sábado, 24 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 5



Paula caminó a grandes pasos por la tienda esperando a una cliente que tenía cita para las once. Nada había cambiado, se dijo. El incidente del cartel con su vecino sólo había servido para hacerla sospechar de Pedro Alfonso... hasta el punto de obsesionarse.


Si tan sólo pudiera hablar con su empleada, recapacitó. 


Estaba en la parte trasera de la tienda, en el almacén. Paula esperaba que Chantie la ayudara a combatir sus miedos.


Por desgracia, Deborah Osbourne, su cliente, entraba en ese momento de la mano de su novio. No había tiempo, se dijo.


—Ha llegado la señorita Osbourne —gritó acercándose a la puerta del almacén—. Ocúpate tú de los clientes que entren, y recuérdame que tengo que discutir de un problema personal contigo después, ¿de acuerdo?


—Claro, jefa —contestó Chantie —. Eso suena interesante.


—Lo será —añadió Paula dando la vuelta al mostrador y saludando a los clientes que entraban.


Deborah era una pelirroja de unos veinte años. Iba a casarse en el plazo de seis semanas, y llevaba a su novio a la tienda para preparar los últimos detalles. Pero Paula sabía que los futuros maridos apenas se interesaban por aquellas cuestiones, de modo que sentó a la pareja en un sillón y se dirigió a ella.


—Voy a daros una lista completa que os ayudará a decidirlo todo —comentó. Tenía una lista Standard que sólo alteraba ligeramente dependiendo del tipo de boda solicitada—. Tengo que haceros algunas preguntas para concretar ciertos puntos importantes. Tomaré nota de vuestras respuestas en la lista y así podréis consultarla después. ¿Habéis decidido algo en relación a los regalos de boda?


—No estoy segura —contestó Deborah sacando del bolso un catálogo que Paula le había dado y señalando una de las páginas—. No sé si escoger los collares o las cajitas de música. ¿Tú qué crees? —añadió volviéndose hacia su novio.


—Lo que tú quieras —contestó Joe acariciándole la mano.


Paula contuvo el aliento. Echaba de menos el contacto de un hombre, pensó. De pronto recordó a Pedro, pero de inmediato quiso olvidarse de su imagen.


—¿Y qué más? —preguntó Paula después de que la novia se decidiera.


Deborah se volvió de nuevo hacia Joe.


—A mí me da igual —dijo él—, lo que tú quieras.


Deborah escogió unas piezas de escritorio y después, con mala cara, volvió la vista de nuevo hacia su novio. 


Enseguida surgirían los problemas, se dijo Paula.


—Tendréis que poneros de acuerdo para ausentaros un día del trabajo e ir a pedir la licencia matrimonial —avisó Paula.


Deborah miró a Joe, y Paula contuvo el aliento. Cualquier respuesta podría servir, se dijo, excepto aquella tan típica de «cuando tú quieras».


—Cuando tú digas —contestó Joe amable.


—¿Por qué te has molestado en venir conmigo si no vas a ayudarme? —estalló por fin Deborah con los ojos llenos de lágrimas.


—Te esperaré en el coche —dijo Joe retirando la mano y poniéndose en pie para dirigirse a la puerta.


Deborah echó la silla atrás y lo siguió. Ambos comenzaron a discutir al otro lado del escaparate y, minutos más tarde, Deborah entró con ojos llorosos. Paula le ofreció un pañuelo y la hizo sentarse.


—¿Puedo ayudarte?


—No comprendo a Joe —explicó la novia agradecida dejándose caer en el sillón y enjugándose las lágrimas—. A veces me pregunto si de verdad me ama.


—Sólo tú puedes saberlo —contestó Paula con el mismo tono de voz con el que daba sus consejos matrimoniales—, pero yo creo que sí.


—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Deborah.


—Él se estaba comunicando contigo. Las mujeres hablamos, pero la mayor parte de los hombres no, sólo actúan. El hecho de que haya venido aquí, a tu territorio, demuestra lo mucho que te quiere. Y además te estaba acariciando la mano —sonrió—. Te deja decidir porque quiere que tengas la boda que deseas.


—¿Para hacerme feliz? —inquirió Deborah.


—Exacto —asintió Paula—. ¿Quieres que sigamos las dos, o prefieres que lo dejemos para otro día?


—Mejor otro día, traeré a mi madre. ¡Y gracias!


Aquello de llevar a su madre no era la mejor de las noticias, pero al menos había conseguido ayudar, se dijo Paula. Y eso la llenaba de felicidad.


Paula observó a Deborah mientras entraba en el coche donde la esperaba su novio. Ambos se abrazaron y comenzaron a besarse. Mientras los miraba, volvió a pasar por su mente la imagen de Pedro. Imaginó que la atraía hacia él con fuerza, con aquellos musculosos brazos, igual que hacía Joe, y que posaba una mano sobre su cintura y la otra sobre la cadera para deslizarlas luego por su trasero...


Chantie silbó desde detrás de ella.


—¡Whoooee! ¿Qué les has dicho a esos dos, Paula? Creo que van a tardar bastante en soltarse.


Paula se volvió. Sus fantasías volaron como un globo por el aire. Esperaba que sus mejillas no la delataran. Estaba contenta de haber ayudado a Deborah, pero también irritada. 


El matrimonio era algo sagrado, algo demasiado precioso. 


La lujuria, sin amor, no tenía sentido, recapacitó. ¿Por qué entonces tenía fantasías con Alfonso, con un hombre del que jamás podría enamorarse?, se preguntó.


—Sólo le he dado un consejo prematrimonial.


—Y si sabes tanto como para unir a dos personas así, ¿qué demonios estás haciendo sola?


—He renunciado al amor —repuso Paula mirando a la pareja con una sonrisa y cierta envidia—. No sale en mis cartas.


Chantie la miró divertida. A su alrededor las paredes llenas de corazones de papel, los vestidos de novia y las rosas recién cortadas indicaban lo contrario.


—Sí, seguro, lo que tú digas —comentó—. Pero no te des por vencida.


—Creo que la vida sentimental de tu jefa no es el tema más adecuado de discusión —replicó Paula.


—En eso tienes razón —contestó Chantie ruborizándose—. Tu vida amorosa no es un buen tema de discusión, querida, porque no la tienes. Y como no te pongas a buscar no la tendrás.


—No quiero una simple relación sexual, quiero una vida llena de amor. Tuve suerte una vez, pero dudo que vuelva a tenerla.


Paula no dejaba de pensar en Pedro y de maldecirlo en silencio mientras hablaba. Nunca se había derretido de esa forma bajo la atenta mirada de ningún hombre, recapacitó. 


Todo le recordaba a él, todo le hacía desear su contacto. Lo deseaba, se confesó. Pero era un error ofrecerle su cuerpo a un hombre al que no podía darle su corazón, o, peor aún, a un hombre que ni siquiera tenía corazón. Y sospechaba que, en el caso de Pedro, coincidían ambas circunstancias.


—¿Dijiste que querías hablar conmigo sobre un problema personal? —Preguntó Chantie mientras echaba un vistazo al correo—. Claro, hacía tiempo que me lo figuraba...


—¡Chantie! —exclamó Paula riendo—. Se trata de Pedro Alfonso otra vez —añadió recordando que le había contado el incidente del cartel—. Un par de vecinos y yo lo hemos visto solo, merodeando por ahí a media noche. Eso fue ayer y antes de ayer. Todo el mundo está inquieto esta semana con eso del vandalismo. Y además soy la jefa del equipo de vigilancia nocturna, así que todos vienen a pedirme consejo. Alfonso me está volviendo loca, pero por otro lado no quiero que nadie le ponga una demanda si resulta que lo único que estaba haciendo era ejercicio.


—¿A media noche? Espera un momento, ¿qué clase de vandalismo habéis estado sufriendo?


Paula se sentó en una silla frente al mostrador y desenvolvió un sándwich de atún sin mayonesa.


—Bueno, dos noches después del incidente del cartel desapareció el serrucho del señor Stephens.


—¿Otra, vez sándwich sin mayonesa? —preguntó Chantie.


—Hoy he estado a punto de no poder ponerme este vestido —contestó Paula. Había engordado, pero necesitaba ponerse su vestido azul favorito a pesar de que, en lugar de drapeado, le quedara ajustado—. De todos modos el serrucho volvió a aparecer.


—¿Y dónde estaba? ¿Se había ido él sólito a trabajar? —volvió a preguntar Chantie elevando una ceja y abriendo un paquete de invitaciones de boda.


—Nadie lo sabe —respondió Paula—. El señor Stephens lo ha encontrado esta mañana en el mismo sitio en que lo había dejado —frunció el ceño—. Y mientras tanto, Pedro paseándose por las noches. ¿No es una verdadera coincidencia?


—¿Y sólo por el hecho de que quiera estar solo has pensado que había sido él? —Rió Chantie—. Querida, tú lo que necesitas es divertirte. Tienes demasiado tiempo para pensar, y eso no es bueno.


—Esto es serio —insistió Paula—. También robaron platos del patio de los Wheelers, y todavía no han aparecido. Además alguien ha entrado en el cobertizo de Jeb Tywalls y ha hecho una pintada en las paredes.


—¿Y qué han escrito?


—Píntame.


Chantie se echó a reír y dejó las invitaciones a un lado.


—Se diría que algún joven gamberro tiene ganas de divertirse. Cuando desaparecen cosas pequeñas y hay pintadas en las paredes por lo general se trata de eso, créeme.


—¡Chicos! —Repitió Paula sin creerlo del todo—. Pero eso no explica por qué Alfonso sale a pasear a media noche.


—Quizá padezca insomnio.


—A mí sí que me está quitando el sueño —comentó Paula comiéndose el sándwich mientras Chantie volvía al trabajo.


Aquel cabello ondulado y aquella piel morena habían invadido sus sueños. La soledad vibraba casi constantemente en su corazón como una triste canción, y todo porque la mirada de Pedro le había recordado que ella era una mujer sin amor, se dijo Paula.


Miró las paredes y reflexionó. Aquel negocio, sus flores y sus corazones, eran el regalo que se hacía a sí misma. Ver parejas enamoradas le ayudaba a mantener viva la esperanza de que algún día volvería a encontrar el verdadero amor. Sin embargo, a lo largo de todo un año de trabajo, los corazones habían sido siempre para otros.


Paula maldijo a Pedro Alfonso en silencio. Había sido feliz hasta llegar él al vecindario. ¿Acaso era un criminal, o simplemente necesitaba una excusa para seguir imaginando sus anchos hombros, sus musculosos brazos y sus miradas?, se preguntó.


—Afróntalo, Paula, él te gusta —musitó entre dientes.


Pero eso no importaba, se dijo. No quería sexo sin amor, y Alfonso y ella eran completamente incompatibles. Él era de ese tipo de hombres que establecían límites, y ella de las que organizaba reuniones de vecinos y cocinaba galletas para los chicos.


Y todo porque, tras años de soledad y de sentirse ignorada, había llegado a odiar la idea de estar sola. No obstante, Pedro Alfonso le hacía preguntarse si, a pesar de los amigos, llegaría algún día a sentirse completa sin un hombre que la abrazara. Aquello era ridículo, pensó.


—Supongo que tienes razón, necesito divertirme. Pero primero tengo que averiguar quien es el causante de tanto vandalismo.


—Ésa es tu diversión, ¿pero cómo vas a hacerlo? —preguntó Chantie inclinando los codos sobre el mostrador.


—Ayer mismo convoqué una reunión de emergencia. Hemos hecho un horario de guardias con turnos. A mí me toca esta noche.


—¿La noche del sábado? ¿Y vas a estar sentada en el porche con los binoculares? —Sacudió la cabeza—. Apuesto a que no vas a quitarle el ojo de encima a ese Alfonso, ¿a que no?


—Entre otras cosas —contestó Paula ruborizándose y pensando que en realidad ya lo había hecho.


—¡A ha ha! ¡Lo sabía! Así que el tipo merece la pena, en realidad lo estás deseando.


—Lo que yo estoy deseando es conservar el vecindario. Hay que pararles los pies a los malos elementos, si no se multiplican y es imposible librarse de ellos.


—De modo que Alfonso es un mal elemento — rió Chantie—. Supongo que eso significa que está pero que muy bien. Mi madre solía decir: «Cuanto más pícaro, más divertido».


—¿Y cómo lo sabía ella? —preguntó Paula.


—Que me ahorquen si lo sé. Si la hubieras oído hablar creerías que es una santa y que me encontró en una tienda especial para damas casadas.


Paula se echó a reír sin parar, pero luego preguntó:


—Pero Chantie, ¿cómo de pícaro tiene que ser el tipo para ser divertido?


—Eso depende.


—Se me olvidó decirte que Alfonso quizá haya estado en prisión —Chantie abrió la boca sorprendida—. La verdad es que no estoy segura —añadió Paula confusa.


Paula le contó sus sospechas, y cuando terminó Chantie frunció el ceño.


—Querida, guapo o no, lo mejor será que trates de evitarlo.


—¿Crees que puede ser peligroso?


—Eso no hay manera de saberlo, pero no dejes que tu corazón gobierne sobre tu cabeza, Paula.


—Por supuesto —aseguró Paula—. No tengo ningún interés en volver a enamorarme.


—¿Ah, no? —Preguntó Chantie escéptica—. Nunca en la vida te había visto tan interesada en nadie, Paula. Te guste o no, creo que estás metida hasta el cuello


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