sábado, 7 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 39





Paula se despertó y encontró a Pedro sentado en el borde de la cama. Tenía una taza de café en la mano. Cuando se incorporó, él se la tendió, diciendo:
—Tendrás que arriesgarte a tomar café hecho en casa, ya que el Village Grounds cierra hoy.


—Gracias. Seguro que está bueno —tomó un sorbo—. ¿Qué hora es?


—Las diez —contestó él, mirando el reloj.


—¿Las diez? —Paula le devolvió la taza—. ¡La boda es dentro de una hora! —apartó rápidamente las sábanas—. No sé qué ponerme y el único regalo que tengo para ellos es una tarjeta de felicitación.


—Relájate. Es una boda informal, no tienes que encerrarte en el baño durante horas. Y el regalo que les he comprado puede ser de parte de los dos. Olvidé comprarles una tarjeta, así que podemos usar la tuya.


—Gracias —le dijo, tomando de nuevo la taza.


—Mientras corría esta mañana estuve pensando, y esto es lo que me gustaría hacer: quiero que el día de hoy sea especial... memorable. Acepto tu plan de marcharte mañana, pero no dejemos que eso interfiera en el día de hoy, ¿de acuerdo?


Ella asintió con la cabeza.


—Eso también me gustaría.


—Asistimos a la boda de Jim y Lisa y después cenamos en casa de Carlos. Luego tengo intención de traerte aquí y hacerte el amor hasta que cambies de opinión sobre lo de mañana.


Pedro, no puedo...


El levantó una mano.


—No. Nada de negativas.


—De acuerdo.


El se levantó.


—Estaré en el porche trasero. Ven cuando estés preparada.


Paula se duchó, se recogió el pelo y se puso una blusa de seda sin mangas y una falda vaporosa de flores, perfecta para una boda en la pradera. Fue a buscar a Pedro y ambos se dirigieron juntos hacia el evento.


Alrededor del cenador de la pradera habían atado un ancho lazo blanco que brillaba a la luz del sol. Las sillas plegables estaban cubiertas de tela blanca y cada una tenía otro lazo en la parte trasera. El pasillo estaba señalado con cestas de flores que contenían rosas blancas, lirios japoneses de color púrpura y algunas margaritas. En el fondo del cenador, un arpista tocaba.


Era perfecto, pensó Paula. Pedro la tomó de la mano y juntos subieron la suave pendiente hasta llegar a la zona preparada para los asientos. 


Algunas personas a las que Paula conocía los observaban.


Dana y Carlos estaban sentados a unas cuantas filas del fondo. Dana los vio y los saludó con la mano. Cuando el acomodador se acercó para tomar a Paula del brazo, ella le dijo que les gustaría sentarse junto a la otra pareja. Dana y Carlos se levantaron al verlos acercarse.


Carlos se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla, lo que fue una de las mayores sorpresas que había tenido Paula en toda su vida.


—Me alegro de verte —le dijo Carlos.


Paula se lo agradeció educadamente mientras se sentaba. Así que era eso lo que se sentía al pertenecer a una familia... Era una pena que lo estuviera descubriendo cuando ya era demasiado tarde.


—La cena es a las siete —le dijo Dana.


—¿Llevo algo? —preguntó Paula, una vez recuperado el aplomo.


—Con que vengáis vosotros, es suficiente.


Charlaron hasta que un violinista se acercó y comenzó a tocar. El novio, el padrino y el pastor ocuparon su lugar. Las tres damas de honor entraron por el pasillo y empezó a sonar la tradicional marcha nupcial. Todo el mundo se levantó y se giró. Lisa estaba, sencillamente, preciosa.


Paula normalmente no lloraba en las bodas, pero empezaron a saltársele las lágrimas. Hizo todo lo que pudo para contenerlas y que no le estropearan el maquillaje, pero fue en vano.


Cuando Lisa se unió a Jim en el altar, Paula sintió una tela en la mano. Pedro le estaba dando un pañuelo y le dio también un suave beso en la sien. Le iba a resultar muy difícil dejar a ese hombre.


Después de la ceremonia todos se reunieron en la carpa que habían montado. Paula intentó estar alegre, felicitó a los recién casados y les dio las gracias por haberla invitado. Comió más de lo que podía comer y evitó el alcohol; ya tenía bastantes ganas de llorar. Cuando la pequeña orquesta empezó a tocar en el cenador, bailó con Pedro y Carlos. Seguía sintiéndose abrumada.


Mientras Pedro bailaba con Dana, Paula se apartó un poco del grupo, en busca de un sitio con menos gente y menos ruidoso. Miró al otro lado de la calle, hacia el Village Grounds, en cuyo escaparate alguien había escrito con letras rojas «Recién casados». Sonrió al verlo. 


Entonces vio algo que hizo que su sonrisa se desvaneciera. Era la mujer de la noche anterior... y de la semana anterior. Estaba pasando por delante del Village Grounds. 


Asustada, Paula volvió rápidamente a la recepción, donde se quedó junto a Pedro. Un poco después ya se había calmado lo suficiente como para soltarle la mano.


Dana y Carlos se marcharon a las cuatro, y poco después la recepción comenzó a animarse más, con más gente y más comida. Eran casi las seis y media cuando Pedro sugirió volver a su casa, tomar el coche y dirigirse a casa de Dana y Carlos.


Quince minutos después ya estaban en la carretera. Carlos y Dana vivían en la granja familiar de los Alfonso, en pleno campo, a unos cuantos kilómetros del pueblo: Paula se sintió aliviada al alejarse de Sandy Bend y de la misteriosa mujer. Se inclinó hacia atrás en su asiento, cerró los ojos y dejó su destino en manos de Pedro durante unos minutos.


Ya habían abandonado Sandy Bend cuando Pedro hizo un giro brusco a la derecha y se metió en un camino de tierra. Paula se incorporó y se agarró al salpicadero.


—¿Dónde vas?


Él la miró brevemente.


—He decidido tomar el camino más pintoresco.


A los lados de la pequeña carretera había campos de espárragos y de otros cultivos. La vista era bonita, pero pronto Paula se dio cuenta de que Pedro estaba conduciendo a lo largo de un gran cuadrado que los llevaría de nuevo a la calle principal de Sandy Bend. En un determinado momento redujo la velocidad para dejar que una camioneta los adelantara.


—Seguramente podrías ir un poco más rápido —le dijo ella, pensando que llegarían tarde a la cena con Dana y Carlos.


Pedro no respondió. Cuando regresaron a la carretera principal, él tomó de nuevo el camino del este que se adentraba en el campo. Paula se relajó, pero sólo hasta que Pedro tomó otra carretera que bordeaba el pueblo, haciendo forma de U.


—¿Dónde vamos? —le preguntó.


—No hables.


Un minuto después Pedro soltó un juramento. 


Parecía furioso, y Paula comenzó a asustarse.


Pedro, ¿qué ocurre?


—He dicho que no hables.


—Pero vas por el camino equivocado, y nos están esperando.


Por toda respuesta, él la miró.


Unos miputos después tomaron el camino que llevaba a Dollhouse Cottage. Pedro aparcó el coche frente a su casa y se dirigió a la puerta principal, mirando por encima del hombro para decirle a Paula que se apresurara. Una vez dentro la llevó a la cocina, se asomó por la puerta trasera, la cerró y se volvió hacia Paula.


—¿Hay alguna razón por la que alguien quiera seguirte?



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