sábado, 20 de enero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 5




Pedro el dinero le traía sin cuidado. Juan Goodrich tenía de sobra. Si quería ir por ahí regalándoselo a la gente, era asunto suyo.


Pero no dejaba de sorprenderle lo fácil que era dominar la voluntad de la gente sólo con dinero. Aquella chica en el bar de Spike no tenía aspecto de estar muriéndose de hambre o de necesitar nada desesperadamente. Y sin embargo, había algo en su cara que le resultaba familiar, como si tuviera un objetivo que la obsesionara.


Recordó un poema que siempre estuvo colgado, enmarcado en madera, a la cabecera de la cama de su madre:
Una mujer femenina, que en ambas manos exhibe un lustre de gracia, pureza y bondad... Que lleva la belleza impresa en el rostro.


Así era. Aquella mujer exhibía bondad y gracia en sus movimientos y en su comportamiento. Lo había visto en la forma en que había mirado a los hombres del bar, ganándose su respeto. Y en la forma en que lo había mirado, disculpándose por el champán.


Profirió una maldición. De nuevo estaba aturdido por sus encantos, olvidando su mirada llena de avaricia en cuanto él mencionó el dinero. Menos mal que tenía más experiencia que Robbie para juzgar a las mujeres.


Robbie, joven, voluble, inexperto... y vulnerable. No era capaz de ver más allá de las apariencias, y no sabría nada del dinero. Cuando supiera que se había roto su compromiso iba a sentirse dolido, muy dolido.


Pedro no sabía qué podía hacer o decir para evitar la decepción de Robbie. Pero fue su preocupación por él lo que lo indujo a ir a recibirlo al aeropuerto. Tal vez pudiera consolarlo, tal vez, mediante algunos comentarios, pudiera lograr que Robbie se diera cuenta de cómo era la señorita Divine en realidad.


Estaba en la puerta cuando Robbie desembarcó y al ver su brillante sonrisa se sintió culpable.


—¡Pedro! ¿Qué diablos estás haciendo aquí?


—He tenido que venir al aeropuerto para otro asunto y he pensado que estaría bien llevar a mi sobrino favorito a la ciudad —dijo Pedro, y urdió una mentira acerca de un billete que tenía que cambiar.


Robbie no notó nada extraño.


—Supongo que la buena suerte no me ha abandonado —dijo Robbie colgándose la bolsa al hombro.


—¿Suerte? ¿Ganaste el debate? —dijo Pedro esperando que el brillo de su mirada se refiriera al congreso de donde venía, y no a las ganas que tenía de ver a Deedee Divine.


—Sí. Viejo, delante de ti tienes al campeón del equipo campeón.


—Vaya, vaya. Felicidades.


Robbie le trazó a Pedro un entusiasta relato del congreso del que venía y le contó cómo había logrado su equipo vencer al resto.


—Está bien, te creo —dijo Pedro—. Creo que has heredado mi facilidad de palabra.


—Creo que he heredado algo más —dijo Robbie sonriendo—. Creo que también tengo tu facilidad para saber tratar a las mujeres.


—¿Ah, sí? —dijo Pedro, temiéndose que Robbie empezara a hablarle de Deedee Divine.


—Sí —dijo Robbie echando la bolsa en el maletero del coche de Pedro—. Había una preciosa rubia en el equipo de Yale. Todos estaban detrás de ella, pero yo decidí seguir tu técnica y me hice un poco el duro. Funcionó. Muy pronto era ella la que estaba detrás de mí. Imagínate, hemos hablado de pasar juntos en Florida las vacaciones de primavera.


—Comprendo —dijo Pedro sin comprender nada. Estuvo a punto de preguntarle acerca de Deedee Divine, pero recordó que se suponía que él no sabía nada de ella—. Las vacaciones de primavera. ¿eh?


Tal vez su sobrino se estuviera convirtiendo en un playboy. 


Al fin y al cabo, Juan lo había mantenido a raya durante demasiado tiempo.


—Sí. Incluso puede que pida el traslado a Berkeley.


—Comprendo —dijo Pedro otra vez, sin entender el entusiasmo de Robbie por aquella muchacha y que no mencionara a Deedee—. Y..., qué hay de... bueno, ya sabes... quiero decir, ¿no interfiere eso en ninguna otra... relación?


—Pues no. Y ésa es otra manifestación de mi buena suerte. Tenía una relación con esa bailarina del Spike's Bar. Bueno, yo pensaba que había algo entre nosotros... pensaba que ella sentía lo mismo por mí. Y entonces, justo antes de irme, me rechazó. Casi me vuelvo loco.


—¿Te rechazó? ¿Antes de irte? —dijo Pedro aturdido.


—Sí. Lo habíamos pasado muy bien, ¿sabes? Así que allí me presenté yo con un anillo de compromiso, y empieza a hablar como el abuelo: que si soy demasiado joven para saber lo que me conviene, que si debo darme tiempo para vivir, que si hay un montón de mujeres, y toda esa basura. Casi me vuelvo loco. Pero ¿sabes una cosa, Pedro? Creo que tenía razón. Me habría arrepentido de mi compromiso cuando Debbie... así se llama la rubia de Yale. ¿Crees que se sentirá presionada si le mando una pulsera de diamantes, Pedro?


Pedro no estaba escuchando. La señorita Divine había rechazado a Robbie antes de que éste se marchara. No había ningún matrimonio que costara cuatrocientos mil dólares impedir.


Maldijo en silencio y decidió que debía tener otra charla con la señorita Deedee Divine.







1 comentario: