sábado, 27 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 20





Paula encendió la luz nada más regresar a su apartamento y dejó el bolso en la estantería. 


Una cita a comer con Pedro, seguida de una agotadora sesión de clases teniendo en cuenta la diferencia de edad y aptitudes de los tres niños de la familia, la había dejado exhausta y más que dispuesta a disfrutar de una tranquila noche en casa.


Nada más descalzarse, se quedó de piedra al ver a Kostas sentado en su sofá.


Un chillido medio estrangulado escapó de su garganta. De repente sintió algo presionándole el pecho: el cañón de un arma.


—Hola, Paula. No sé por qué te sorprendes de verme. Deberías haberme estado esperando.


—¿Cómo has entrado? —preguntó. La respuesta estaba en la ventana abierta. Había subido por la escalera de incendios.


—Mejor pregúntame por qué, no cómo.


—¿Por qué? —susurró.


—Cuéntame lo que sabes tú.


—No sé nada —retrocedió un paso, pero volvió a quedarse paralizada cuando Kostas la apuntó al corazón.


—Ven a sentarte —señaló la silla que estaba al lado del sofá.


Paula obedeció despacio. Nunca antes se había enfrentado cara a cara con la muerte. Nunca había estado tan cerca de un arma.


Procuró concentrarse en respirar profundo. 


Aspirar, espirar. Aspirar, espirar…


—Mientes —le espetó Kostas, apoyando la mano que empuñaba el arma sobre una rodilla—. Desapareciste de Atenas sin despedirte, y luego la policía vino a por mí.


—No sé de qué estas hablando…


—Paula, querida, conozco maneras de arrancarte esa información.


Dejó de respirar. Incluso de pensar.


—Me dolería tener que torturarte, dado que eres una chica tan encantadora, pero lo haría.


—Siento haberme marchado sin despedirme —dijo Paula, desesperada por encontrar una salida—. Pensaba dejar Grecia para venirme a Roma a trabajar, y no tenía corazón para decírtelo. Pensé que sería más fácil que desapareciera sin más.


—No te creo.


—¡Kostas, es la verdad! Fui una cobarde, eso es todo. Nunca se me han dado bien las despedidas, me daba vergüenza decirte que no eras el primer tipo al que abandonaba por un viaje…


El griego se levantó bruscamente del sofá:
—¡Basta de mentiras! —le acercó el cañón del arma al cuello—. Si te disparo ahora, la bala te atravesará el cerebro y morirás instantáneamente.


Paula abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió de su garganta. Entonces oyó un milagroso sonido: el de una llave introduciéndose en la cerradura.


Kostas también lo oyó, y ambos se quedaron mirando fijamente la puerta. De pronto, sin previo aviso, el griego se lanzó hacia la ventana abierta y desapareció.


Un momento después, Paula estaba mirando a Fabiana, que la observaba a su vez con expresión extrañada.


—Paula, ¿estás bien?


Se acercó apresurada a la ventana y la cerró. 


No había señal alguna de Kostas. 


Afortunadamente. Suspirando, se volvió hacia su casera.


—¿Tienes frío? —le preguntó Fabiana.


Hacía un calor horrible en la habitación, pero Paula no pensaba volver a abrir la ventana en algún tiempo.


—No lo ha visto, pero hasta hace un momento había un hombre aquí. Usted lo ha ahuyentado.


Fabiana abrió mucho los ojos.


—¡Un ladrón!


Paula asintió.


—Sí, quizá. Tenía un arma y ya estaba dentro cuando entré, hace unos minutos. Cuando usted abrió la puerta, lo ahuyentó.


—¡Voy a llamar ahora mismo a los carabinieri!


—No se preocupe. Ya lo haré yo. Tendré que describírselo.


—¿Quieres que me quede contigo? Sólo venía a echar un vistazo a la gatita, pero puedo quedarme aquí. ¿O prefieres venir tú a mi apartamento?


—No, gracias. Después de hablar con la policía, me iré a casa de un amigo.


Pero Paula sabía que la policía italiana no le sería de gran ayuda. Aquel episodio con Kostas era lo suficientemente grave como para que se volviera corriendo a los Estados Unidos, antes de que fuera demasiado tarde. Pero hasta que pudiera conseguir el billete, su única esperanza era reclutar la ayuda de Pedro, dado que era un especialista en seguridad y probablemente tendría acceso a un arma…


Su casera se la quedó mirando con expresión preocupada. Finalmente asintió y se dispuso a salir del apartamento.


—Cuenta conmigo para lo que sea, ¿de acuerdo?


—Sí, gracias —sonrió Paula.


Un segundo después, oyó el ruido de la puerta al cerrarse. Sólo entonces se acordó de Angélica.


—Hey, gatita… —la llamó, súbitamente aterrada de que le hubiera pasado algo.


Se arrodilló y la buscó en vano debajo del sofá y de la cama. De repente oyó un maullido familiar… detrás del armario. El animal no tardó en salir de su escondite.


—Hola, bonita… Te había concertado una cita con el veterinario para mañana, pero, por suerte para ti… probablemente tengamos que saltárnosla.


Angélica frotó la cabecita contra su muslo y empezó a ronronear de placer. Paula la acarició con ternura, pero eso no consiguió aplacar el miedo que la embargaba: Kostas seguía allí fuera, en alguna parte, acechándola. Esperando su oportunidad de volver a sorprenderla.


Necesitaba hablar con Pedro. Buscó su móvil y marcó su número, que ya se sabía de memoria.




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