sábado, 22 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 4



—Humillante no describe lo que pasó —se lamentó Paula, saliendo de la bañera con el móvil en la mano—. Hubiera sido desagradable que no me recordase, pero ha sido un millón de veces peor. Así que está claro que no puedo ir a la fiesta.


—No seas boba —dijo Soledad—. Tienes que ir. No puedes dejar que te afecte de esa manera.


—Sí claro, es muy fácil decir que no puedo dejar que me afecte, pero la realidad es que me afecta. No es sólo por lo que ha pasado hoy, es que hace seis años…


—Exactamente, seis años, eras una adolescente —la interrumpió su hermana—. De jóvenes todos cometemos errores que lamentamos después.


—Tú no —replicó Paula—. Lo hiciste tan bien que Simón prácticamente se había puesto de rodillas para ofrecerte un anillo antes de que le dieras el primer beso. Yo por otro lado, estaba tan loca por Pedro que me vestí como una fresca y no me molesté en decirle quién era antes de lanzarme sobre él.


—¿Y qué? fue hace seis años, Pau, olvídate de una vez. Como he dicho antes, todos cometemos errores y luego seguimos adelante en la vida.


—Lo sé, pero…


Paula sabía que su hermana tenía razón. En teoría. «Seguir adelante» sonaba tan sencillo, tan lógico. Entonces, ¿por qué no había podido hacerlo? Soledad no sabía hasta dónde habían llegado esa noche y cómo seguía afectándola.


—Cariño, déjalo ya.


—No puedo.


—Lo de esta noche tiene que ver con tu trabajo, no con tu vida amorosa. ¿No tenías que ir a la fiesta para mostrar al público el nuevo uniforme del equipo?


—Sí, ya…


—Todos esos idiotas que creen que has conseguido el encargo por ser hija de quien eres estarán encantados al ver que no apareces por culpa de ese tío.


—¿Qué? ¿Quién ha dicho que he conseguido el encargo gracias a papá?


—Nadie en particular —la tranquilizó Soledad—. Aunque Simón me contó que ese artículo en Sports Journal insinuaba…


—¡Es increíble! —Paula entró en el dormitorio dejando la marca de sus pies mojados sobre el suelo de madera—. ¿Cómo se atreven a decir algo así? ¿Es que no investigan antes de publicar mentiras? ¿No saben que tengo un título en diseño textil y que tuve que vérmelas con mucha competencia para conseguir el encargo? ¿No saben que Coronet ganó el premio a la marca revelación en los Premios de la Moda el año pasado?


—No sé si ellos lo saben, pero yo sí lo sé —contestó su hermana—. Y es con los periodistas con los que tienes que enfadarte, no conmigo. Aunque, claro, si no vas a la fiesta, no podrás hacerlo. Tendrás que dejar que el uniforme hable por sí mismo. Ah, por cierto, los trajes oficiales son estupendos y, por lo que me ha dicho Simón, las nuevas camisetas…


Paula, que se había tirado sobre un montón de ropa descartada encima de la cama, dejó escapar un gemido.


—¡La camiseta! Casi se me había olvidado. Tengo que recuperarla. Soledad. Si no lo hago, me machacarán en la conferencia de prensa, y eso es lo último que necesito.


—¿Cómo van las cosas en Coronet?


—Mal. Mientras yo lidiaba con la crisis de las camisetas, Raquel me dejó un mensaje diciendo que otro cliente se había echado atrás porque no le ofrecíamos exclusividad. ¿Y cómo vamos a ofrecerla si esas tiendas que lo venden todo a precio de fábrica nos copian los diseños incluso antes de que salgan al mercado?


—Dicen que la imitación es la más sincera forma de admiración, cariño —opinó Soledad—. Y la crisis de las camisetas no fue culpa tuya. La fábrica se equivocó con el tinte. Menos mal que se te ocurrió hacer una prueba antes del partido —su hermana soltó una carcajada—. De no ser así, los jugadores ingleses habrían tenido que jugar medio partido vestidos de rosa.


—Ya, pero como a la prensa le encanta atacarme a mí, no creo que ellos lo vean de la misma manera —Paula se levantó para abrir el armario—. Y por eso no puedo permitir que esa camiseta se pierda.


—¿Qué es ese ruido? ¿Qué haces?


—Buscando algo que ponerme.


—¿Eso significa que vas a ir a la fiesta?


—Sí, voy a la fiesta —suspiró ella, sacando un vestido verde agua y devolviéndolo después al armario—. Estoy harta de que se aprovechen de mí. Pedro Alfonso ha elegido un mal día para sacarme de quicio. Ya me hizo polvo la última vez que nos vimos y no pienso dejar que me haga lo mismo ahora. Se ha llevado algo que es mío y pienso recuperarlo.


—¿Estamos hablando de la camiseta?


—Entre otras cosas —contestó Paula—. Cada vez que pienso en esa noche y en lo que sentí al darme cuenta de que me había dejado plantada… pensé que nada sería peor que saber que no me encontraba atractiva, pero deberías haber visto cómo me miraba esta noche. Es como si me odiara, como si no sintiera más que desprecio por mí.


—No digas eso, Pau. Que piense lo que quiera, tú eres una persona brillante y maravillosa.


Ella se detuvo para mirarse al espejo, Como siempre, sus ojos fueron automáticamente hasta su brazo derecho… y tuvo que apartar la mirada.


—Sí, seguro, maravillosa. Ve a hacerte otro bocadillo de chocolate y déjame en paz, anda. ¿No sabes que tengo que vestirme para una fiesta?


—Antes tienes que decirme qué vas a ponerte. Ahora que estoy condenada a pasar los próximos meses con ropa premamá, lo único que me gusta es la ropa ajustada, así que tendré que disfrutar a través de ti. Tienes que ponerte algo que diga: «Glamurosa, segura de sí misma, fuerte, misteriosa, sexy pero absolutamente intocable».


Paula sacó del armario un vestido de seda gris tan ligero como el aire y lo miró, pensativa.


—Exactamente.



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