sábado, 22 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 7




No, no, no.


No podía tener tan mala suerte. Mientras los jugadores la dejaban en el suelo. Paula se apartó el flequillo de los ojos y levantó la mirada hacia la galería donde una sombra había llamado su atención. Una figura que, por un momento, le había parecido… Oh, no. Era él.


Pedro Alfonso, apoyado insolentemente en una columna. Aunque su rostro estaba en sombras, cada línea de su poderoso cuerpo parecía comunicar un burlón desprecio.


El fotógrafo intentó llamar la atención de los traviesos jugadores.


—A ver, ¿estamos preparados? Por favor, los dos que flanquean a la señorita Chaves… ¿podrían mirarla, por favor?


Paula escuchaba las bromas de los jugadores, pero su mirada estaba clavada en la figura de Pedro.


—Fabuloso —dijo el fotógrafo—. Muy sexy, señorita Chaves. Ahora, por favor, levante los hombros. Mateo… muy bien, perfecto.


Pedro Alfonso había roto algo dentro de ella y por mucha atención masculina que recibiese…


—Paula, estás guapísima. Pon una mano en el torso de Mateo… sí, así, muy bien.


… nunca podía creer que de verdad estaban interesados en ella.


—El forro rosa de la chaqueta tiene que salir en la foto. Apártala un poco de su hombro. Paula. Sí, así… perfecto —seguía diciendo el fotógrafo.


Tal vez había llegado el momento de demostrarle al arrogante Alfonso, y a sí misma, que no todos los hombres la encontraban poco atractiva. Durante seis años se había rodeado de un bosque de espinas, manteniendo a raya a los hombres con una interminable cadena de gestos distantes o réplicas irónicas, pero le demostraría que era atractiva y sexy.


Sin embargo, mientras metía la mano bajo la chaqueta de Mateo, no era en él en quien estaba pensando. Levantando la barbilla en un gesto retador. Paula buscó los ojos de Pedro y…


Fue como si una trampa se cerrase sobre ella, fría, dura, implacable. El estaba observándola, la luz que llegaba de abajo acentuando sus duros rasgos. Mientras la miraba, sacudía la cabeza en actitud desdeñosa.


Y luego se dio la vuelta como había hecho seis años antes. Se alejó sin mirar atrás, dejándola apesadumbrada y sola.




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