viernes, 14 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 15





Paula sentía las emociones bullir en su interior, y cuando Pedro ordenó al conductor que esperara y caminó con ella hacia su casa, las emociones se transformaron en puras sensaciones físicas: el roce de los dedos de Pedro en su codo, su pulso acelerado mientras se debatía entre invitarle o no a pasar para charlar sobre la velada…


Para ella, el mejor momento de la noche, y también el más emotivo, había sido el viaje en taxi con sus cuerpos pegados. Pedro había sido rechazado por su padre por una enfermedad que él había logrado transformar en beneficio para su trabajo. Su excepcionalidad hacía que fuera distinto a todos.


Y en aquel momento la sujetaba por el codo y ella sentía su corazón acelerarse porque aquel contacto le gustaba más de lo que debería.


¿Podía ser arriesgado? Lo sería si no se trataba de mera atracción, si sus sentimientos estaban implicados. Eso no podía permitirlo. Pedro era su jefe. Debía darle las buenas noches y entrar.


Pedro, gracias por… —comenzó al llegar a la puerta.


—Gracias por haber acudido a la ceremonia de entrega de premios conmigo —tras una pausa, Pedro añadió—: Como intercambio de una velada con tu familia, creo que he salido ganando.


—Lo que pasa en mi familia no puede compararse con lo que ha sucedido esta noche —Paula sacudió la cabeza. En aquel momento sus problemas familiares parecían insignificantes—. Pedro no sé qué hacer para…


—No sientas lástima por mí —la interrumpió él con delicadeza al tiempo que apretaba la mano de Paula en la que ésta sujetaba las llaves—. El pasado no puede cambiarse, pero se supera.


—Puede que sí, pero has seguido ocultando una parte de ti de la que no deberías preocuparte tanto como lo haces —Paula se mordió el labio inferior y pareció a punto de llorar—. No puedo seguir…


¿Hablando? Pedro prefería dejar el tema.


—Pues no hablemos más de ello —dijo en tono animado—. Prefiero hacer esto —se inclinó y acarició los labios de Paula con los suyos.


Fue un intercambio leve, delicado, lleno de dulzura y lo bastante intenso como para que Paula fuera consciente de cuánto tiempo llevaba ansiándolo.


Paula se asió a los brazos de Pedro y éste posó las manos en su cintura.


Durante unos maravillosos segundos, Paula se entregó a aquel beso. Pedro acarició sus labios sin dejar de mirarla a los ojos, hasta que ambos los cerraron y la realidad se diluyó entre sensaciones y sentimientos, y Paula sintió su corazón latir desbocado y un intenso calor recorrer todo su cuerpo.


La intensidad de su reacción confirmó sus peores temores, y saber que sentía algo por Pedro hizo que le asaltara el pánico. En ese preciso instante, notó que también en él se producía un cambio de actitud.


Pedro alzó la cabeza, dejó caer las manos y dio un paso atrás. Paula pudo ver en su expresión que se arrepentía de lo que acababa de suceder.


—No debería haber hecho eso. Tú y yo nunca podríamos…


Dejó la frase inconclusa, pero Paula podía terminarla por él.


Al conocer la realidad, la verdadera naturaleza de sus generosas curvas, su deseo se había enfriado. El castillo de naipes erigido sobre el deseo, el placer, la esperanza y la proximidad, y que nunca hubiera debido construir, colapso.


Paula alzó la barbilla y se dijo que no le importaba. No le importaba en absoluto.


—Buenas noches, Pedro.


—Buenas noches. Lo…


«Siento».


Afortunadamente, no llegó a decirlo.


Tras dedicarle una última mirada de inquietud, Pedro se marchó.





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