sábado, 6 de enero de 2018
EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 13
Pau se repitió a sí misma varias veces que no había querido decirlo. ¡Pero estaba tan enfadada! La señora Cook siempre decía que su temperamento de pelirroja le causaría problemas.
Cook. Le había prometido llevarle a Pedro después de la boda. Y ahora… estaría sola en la casa, rodeada de periodistas. Descolgó el teléfono.
—No te preocupes por mí, querida —le dijo la señora Cook—. Es a por ti a por quien van. ¿Estás bien?
—Sí.
—¿Y tu joven? ¿Está…?
—Está bien —mintió ella.
—Supongo que ya has oído las noticias. Están sacando a relucir todo ese estúpido asunto de ese chico sueco.
No quería oírlos. Colgó tan rápidamente como pudo.
Se sentía muy cansada y subió a la que debería haber sido su alcoba nupcial. Nunca se había sentido tan sola en toda su vida.
Entonces sonó el teléfono de la mesilla de noche.
Era Rosa.
—Oh, Pau. Lo siento mucho. ¿Estás bien?
—Sí.
—No, no lo estás. Pedro está enfadado, ¿verdad?
—Sí —dijo ella y se le escapó un sollozo, lo que la hizo enfadarse más consigo misma.
—Sí. Lo sabía. Y cuando vea la televisión… ¿Dónde está?
—Fuera, trabajando.
—¿Está tan enfadado?
—Oh, Rosa, hemos tenido una buena pelea. Nos hemos gritado e insultado. No sé qué hacer. Pedro está muy enfadado.
Ahora las lágrimas le corrían libremente por las mejillas.
—Ya se le pasará.
—¿Tú crees?
—Seguro. Está loco por ti.
Esas palabras le aliviaron el corazón y trató de sentirse esperanzada.
—Y tú eres lo mejor que le ha pasado en su vida, Paula. Aguanta hasta que pase la tempestad.
—Oh, Rosa. No creo que se le pase. Está muy enfadado.
—Bueno, fue todo un shock, ya sabes. Así, de repente. Tiene que soltar algo de presión. Así es él. Leandro es igual. Cuando algo le preocupa se pone hecho una fiera. Pero en el fondo es un trozo de pan. Tú mímalo y ámalo. Ya verás como se le pasa.
¿Cómo podía mimarlo cuando él no la dejaba ni acercarse?
De todas formas, se sentía mejor después de hablar con Rosa. Le había hablado como… bueno, de mujer a mujer.
No le había dicho nada como que ella era rica y no se lo había contado. Sólo le había dado a entender que era su amiga y eso era lo que ella creía que debía hacer.
De alguna manera esa llamada la animó. Lo suficiente como para ponerse en pie y soltarse el cabello. Dejó la orquídea sobre el vestidor… al lado de las rosas. Rosas. No las rosas perfectas de floristería que Adrián le mandaba siempre. Eran rosas normales, pero reales. Su suave fragancia llenaba la habitación. Se inclinó para tocar una y se dio cuenta de otro olor. Un leve aroma a pino, refrescante. También a cera para muebles.
Miró a su alrededor y vio que todo estaba impoluto. Todo estaba en su sitio, limpio y ordenado.
Estaba claro que Pedro lo había preparado todo la tarde anterior. Para ella.
Debía haber pensado en las rosas esa misma mañana.
Estaban allí para ella. En su noche de bodas.
Incluso cuando todo le estalló en la cara, en lo primero que pensó fue en ella. Fue Pedro el que la sacó de entre los periodistas.
Aunque estuviera enfadado con ella. Y tenía razón para estarlo, le había mentido. Todo el tiempo.
Pero por muy enfadado que estuviera, todavía la había protegido. Porque no podía evitar ser como era, protector, amoroso, siempre un apoyo.
Como todos los hombres de la familia Alfonso. Los hombres a los que ella había llamado machistas dogmáticos y dictatoriales. Bueno, lo eran, ¿no? Tan protectores que podían anular a sus mujeres.
Pero no lo hacían. Pensó en la abuela de Pedro preparándolo todo para la mudanza antes de que su marido pensara siquiera en ello. Pensó en Maria esperando a su padre, besándolo y haciendo lo que él no quería que hiciera. La madre de Pedro tenía dominado a su padre con sólo sus dulces palabras. Y seguro que Sara podría convencer a Francisco para trabajar ella. Ya estaba practicando con el ordenador.
Tal vez, pensó, ella podría tomar algunas lecciones de las mujeres de la familia Alfonso.
Ya estaba oscuro cuando oyó a Pedro volver a la casa. Entró en silencio, pero ella lo oyó subir las escaleras. Oyó el ruido de la ducha y luego lo oyó meterse en la habitación que siempre había sido suya.
Se levantó de la cama y, descalza, salió de la habitación.
Se detuvo delante de la puerta de la de él y respiró profundamente.
—Pedro. Te amo. ¿Eso no cuenta?
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