sábado, 24 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 4




Pedro dejó de reírse y recogió el cartel del suelo. 


Lo llevó al porche trasero y lo dejó allí antes de entrar en la casa. 


Debería de haber imaginado que era un error alquilar una casa como ésa, se dijo, en medio de lo que su casero llamaba «un pequeño y amistoso vecindario de una pequeña y hospitalaria ciudad». Sin embargo, siempre que podía, alquilaba una. Nunca había tenido casa, ni con las familias que lo habían acogido, ni durante su entrenamiento militar en las fuerzas aéreas, y lo prefería a un apartamento o un hotel.


Tuttle había sido el único casero dispuesto a alquilar para un solo mes, y como disponía de poco tiempo de permiso no lo había dudado.


Fuera o no hospitalaria la ciudad, nunca habría imaginado que los chicos del barrio iban a pintar en su cartel, pensó. 


Había disfrutado poco de la infancia en su vida antes de que su padre los abandonara, pero ni Guillermo ni él se habrían atrevido nunca a mezclarse en los asuntos de ningún vecino de Kentucky.


Pedro sonrió amargamente y comenzó a preparar café. A su hermano Guillermo nunca le había gustado meterse en problemas. Lo habría apartado de cualquier cartel y de cualquier vecino adulto al que pudieran molestar, imaginó comprendiendo que volvía a abrírsele la vieja herida familiar.


Siempre le resultaba doloroso recordar a Guillermo. La noche en que se lo llevaron, a los ocho años, había sido la última vez que lo había visto, y eso había ocurrido una semana después de que su madre los abandonara en un centro de acogida estatal, hacía ya veinte años.


Habían ocurrido muchas cosas durante ese tiempo, pensó. 


Con sus malos antecedentes, tras el incidente en los Tribunales, nunca había sido bien tratado en el centro de acogida, de modo que al final se había lanzado a las calles. 


Furioso con el mundo por no tener una familia, había sobrevivido a base de resistencia durante un año, hasta que volvieron a pillarle tratando de salvar a otro chico que le recordaba a Guillermo. Entonces, sangrando, se había precipitado en una iglesia de la Fifth Street suponiendo que allí estaría a salvo. Y de aquella sencilla forma su vida había cambiado.


El párroco y su mujer decidieron hacerse cargo de él, lo mandaron al colegio y lo pusieron a trabajar ayudando a otras personas. Cansado de vagar por las calles, Pedro hizo caso a los Cavéis y trató de enfocar su vida hacia algo importante. Terminó la escuela superior y, siguiendo el consejo del párroco, se enroló en las fuerzas aéreas. 


Durante los entrenamientos siempre imaginaba que iba a hacer algo grande con su vida. Iba a volar, y también iba a encontrar a su hermano, se decía. Tenía esas dos metas en su vida, así que se dedicó de lleno a ellas. Asistió a la Universidad y se convirtió en piloto, pero a pesar de sus esfuerzos fue incapaz de encontrar a Guillermo.


Pedro se dio un masaje en la nuca para relajar los músculos y respiró hondo. Guillermo no era la razón por la que había alquilado la casa de Bedley Hills, al menos no directamente. 


Tenía que conseguir tender un puente, se dijo, y necesitaba tiempo y soledad para pensar. Sin embargo con aquel cartel sólo había conseguido atraer más problemas.


Paula Chaves volvería, de eso estaba seguro. 


La forma en que había protegido a Frankie, la forma en que lo había mirado a él mientras recordaba a Guillemo le había hecho comprender que aquella mujercita era muy maternal. Tendría que mostrarse antipático cuando ella volviera, recapacitó, aunque no le gustara.


Pedro se quedó mirando el fondo del fregadero con la cafetera en la mano. Bueno, se dijo, ya tenía una casa, aunque provisional. Sabía qué tenía que hacer, pero la pregunta era, ¿estaba preparado para dar el paso? ¿Lo estaría alguna vez?



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