sábado, 6 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 14






Esas palabras fueron como un bálsamo para los oídos de Pedro. Abrió la puerta y allí estaba ella, como un fantasma que se podía evaporar en cualquier momento.


El pánico lo dominó y se apresuró a abrazarla, deseando tenerla así para siempre.


—Quédate conmigo, Pau. No me dejes.


—No lo haré, Pedro. Nunca. Te amo.


Luego empezaron a hablar los dos a la vez, incoherentemente. Explicaciones, disculpas, seguridades…


Más tarde terminaron las palabras y quedaron sólo las sensaciones y deseos.


Pedro la tomó en brazos, pasó por encima de las ropas que había dejado en el suelo y la dejó sobre su estrecha cama.


Pau agitó la cabeza.


—No.


—¡No! ¡Cielo Santo, Pau! ¡No puedo…!


—Aquí no. Allí, con las rosas.


Después lo recordaría siempre. El olor a rosas, la frenética alegría, la magia de la plenitud cuando fue una con Pedro Alfonso en su noche de bodas.


Se despertó con el trinar de los pájaros y el sol en el rostro.


Pedro le susurró al oído:
—¿Eres feliz, señora Alfonso?


—¡Sí! ¡Oh, sí! ¡Más que nunca en mi vida!


—Te prometo que siempre será así.


—Lo sé —dijo ella pasándole un dedo por los labios—. Pedro, me han encantado las rosas. Me hacen sentirme especial.


Pedro la besó.


—Porque te dicen el amor que siento por ti. La rosa, querida, es la flor del romance.


—¿Oh?


—¿No lo sabías? Cleopatra caminó por un sendero de rosas para recibir a Marco Antonio. Las damas medievales se bañaban en agua de rosas y esparcían pétalos de rosas en las camas para recibir a sus maridos.


Pau se sentó y pasó una mano por las sábanas.


—¿Dónde están esos pétalos que debías haber puesto tú aquí?


—Tocado —respondió él riéndose—. No son necesarios. Sabía que el aroma de las rosas antiguas te llegaría de sobras.


—¿Rosas antiguas? Son diferentes a los híbridos modernos, ¿no?


—La mayoría de las rosas son híbridos de una clase u otra. Se dice que, mientras Napoleón andaba por ahí ganando batallas, Josefina intercambiaba esquejes con los jardineros enemigos para crear la más grande colección de rosas de toda la historia.


—Oh, Pedro, eso es encantador… pero muy triste. Los hombres morían mientras ella se dedicaba a plantar rosas tranquilamente.


—Desgraciadamente, las rosas tienen también una historia de violencia. ¿Recuerdas la Guerra de las Rosas?


—¿Eh?


—Entre la Casa de York, con la rosa blanca, y la de Lancaster, con la roja.


Pedro, ¿cómo sabes tantas cosas que yo no sé?


Él se rió.


—Sólo de flores, querida. Porque las crío. Y las rosas son mi especialidad. Quiero saberlo todo de ellas, incluyendo su historia.


—Ya veo. Te gusta conocer todos los detalles de los proyectos donde te metes, ¿no?


—Sólo cuando es importante. ¿Recuerdas ese macizo de rosas aparte de los demás?


—Sí.


—Bueno, pues estoy tratando de crear una variedad original mía para patentarla.


—¿Patentar una rosa?


Pedro entonces le contó todos los vericuetos del negocio con su entusiasmo habitual.


—Si todo sale bien, pienso mostrarla en la Conferencia Panamericana de Ciencia de la Horticultura que se va a celebrar en otoño. Para entonces es posible que hayan florecido. He pensado que debía construirles un abrigo de alguna clase. No quiero que venga una tormenta y me las eche a perder.


Si tuviera un invernadero, pensó ella. Podía… Se puso una mano sobre la boca para no decir nada. Ese era su sueño. El placer lo encontraba trabajando en él. La gente no suele querer que los demás les presenten sus sueños en una bandeja de plata.


Pensó en otra cosa. Esa mañana no habían hablado de nada, pero una cosa casi los había separado. Su dinero.


Bueno, pues se encargaría de que eso no volviera a suceder y Pedro tendría su sueño.


—Eso es fascinante —dijo ella—. Parece que puede resultar una rosa preciosa, de un color oscuro, casi lavanda.


—Bueno, eso si sale como creo. Y si las puedo proteger.


—Unas pantallas. ¿No podríamos rodearlas de unas pantallas y, tal vez, poner otras encima?


—¿Podríamos? —dijo él sonriendo—. ¿Sabes una cosa, Pau? Lo primero que noté en ti… No, lo segundo, después de tu cabello. Fueron tus manos.


Entonces Pedro se las acarició y le besó las palmas.


—Quiero que sigan así de suaves y hermosas.


—Me pondré guantes —dijo ella tratando de pensar.


¿Cómo podía decírselo sin que fuera una mentira?


Pedro, tenemos que hablar.


—Ya lo sé.


Pero Pau se dio cuenta de que no le apetecía mucho.


—Ya sabes que sólo soy una rica heredera. El dinero de mi padre es suyo. Yo tengo algo de dinero, no mucho —dijo ella cruzando los dedos a sus espaldas—. No lo suficiente como para hacer que las cosas sean diferentes.


Nada podía hacerlo con su amor.


—Ya veo —dijo él—. Lo que me estás diciendo es que la mayor parte de vuestra fortuna sigue en manos de tu padre y que él no va a ver con muy buenos ojos este matrimonio. ¿Eso te preocupa?


—Sí. ¡Quiero decir, no! No me preocupa. Pero sí, puede que no le guste.


Tal vez eso pudiera ser un camino. Si su padre se pusiera como cuando lo de Gaston…


—Pau… —dijo Pedro como si algo lo preocupara—. ¿Quién es Gaston Johansson?


—Nadie. Por lo menos… Oh, Pedro, yo era joven y tonta y no sabía lo que era el amor real.


Luego le contó toda la historia mientras él la abrazaba fuertemente como para protegerla del dolor que había sufrido entonces.


—¿Pero sabes una cosa? Me alegro. Si Gaston no me hubiera dejado, yo nunca te habría conocido ni me habría casado contigo. No podría vivir sin ti, Pedro —dijo Pau pegándose más a él.


Pedro le acarició el cabello y la besó en la frente.


—Ni yo sin ti. ¿Pero puedes vivir tú sin dinero? Tu padre…


—Sí, Pedro. Puedo, me gustaría hacerlo.


Allí, gracias a Dios, estaba la salida y añadió:
—Me imagino que papá se pondrá como una fiera, me amenazará, me desheredará… No me importa. Me gustará. Aunque no lo haga. Me gustará poder demostrar que puedo vivir sin todo ese dinero. ¿No lo ves? ¿No podemos hacer como si no existiera y seguir viviendo como habíamos planeado antes de que lo supieras? Ya sé que no te lo conté y lo siento. ¿Pero no podríamos? Eso me demostraría algo a mí misma al mismo tiempo que a mi padre.


—No lo sé. Tú siempre has tenido dinero. No va a ser fácil…


Pedro pareció escéptico, pero Paula se dio cuenta de que parecía estar empezando a sentirse aliviado.


—¿Estás segura de que eso es lo que quieres hacer?


—Sí. Otras mujeres lo han hecho. Yo también lo puedo hacer. Quiero demostrármelo a mí misma además de a mi padre.


Y también quería que el sueño de él se cumpliera.


—Por favor Pedro —añadió—. Ni siquiera tocaremos lo poco que yo tengo, si quieres. Por favor.


El le miró las manos.


—Bueno… si me prometes ponerte guantes.



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