sábado, 15 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 16




«Repite conmigo: Soy una profesional, soy una profesional. Estoy centrada en mi trabajo, en mi carrera, y en mis objetivos».


Paula intentó descubrir por enésima vez cuál era el problema con las plantas que había pintado, pero desde la noche que Pedro la había besado para abandonarla a continuación, no era capaz de poner en orden sus pensamientos.


—¡Qué porquería! —tomó el bote de pintura ocre del estante.


Quizá mezclándola con un poco de blanco conseguiría el tono que estaba buscando.


—No debería insultar a los cuadros. El problema soy yo —masculló, al tiempo que empezaba la mezcla.


Había un error de punto de partida, y eso constituía un serio problema dado que el cuadro debía estar finalizado para el lunes.


Pedro estaba trabajando en el despacho contiguo, o al menos eso asumía Paula, que ni siquiera lo había visto porque llevaba toda la mañana con la puerta cerrada.


Le costaba imaginar que sufriera los mismos problemas de concentración que ella. De hecho, no parecía tener la menor dificultad en actuar como si no hubiera sucedido nada entre ellos la noche de la entrega de premios. No sólo el beso. Tampoco la revelación sobre su autismo, o el encuentro con su padre.


Quizá no se había tratado más que de un beso amistoso, como respuesta a lo disgustada que ella se había mostrado con lo sucedido.


Pensar que pudiera ser así la irritaba, porque para ella había tenido un significado muy distinto.


En cambio Pedro, no sólo se había echado atrás, sino que parecía haber sentido repugnancia. Su comportamiento posterior conducía a esa conclusión.


Paula removió la pintura con energía. Tenía que concentrarse en su trabajo, olvidar y limitarse a pensar en las responsabilidades que ella y su jefe compartían. Era la única actitud inteligente. 


Aceptar que Pedro la rechazaba.


Eso era lo que iba a hacer.


Tomó el bote con la nueva mezcla y fue con él hacia el caballete.


—Tengo que ir a la montaña. El proyecto…


—Voy a centrarme en este cuadro… Ay…


Sus palabras se solaparon al tiempo que Paula chocaba contra una pared de sólido músculo. La pintura salpicó el pecho de Pedro, la mano de Paula y goteó hasta el suelo.


—¡Oh, no! —Paula consiguió poner el frasco vertical, pero el daño ya estaba hecho.


—Debería haber llamado antes de entrar —dijo Pedro en tono de sorpresa, llevándose la mano al pecho.


—Ha sido culpa mía. Debía haber estado más atenta —Paula también levantó la mano, pero se quedó paralizada al ver que Pedro, en lugar de intentar quitarse la mancha, la acariciaba con los dedos como si quisiera sentir su textura.


Paula no recordaba haber visto nada tan sensual como aquella caricia, y Pedro debió percibir algo en su quietud, porque detuvo el movimiento súbitamente y la miró inquisitivamente al tiempo que sus mejillas se coloreaban.


¿Le daba vergüenza? ¿Por qué?


«Porque es otro de los síntomas de su enfermedad».


—Debo parecerte muy extraño.


—Siento haberme quedado mirando, pero es que me ha resultado tan…


Paula no pudo concluir la frase porque no podía decir que había imaginado aquella caricia sobre su piel.


—He… Te he estropeado la camisa —balbuceó lo que era evidente al tiempo que intentaba recuperar el aliento—. Estoy intentando arreglar este cuadro, pero no creo que el cambio de tono hubiera servido de nada. Necesito ver con mis propios ojos las vainas de las plantas que he pintado, pero no las desarrollan hasta que alcanzan cierta madurez y todas las que hay en invernaderos son jóvenes.


Pedro dirigió la mirada hacia el cuadro inacabado.


—Lo que llevas hecho está… bien.


—Precisamente. «Bien» es sinónimo de «mediocre» —Paula miró el cuadro con el ceño fruncido—. Necesito una muestra real.


Pedro miró a Paula y al cuadro alternativamente.


—Supongo que si no encuentras una solución te vas a subir por las paredes, ¿no?


—Sí. ¿Cómo lo…?


—¿Cómo lo sé? —Pedro sacudió la cabeza—. Porque llevo toda la mañana trabajando en un proyecto sin llegar a ninguna conclusión porque necesito estudiar las formaciones rocosas sobre el terreno. Y si no me equivoco, en ese mismo lugar se pueden encontrar las plantas a las que te refieres. De hecho, fue allí donde las vi por primera vez antes de incorporarlas al diseño. No suelen encontrarse en invernaderos. Luciano está cultivando algunas para mí.


—Si pudiera verlas… —sin pensar lo que hacía, Paula tomó la mano de Pedro manchada de pintura y la limpió con el faldón de la camisa—. Espero que no sea una camisa a la que tengas especial cariño. Te compraré otra —empezó a desabrochársela, pero él le sujetó la mano por la muñeca para detenerla.


—No me… —Pedro calló bruscamente—. Te vas a manchar.


—Es demasiado tarde para preocuparme de eso.


De hecho Paula se dio cuenta de que era demasiado tarde para preocuparse de unas cuantas cosas, como por ejemplo, del impacto que podía causarle ver una fracción del torso de Pedro. Bajó la mirada para ocultar su turbación.


Estaba segura de que a Pedro le gustaban las mujeres menudas con preocupaciones más interesantes que las plantas y sus frutos.


—Deberías darte una ducha —añadió—: la pintura habrá traspasado la camisa. Menos mal que no era de las más caras.


—No te preocupes ni de eso ni de la camisa —Pedro vaciló mientras escrutaba el rostro de Paula—. Has trabajado muchas horas en este cuadro. No debería haberte pedido que pintaras algo para un proyecto en el que no has estado implicada desde el principio. Como ya te dije, no volverá a suceder.


—No importa.


—Claro que importa, pero espero compensarte —Pedro se frotó las manos en la camisa—. Había venido a decirte que iba al campo a estudiar las formaciones rocosas. Quizá quieras venir conmigo para fotografiar las plantas o dibujarlas.


Un día junto a él. No. Una salida de trabajo, ésa era la forma correcta de verlo.


—Soy una profesional y deberías ser capaz de resolver el problema sin necesidad de ir de excursión.


—No estoy de acuerdo —Pedro la miró con determinación—. Recoge mientras yo me ducho. Pasaremos por tu casa y por la mía por ropa. No olvides las botas de trabajo que llevabas el otro día. Las necesitarás para la caminata que vamos a hacer.


—De acuerdo —dijo ella. No tenía otra opción. Y le estaba agradecida. Asintió mientras miraba de nuevo el cuadro.


—Muy bien —Pedro se giró hacia la puerta—. Ah, y pasaremos la noche fuera.


Salió antes de que Paula reaccionara.




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