —contestó Paula—. ¿Y tú?


Pedro no contestó. Siguió mirando de frente. Al cabo de unos segundos, suspiró y encendió el motor. Al instante, el coche se llenó de música y calor.


—Será mejor que te lleve a casa antes de que tu familia se preocupe.


Paula asintió. Era cierto que sus padres se preocupaban si tardaba en volver, pero seguro que Nico les había dicho que estaba con Pedro, así que todo estaba en orden.


Sin embargo, entendía que Pedro se sintiera algo incómodo. A lo mejor, tardaba un tiempo en acostumbrarse a que eran pareja.


No pasaba nada, ahora la llevaría a casa y ya hablarían del futuro al día siguiente por la mañana.


Mientras bajaban por el polvoriento camino, Paula lo miró de reojo y se fijó por enésima vez en su mandíbula cuadrada, en su pelo rubio oscuro, en su nariz recta, en sus amplios hombros y en sus bíceps musculosos.


Aquél era el hombre al que amaba, el hombre del que estaba enamorada desde que tenía trece años y ahora iba a convertirse en el hombre con el que se casaría y con el que pasaría el resto de su vida.


Qué felicidad.


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