sábado, 27 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 19




Paula no sabía si borrar el comentario anónimo o no. ¿Que tuviera cuidado? Miró a su alrededor, nerviosa, como si la estuviera acechando algún peligro allí mismo, en su propio apartamento. 


Pero eso era una ridiculez. El comentario podía proceder del mismo autor de los anteriores comentarios anónimos, pero aquél era algo más ambiguo. Teóricamente podía ser de cualquiera.


Su blog animaba a los participantes a elegir un nombre para colgar comentarios, y el noventa y nueve por ciento de sus lectores así lo hacían. 


Aunque, en realidad, casi todos los participantes eran anónimos porque el registro de la dirección de correo era algo optativo. Había algunos que incluso enviaban comentarios cada vez con un nombre diferente, para poder soltar alguna excentricidad utilizando una identidad distinta.


Eso a Paula no le importaba, siempre y cuando la gente se sintiera cómoda participando. Pero desde que «anónimo» había empezado a enviar comentarios la semana anterior, la actividad de su blog se había reducido significativamente, y no creía que fuera una coincidencia.


Seleccionó todos los comentarios anónimos y los borró. Tanto si eran de la misma persona como si no, no quería dejarlos allí para que continuara asustando a sus lectoras y echara a perder las buenas vibraciones del blog.


Rebuscó luego en su armario hasta que encontró el bolso que solía llevarse a las clases, y se dedicó a prepararse para su primer día de trabajo. Escogió una vestimenta convenientemente discreta.


Mirando su reloj, se preguntó si Pedro seguiría aún en el trabajo. Seguramente sí. No le había dicho cuántas horas trabajaba exactamente, pero dudaba que fuera un buen momento para llamarlo y mandarle un saludo. En lugar de ello, decidió enviarle un mensaje de teléfono.


Sacó el móvil del bolso y escribió: K tal? Salgo para el trabajo. Te echo de menos. Y lo envió


Dos minutos después, recibió la contestación de Pedro: Yo también. ¿Kdamos a comer?


Paula se sonrió. Y se inquietó al mismo tiempo. 


¿Qué diablos le pasaba? ¿Por qué no podía relajarse y disfrutar cuando un tipo estupendo quería pasar su tiempo con ella?


Sí. Llámame cuando puedas, le escribió. E inmediatamente se arrepintió de ello. Quizá necesitara echar el freno. Quizá la inquietud que sentía fuera una advertencia de su instinto, como si quisiera decirle que todo aquello era un error. Que era demasiado maravilloso para ser cierto.


Volvió a guardarse el teléfono y decidió salir de una vez por todas de casa. Necesitaba decidir lo que iba a hacer con Pedro. Y necesitaba decidirlo pronto




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