sábado, 24 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 7




Paula no supo muy bien por qué deseaba contárselo, pero tampoco podía evitarlo. Cuando terminó de explicarle lo de la pintada Jeb Tywall, Pedro se echó a reír.


—No comprendo por qué te resulta tan gracioso que alguien moleste a un pobre anciano.


—Es que vi al artista que lo pintó —admitió Pedro—. Era una mujer mayor, con el pelo corto y canoso.


—¿La mujer de Jeb? —Preguntó Paula deteniéndose para mirar a Pedro de cerca—. ¿Fue la mujer de Jeb quien lo hizo?


—No sé quién era ella, pero te juro que la vi pintando cuando salí de casa una mañana. Fue la semana pasada. Créeme, es cierto.


—Pero todo lo demás... es imposible que lo haya hecho ella —comentó Paula riendo.


Babs Tywall era perfectamente capaz de pintar en su propio cobertizo y dejar que su marido creyera que había sido un vándalo. Aquel matrimonio fascinaba a Paula. Una luz se encendió en la casa del señor Stephen, así que Paula comenzó a caminar de nuevo.


—Ya hemos llegado —comentó Pedro al llegar a la puerta de la casa de Paula, que ella abrió mientras él añadía—: He resuelto uno de tus problemas, así que a cambio me gustaría que tú le dijeras a los vecinos que me dejen en paz. Odiaría tener que cavar un foso para aislarme.


—No desperdicies tu dinero cavando —lo avisó Paula—, los chicos lo cruzarían —Pedro rió. Resultaba tan atractivo cuando lo hacía que hasta deseaba que volviera a besarla, se confesó Paula mirándolo—. Pedro, si dejaras de hacer cosas raras te ahorrarías muchos problemas.


—Claro, entonces mañana me compraré un par de binoculares. Me van a hacer falta con tanta gente espiando.


—No puedo creer que estés en contra de la vigilancia, la seguridad es importante —contestó Paula pensando que Pedro resultaba exasperante.


—No lo estoy mientras no sirva para meterse en la vida de los demás.


—¿Es que hay algo en tu vida que quieras ocultar?


—Ésa es la cuestión, Paula —sonrió Pedro—. Este asunto te está convirtiendo en una cotilla —contestó dando la vuelta y marchándose a grandes pasos.


—Tengo que decirte algo —gritó ella—. ¡Siempre lo he sido!


Paula estaba cansada, de modo que en lugar de seguir con la vigilancia entró en casa. No sabía si volvería a seguir a Pedro o no, pero por el momento ya era suficiente, pensó. 


Se apoyó sobre la puerta y sintió cómo el estremecimiento interior se convertía en un puro deseo sexual. Pedro había logrado lo que se había propuesto, la había desviado de sus propósitos, pensó... directamente hacia sus brazos.


Se quitó la ropa y se dirigió al baño a darse una ducha. ¿No era increíble?, se preguntó. El primer hombre con el que se tropezaba tras la muerte de Ramiro, el menos interesante, y era el primero que le recordaba que seguía siendo una mujer. Tenía que sentir deseos precisamente por él. No respeto ni confianza, sino deseo. Lujuria, reflexionó. Debería de haberlo abofeteado cuando la besó.


Sentado, a oscuras, Pedro estuvo observando cómo se apagaban todas las luces de la casa de Paula. Él había arrojado el anzuelo, pero ella no era de las que picaban, recapacitó. No iba a dejarlo escapar, no era de ese tipo de mujeres.


Así que tendría que hacerlo, se dijo. Había estado pensando demasiado en ella, en lo que sentía mientras la besaba y estrechaba después de que sus brazos estuvieran vacíos durante tanto tiempo. Necesitaba abandonar la ciudad antes de volver a besarla o... de hacer algo peor.


Lo haría al día siguiente, se dijo. Iría a casa de Lucas y, aunque no supiera qué decir, haría lo que se había propuesto: enfrentarse a su padre.



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