sábado, 14 de julio de 2018

BESOS DE AMOR: CAPITULO 21





—Buen chico —le estaba diciendo Pedro a su caballo—. No has tirado al abuelo y no has asustado a Paula. Eres un animal estupendo.


Pero no podía decirle lo que sentía de verdad. 


Una parte de su corazón estaba en la ambulancia con su abuelo, en dirección a Bozeman. Y otra parte, con su madre, que estaba sufriendo mucho y que, seguramente, no podía más.


Era una mujer dura que soportaba no poder conocer a su nieto como soportó que su hijo Manuel se fuese de Montana para no volver más. Le dolía, pero vivía con ello.


La buena noticia era que conocería a su nieto antes de lo que esperaba y que podría hacer las paces con Manuel.


Pero Pedro no se lo había dicho. No le había dicho que acababa de tomar una decisión: iban a vender el rancho.


Los acontecimientos de los últimos días era la proverbial gota que colmó el vaso.


Demasiado sufrimiento, demasiado esfuerzo. 


Pedro no podía obligar a su madre y a su abuelo a vivir así sólo porque él amaba aquella tierra.


Si una mujer no puede conocer a su nieto por falta de dinero y de tiempo... Si un hombre de setenta y cinco años intenta buscar unas cuantas vacas en medio de la nieve, casi matándose para ello...


Sí, había llegado el momento de vender. 


Llamaría a un agente de la propiedad inmobiliaria en Bozeman y pondría el rancho en el mercado lo antes posible.


Paula y Santiago se irían poco antes de que pusieran el cartel de « Se vende».


Y cuando se fueran, se llevarían otro pedazo de su corazón. Pedro se preguntaría durante toda la vida si las cosas habrían podido ser diferentes.


Muy diferentes.


Si hubieran tenido más tiempo, si no hubiese un hombre llamado Alan esperándola. Y si él no insistiera en compararse con su padre.


Pedro enterró la cara en el cuello de Highboy y el caballo lo miró, como diciendo:
«Muchos halagos, pero no me das mi azúcar».


—Sí, es verdad. Te mereces un premio —murmuró Pedro con voz ronca—. Al contrario que yo.




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